Cuento – El árbol de navidad
Hace mucho pero que mucho tiempo, en una cabaña en mitad del bosque vivía una un matrimonio que a pesar de sus estrecheces eran feliz, ya que tenía una gran familia compuesta de diez hijos. De lo que sus padres se sentían muy orgullosos de verlos crecer sanos y fuertes, para sus padres era una gran felicidad cuando todos se sentaban a la mesa a la hora de comer, siempre daban las gracias a Dios por lo que les daba. Luego todos alegremente compartían la comida que su madre les había preparado. Para todos ellos la hora mejor del día era la de la cena, ya que después de cenar, esperaban que su madre y sus hermanas fregaran los platos para sentarse alrededor del fuego. Los padres se sentaban cada uno en su sillón al lado del fuego y los niños sentados en el suelo, esperaban que su padre les contara historias de su juventud, ya que había sido soldado y siempre les contaba sus aventuras pasadas en el ejército.
Otras veces era la madre quien les contaba bellas historias de hadas, elfos duendes y animalitos del bosque; que ella había sentido contar a sus padres y a sus abuelos y estos a su vez a sus antepasados y era ahora ella quien se las contaba a sus hijos. Todos prestaban atención, mientras que el padre fumaba su pipa se quedaba encantado escuchando los cuentos que contaba su esposa.
Luego mandaban a dormir a sus hijos mientras el matrimonio le daba gracias a Dios por los hijos que les había dado ya que todos eran unos buenos hijos que siempre estaban dispuestos a ayudar a sus padres, desde el más grande al más pequeño, eran una gran ayuda para su padre como las hijas lo era para su madre. Todos tenían su trabajo y todos se ocupaban de cuidar sus pobres pertenencias.
Éstas se componían de una vaca, unos cuantos cerdos, unas cuantas gallinas, de las que sacaban unos buenos huevos, y un viejo caballo que, cada vez que iban al mercado, lo enganchaban al carro donde ponían las pocas mercancías, que tenían para vender: algunos de sus animales y una buena leña que sus hijos recogían del bosque y, sobre todo una rica miel que era muy apreciada por todos, y que ellos recogían de las abejas del bosque y demás frutos que este les daba. Con lo que sacaban de la venta de sus productos sobrevivía la familia.
Cuándo iban al mercado, después de vender lo que llevaban, la madre compraba las cosas más necesarias para la casa, telas para hacerles vestidos, camisas, pantalones y botas para los que las tenían peor, ya que de un hijo a otro iban pasando las cosas pero siempre había un momento en que ya no podían aguantar más por mucho que su padre intentara arreglarlas. Era entonces cuando la madre compraba un par de botas para el que más lo necesitaba.
Luego todos juntos contentos y felices volvían a su casa. No solo por el par de botas que habían comprado, sino porque el día que iban al mercado se lo pasaban muy bien y estaban muy contentos. Era un placer verlos como todos reían y cantaban mientras se iban contando todo lo que habían visto en el mercado.
La Navidad se acercaba y todos se preparaban para recibirla. Como cada año su madre había guardado el mejor pavo para la cena de Navidad, y ya solo faltaba que el padre y sus dos hijos mayores fueran al bosque a cortar el más bello árbol para que presidiera el mejor rincón de su humilde casa. Entre todos lo decoraban con guirnaldas de palomitas y flores de acebo con bolitas rojas y lacitos de colores.
Aquella noche había caído una buena tormenta de nieve y el bosque ya tenía bastante nieve. El día se presentaba bastante frio y el cielo estaba bastante cargado. Si caía más nieve, no podrían salir a cortar el árbol de Navidad. De esta manera se dispusieron a salir los tres. El padre y sus dos hijos mayores, antes de que se desatara la tormenta. Con el hacha en la mano salieron dispuestos como cada año en busca del árbol de Navidad más hermoso que pudieran encontrar.
Mientras en la casa, la madre y sus hijas preparaban la cena que consistía en cocinar el gordo pavo que ya tenían desplumado y preparado para meter en el horno, y una gran cantidad de ricos dulces que su madre y hermanas habían preparado.
El día fue pasando y la nieve empezó a caer con fuerza, y en el exterior cada vez se veía menos. La madre viendo que cada vez arreciaba más la tormenta de nieve, empezó a asustarse y a temer que no les hubiera pasado algo a su esposo y a sus hijos. Conforme iban pasando las horas, la madre y los hijos que se habían quedado en la casa cada vez estaban más asustados y todos juntos se arrodillaron y empezaron a rezar para pedirle a Dios que no les hubiera pasado nada malo a su padre y a sus hermanos. Como se hacía de noche, la madre puso una luz en la ventana para que pudieran ver la luz y se pudieran guiar gracias a ella y de este modo llegar a la casa.
Estaba anocheciendo cuando por fin sintieron ruido a fuera y oyeron como los llamaba el padre junto con sus hijos mayores.
La madre y sus hijos abrieron la puerta y salieron a recibirlos. Estos traían un árbol maravilloso, que al entrar en la casa dejaron en el suelo para acercarse al fuego y poder entrar en calor ya que venían muertos de frío.
