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Autora: Toñy Castillo. desl libro Parentalidad positiva trabajo conjunto

Nuria sabía que al llegar a casa sus padres le preguntarían porque la verían contenta al regresar del colegio.

Había salido puntual, al tocar el timbre, anunciando el fin de las clases ella ya estaba preparada con sus libros ordenados y el abrigo abrochado en esa tarde de invierno.

  Se sentía contenta porque su profesora le había valorado mucho su mejora en la asignatura de matemáticas, y que todos los ejercicios de ese día los hubiera podido hacer sin dificultad.

Recorría las calles que llevaban a su casa, junto a Luisa, su amiga y compañera de 5º curso de primaria, le iba contando lo satisfecha que se sentía cuando las cosas le salían bien, porque así, al llegar a su casa y sus padres le preguntarán:

– ¿Qué tal el día? – podría decirles todo lo que había aprendido en el colegio-.

 Los padres de Nuria siempre se interesaron mucho por todo lo que a ella le sucedía; Si estaba triste le preguntaban por qué y conversaban sobre el tema; Si estaba contenta le preguntaban sobre el motivo de su alegría y así, compartían todos los momentos, pero sus padres también lo hacían con ella y su hermano Jaime y entre todos, hablaban de alegrías…  de tristeza… y cómo hacer que el día a día fuera más bonito compartiendo emociones juntos.

Esa mañana, Nuria había podido realizar los problemas de matemáticas que tanto esfuerzo le costaban y se sentía muy orgullosa -ya que cuando tenemos conflictos en la vida lo importante es afrontarlos e intentar superarlos- y ella lo había conseguido siguiendo las recomendaciones de sus padres, estaba contenta y valoraba la importancia de tener siempre una mano cerca que nos ayude a ver los conflictos de una manera diferente pudiéndonos aconsejar.

Al llegar a su casa su madre le pregunto:

  • ¿Y esa sonrisa…?

Ella, acostumbrada a notar el cariño de sus padres le dijo:

  • Tengo una buena noticia… ¿Recuerdas que no me salían esos problemas de matemáticas…?

  • Si dime, te costaban mucho terminarlos –respondió Isabel, su madre-

  • Pues esta semana, repasé toda la lección y también volví a estudiar la lección anterior. Cuando estaba en clase atendía todo lo que la profesora explicaba y… ¡Tenías razón mamá!, tú me decías que: Si prestaba un poco de atención en clase, conseguiría resolverlo, ¡y así ha sido!

Isabel animaba a su hija cuando la veía preocupada, y la niña fue creciendo, sabiendo que exteriorizar los sentimientos y expresar las emociones es necesario para la buena convivencia. No siempre fue fácil, Nuria era la mayor de dos hermanos y al principio de nacer, Isabel se sentía un poco abrumada, pese a estar de baja maternal, eran muchas las novedades en casa, organización, horas de lactancia… Todo ello, lógicamente, compartido con Fernando el padre del Nuria.

Fue una época de aprender, de saber que la mejor manera de educar es desde el cariño, desde el respeto, marcando normas y pautas, creando límites, y que estos, estén adaptados a las necesidades que presenta cada niño. Sabiendo que cada niño es único y diferente.

Fueron tiempos en que, a veces, la rebeldía de Nuria hacía que tuviera que recordarle los buenos valores. Siendo consciente de que la educación era la formación de su hija como persona.

  • ¡Mamá! -Exclamó Nuria-Me voy a poner la merienda ¿tú ya has merendado?

  • He comprado fruta y la he puesto en el frigorífico.

Nuria merendó y recogió la mesa, pero… se olvidó de colocar el resto de las mandarinas en su sitio, dejándolas sobre la repisa de la cocina. Su madre al ver la fruta desordenada le dijo:

  • Nuria la fruta se conserva mejor en la nevera.

Y Nuria que a veces se despistaba fue y las colocó. En ocasiones, se le había que recordar las normas, porque las ganas de jugar con su hermano pequeño al llegar del colegio, eran superiores a seguir las pautas de orden.

