CUENTOS Y RELATOS TURULATOS – EL PRÍNCIPE LA VIO LLEGAR

Zapatos de cristal calza la niña, regalo de unas hadas que volaban cual pajaritas. Y de una virulé con mágica vara salió un vestido de perlas y gasas.

De una calabaza hicieron carroza, vistiendo a un ratón con levita roja. Sentado al pescante con chistera, parecía un marqués con calzas y botas.

Dejando la fregona subió la moza. Con la dificultad de usar esas ropas, se levantó las faldas para lucir los zapatitos y enaguas rosa.

Llegaron al palacio en un abrir y cerrar, cuando la calabaza echó a rodar. Subiendo los escalones de dos en dos, el zapatito de cristal perdió.

El príncipe la vio llegar y pensó: ¡Ahora o nunca…! ¡Me voy a lanzar! Y la sacó a bailar. Bailaron polca, vals y, aunque coja, no lo hizo mal. Cuando tocaron un tango, se sintieron desmayar.
Como estaba al tanto el príncipe, porque conocía el cuento, vigilaba, y cuando iban a dar las doce, la sentó en la carroza de una culada; no fuera que se quedara en sus brazos hecha un esperpento, le canturreaba chasqueando dos dedos de la mano derecha, mientras con la izquierda la sujetaba para que no se saliera.

calabaza

—¡Vete palante, guapa, que voy a comprar tabaco y un bonometro en el estanco!

El último toque la pilló en la cocina con un cocido listo de ternerilla y buñuelos de viento con calabaza atados a una silla.

Llegaron las hermanastras muy finas, pero más feas que unas morcillas. Con los pelos alborotados y sin maquillaje gritaron:

—¡Estas no son horas de cocinar! ¡Hemos tenido que cenar una lata de foiegras!

— ¡Pues para mañana ya tengo la comida hecha y podría aprovechar para lavaros la testa, la camisa, las mollas y la osamenta! —les contestó mientras preparaba para postre torrijas con leche frita.

Pasaron los días y ella limpia y cocina. En el momento en que pintaba la raya a los azulejos, entró un mensajero muy tieso con un cofre, pluma en el sombrero y escudo en el peto, y le chilló al verlo:

—¡Hombre…! ¡No pise, que acabo de fregar!

Del susto, el pobre resbaló y se dio un trastazo. Abierto el cofre, ella vio el zapato.

Es mío… ¡Tengo otro igual! Ahora lo uso de orinal.

Sacado de debajo del jergón vieron que eran del mismo color, y al ponérselo, le sobraba el talón, porque le había salido un sabañón. El mensajero, que además era pedicuro, le limó los callos, las uñas y le hizo la manicura.

Las hermanastras llegaron y también se lo quisieron probar, aunque solo les entraron los dedos y cogieron un cabreo que se fueron a paseo.

Llegados al palacio, después de tres días andando los cuatro, el príncipe esperaba en la puerta y tronaron las trompetas de los heraldos, sin avisar de que iban a soplar.

Sobresaltado, se le aflojó el calzón, la corona se le torció y una paloma un regalo le dejó. Mas lo vio llegar y lo esquivó, porque había hecho la carrera París Dakar.

Les hizo los parabienes a los llegados; menos al mensajero que era un mandado.

Ordenó que fueran acomodados en el salón, mientras les preparaban los sirvientes la cena y habitación.

Una de las hermanastras, que era lista, y más que lista, listón, se dirigió a los aposentos del príncipe en camisón y cuando este volvió de lavarse los dientes, despatarrada tal cortesana, entre almohadones la encontró.

Zapato

Creyendo el príncipe que era la protagonista y con pocas luces pensó que era un buen momento para hacer prácticas de equitación, pero esta le soltó un sopapo y un diente le saltó, empezando a gritar que ¡Era violación!, y que ella ¡Sólo se había equivocado de habitación!

Acudieron en tropel cientos y los padres de él.

—¡Mira que eres tonto, hijo! ¡Has estropeado el cuento y ahora cargarás con el mochuelo!

Y la princesa que nunca llegó a ser, se fue con el mensajero para que siguiera tocándole los pies.

María Eloina Bonet Sánchez

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