La madre les preparo unas buenas tazas de leche bien caliente con miel para que entraran en calor. Una vez que ya estaban mejor la madre, después de abrazar a su esposo y a sus hijos, les preguntó qué les había pasado para que tardaran tanto, ya que en la casa todos estaban preocupados y le habían rogado a Dios para que los protegiera y que no les pasara nada.
– ¡Cálmate querida esposa! — contestó el marido. Ahora que estamos más tranquilos y calientes te contaremos lo que nos ha pasado. Como sabes, esta mañana hemos salido para traer a casa el árbol de Navidad que traemos todos los años, pero esta vez nos ha sucedido algo extraño: ya estábamos en el bosque cuando vimos un hermoso abeto y nos dispusimos a cortarlo, pero por más golpes de hacha que le dábamos, parecía que el hacha no le hacía nada. Por más fuerte que le dábamos, éste se mantenía firme. Viendo que era imposible cortarlo decidimos adentrarnos más en el bosque para buscar otro que fuera más fácil de cortar, pero en cuanto lo encontramos y empezamos a darle con el hacha, éste tampoco quería que se le cortara porque por más fuerte que le dábamos ni se movía. Sin saber qué pensar y qué hacer, oímos detrás de nosotros la voz de una mujer. Al oírla nos dimos la vuelta y nos encontramos con una anciana que iba cubierta con una gruesa capa y se tapaba la cabeza con una capucha, por donde se le podía ver un pelo blanquísimo. En su mano llevaba un bastón en el que se apoyaba. Nos estaba mirando y nos preguntó qué era lo que queríamos y por qué queríamos cortar aquel bello abeto.
—Decidme por qué queréis cortar este bello abeto ¿Qué daño os ha hecho?
—Señora, lo queremos cortar porque es Navidad y quiero que mis hijos tengan un bonito árbol y que ellos lo puedan adornar con guirnaldas de palomitas de maíz, flores rojas de acebo y bonitos lazos de colores. De esta manera todos juntos podemos celebrar la venida de Dios y pasar la noche más hermosa de todo el año.
La anciana nos miraba sin decir nada durante un buen rato y luego dijo:
—Venid conmigo, yo os enseñaré un precioso árbol que sí podéis cortar.
Mientras la seguíamos, ella empezó a hacernos preguntas. Primero me las hizo a mí. Me preguntó si yo no querría tener una casa más hermosa y un caballo más joven y fuerte y más animales. Yo le contesté que era natural querer una casa más grande y un caballo más joven y más animales pero que le dábamos gracias a Dios por lo que nos había dado.
—¿Y qué os ha dado? vivís en una miserable casa y tenéis un caballo viejo y cuatro animales, tus hijos no pueden ir todos los días a la escuela y siempre van medio desnudos.
—Señora, eso que estáis diciendo es verdad, pero Dios me ha dado una esposa a la que amo profundamente y unos hijos maravillosos. Quizás no tengamos gran cosa, pero nos tenemos los unos a los otros y sobre todo tenemos alegría y felicidad. Decidme señora, cuánta gente puede decir lo mismo. Es verdad que mis hijos no van todos los días a la escuela, pero no por eso no saben leer y escribir ya que mi esposa les enseña a todos y mis hijos mayores no solo saben leer y escribir, sino que también saben de números y los pequeños ya empiezan a saber leer y a escribir. Cuando podemos compramos algún que otro libro y juntos lo leemos alrededor del fuego, después de cenar. Pero los libros son muy caros, a veces he trabajado solo para que me den un libro y papel para escribir.
La anciana siguió andando y cada vez se iba metiendo más y más en el bosque.
Luego la anciana le preguntó al hijo mayor:
—Y tú, ¿no deseas nada, no quieres algo para ti?
—No señora, yo solo quiero que mis padres y mis hermanos tengan salud y que siempre se encuentren bien.
—Pero, ¿no quieres algo para ti?
—Sí señora, me gustaría un vestido nuevo para mi madre puesto que siempre se preocupa solo por nosotros y nunca se compra nada para ella, y muchos libros y papel para escribir y lápices.
—Y tú, ¿qué es lo que quieres?, le preguntó al hijo más pequeño.
—Una buena hacha para mi padre ya que la que tiene está muy vieja y ya casi no corta, y un buen par de botas para cada uno de mis hermanos y para mí para que no pacen frío durante el invierno.
—Es verdad que realmente sois felices con lo que tenéis y os conformáis con muy poco.
—No es eso señora, es que la mayor felicidad no está en las cosas materiales sino en el cariño, la unidad familiar y en el cuidado de nuestros hijos. Solo deseamos que cuando ellos sean mayores y tengan que formar una familia, ésta sea tan feliz como la que tenemos nosotros. Podría pedir riquezas, pero de qué me servirían si no tenemos felicidad y estamos todos juntos o alguno de nuestros hijos se pusiera enfermo y no pudiésemos cuidar de él. ¿No es mejor darle las gracias a Dios por lo que nos está dando que pedirle riquezas? Solo queremos celebrar la Navidad todos juntos y decorar el árbol como todos los años.