Fernando llego a casa, había sido un día, donde por motivos de trabajo, tuvo que conducir horas y horas para visitar clientes, pero ya estaba con su familia. Así pues, apago el móvil de trabajo, el mismo que recuperaría al día siguiente, para hacer su ruta comercial.

Fue a la cocina donde estaba Isabel y le dio un beso, él no era muy amigo de los besos cuando era más joven, creía que era un puro formulismo, pero un día se dio cuenta de que los besos y los abrazos alegran a los demás y le alegraban a él al sentirse querido. Un día aprendió que el regalar es la mejor manera de compartir.

Se dirigió a la habitación donde estaban Nuria y Jaime y con una sonrisa les dijo:

  • ¡Qué ganas tenía de llegar a casa, estar con vosotros y poderos dar un abrazo!

 

  • El día ha sido largo, estoy cansado me voy al sofá un ratito, pero antes os ayudaré a ducharos, recordad que hay que recoger todos los juguetes, -añadió dirigiéndose a Nuria y a Jaime con las construcciones esparcidas por la habitación– Así la habitación estará bonita y arreglada y mañana a la hora de jugar estará todo en su sitio.
  • ¡Vale papa! Lo recogeremos con cuidado. -Respondió el pequeño Jaime, que con sus 4 años le encantaba hacer torres construyéndolas pieza a pieza, y alguna vez, perdía algunas en el camino, para hallarlas días después detrás de una puerta o silla.

 

  • Tenemos que hablar, -añadió Fernando con voz tierna mirando a Nuria-porque me ha dicho mamá que hoy estás muy contenta.

 

  • ¡¡¡¡Siiiii!!!! Ya sé hacer los problemas de mates.

  • ¡Ves? ¿Cómo tú podías…? Todas las personas si se esfuerzan, estudian y le ponen cariño a lo que hacen pueden llegar a aprender y hacer las mates, una tortilla o una torre muy alta.

En ese momento Jaime sonrió al oír lo de la torre alta. Comprendiendo que su padre lo había dicho por él.

 Esa tarde jugaron, merendaron y se dejaron abrazar mientras aprendían que el orden era necesario, que era importante compartir, y que el respeto es la base de las relaciones entre hermanos, entre padres, entre las personas y así fueron pasando los días.

Una tarde al salir del colegio Fernando le estaba esperando y tomando de la mano a su hijo, le llevó a enseñarle el edificio, donde él dirigía a los operarios de la construcción. Jaime se maravillaba de ver como poco a poco los ladrillos tomaban forma y se hacían paredes, como las paredes adquirían forma para hacer de ellas estancias, y su padre le hablaba de todos los elementos necesarios para que de un terrero naciera una casa.

Era tanto el cariño que ponía en sus explicaciones, que al llegar Jaime a su casa deseaba construir torres… casas… y edificios. Al llegar su abuelo le preguntó:

  • ¿Qué haces Jaime?

 

  • Hoy papá me ha enseñado el edificio que están haciendo y yo quiero hacer uno.

 Fernando y su madre esbozaron una sonrisa de complicidad, ya que, Fernando había vivido esa misma experiencia con su padre y ahora el abuelo miraba al nieto observando los pilares de la educación que le dio a su hijo Fernando.

 Pasaron los años y Jaime se hizo mayor, al igual que su hermana Nuria, y un día en una redacción le pidieron que escribiera lo que era para él es el sentirse bien tratado y escribió lo siguiente:

Hoy quiero decir que mi voz importa, que para mí el sentirme bien tratado no es que en mi vida me hayan dado todo lo que yo pidiera, sino que nunca me hizo falta pedir cariño y respeto porque mi familia me educó enseñándome a amar”.

¡Ahhh! y qué pasó con Nuria… Pues que aprobó las mates porque ¡la animaron a creer en ella!

 

Y yo la cometa pude observar como el sentirse querido y bien tratado es… Lo que hace feliz a todo niño o adulto.

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