—En verdad que eres afortunado de tener a una esposa que te ama como tú la amas a ella y a unos hijos que adoran a sus padres y no piden nada para ellos, solo piden para todos. — La anciana se paró delante del árbol más hermoso que habíamos visto hasta aquel momento y nos dijo que podíamos cogerlo. Era un regalo que ella nos hacía y nos deseaba que pasáramos una feliz Navidad.
—Papá empezó a cortar el árbol que la señora le había dicho y al primer golpe de hacha el árbol cayó al suelo y entre los tres lo hemos traído hasta la casa, aunque por unos momentos hemos tenido miedo porque la nieve no nos dejaba ver nada, y a veces nos equivocábamos de camino, pero papá nos decía que tuviéramos fe en Dios que éste nos conduciría a casa, porque tú, mamá, nos estabas esperando junto a nuestros hermanos. De nuevo aparecía el camino y al final hemos visto la luz que has puesto en la ventana para que supiéramos que ya estábamos en casa.
—Lo importante es que ya estáis aquí y que estáis sanos y a salvo y que Dios ha cuidado de vosotros. Ahora hay que decorar el árbol. Cuando acabemos pondremos la mesa que el pavo ya está listo desde hace horas. Y de seguro que tenéis hambre.
Todos juntos colocaron el árbol de Navidad que era precioso y lo decoraron con guirnaldas de palomitas y con bolitas de acebo rojas atándolas con lindos lacitos de todos los colores, entre risas y algarabía. Al más pequeño subido en los hombros de su padre ya que era el que ponía la estrella en la rama más alta del árbol.
Después de arreglar el árbol, entre todos pusieron la mesa y juntos le dieron las gracias a Dios por aquella hermosa noche.
Agotados por el día que habían pasado se fueron a dormir esperando el nuevo día. Todos sabían que su madre y su padre les habían preparado algo y todos lo esperaban con ilusión.
Cuando se despertaron al día siguiente todos se levantaron y fueron a ver lo que había debajo de árbol de Navidad, pero esta vez no encontraron los típicos regalos envueltos en unos viejos trapos y atados con cintas de colores, sino unos hermosos paquetes envueltos en fino papel y atados con maravillosos lazos de seda. Había tantos que ninguno se atrevía a tocarlos. Los niños miraban a sus padres que tampoco sabían lo que era ni quien los había puesto ya que ellos no los habían comprado por qué no tenían dinero y los niños lo sabían.
La madre fue la primera que se atrevió a abrir un regalo, y con cara de asombro vio que era un hermoso vestido como jamás antes había tenido ninguno. Miró a su esposo y este no supo qué contestar pues no entendía nada.
De pronto, el hermano mayor recordó que aquello era lo que le había pedido a la señora del bosque.
—Papá, esto es lo que le pedí a la señora del bosque junto con muchos libros y papel para escribir y lápices.
—Y yo le pedí botas para todos para que no pasaran frío mis hermanos y un hacha nueva para ti.
Fue entonces cuando todos empezaron a abrir los regalos y todo lo que habían pedido los hermanos estaba allí: no solo el vestido para su madre, sino que también había un traje para su padre y una buena hacha con la que podría cortar leña sin esfuerzo. También había libros, papel, lápices para escribir y de todos los colores. También había botas para todos y en un paquete había gran cantidad de diferentes telas para que la madre les hiciera nuevos vestidos.
Los esposos se abrazaron y les dieron las gracias a Dios y a la señora del bosque por los regalos que les había hecho. Dentro de una de las botas del padre había una bolsa con monedas de oro y una nota de la anciana señora del bosque en que les deseaba que la felicidad que tenían les durara para siempre y que siempre tendrían la bendición de Dios pues no pedían riquezas sino amor verdadero para ellos, para sus hijos, y que Dios los protegiera de todo mal.
Todos se pusieron sus botas con los calcetines de lana que su madre les había hecho, y para la más pequeña su madre había cosido una preciosa muñeca de trapo y le había puesto un bonito vestido. La niña dejó sus botas atrás y se fue a por la muñeca, que le había hecho su mamá.
Con los libros que la señora del bosque les había regalado tuvieron muchas noches de lectura y muchas hojas de papel para escribir. Con el tiempo, aquel hecho que les había sucedido se convirtió en un cuento que cada noche de Navidad cada uno de los hijos del matrimonio contaba a sus hijos y estos a sus hijos y esta historia fue pasando de padres a hijos y de madres a hijas para convertirse en un cuento de Navidad.
Conforme pasaban los años, al cuento se le iban añadiendo cosas nuevas y la señora del bosque se convirtió en un hada del bosque. Todos los niños después de cada cena de Navidad esperaban sentados alrededor del fuego que sus padres les contaran el cuento de Navidad. Después de dar las gracias a Dios se acostaban esperando que, al día siguiente al despertar, debajo del árbol, estuvieran los regalos que la señora del bosque les traería.
Josefina Zamora Buenafuente
Feliz navidad a todos aquellos que con esperanza esperan la llegada de la navidad con amor y alegría.