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‘Melancolía’, de Edvard Munch (1894). Fuente: Wikimedia Commons

Quién tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo

F. NIETZSCHE

La vida es corta. Deja de preocuparte tanto. Diviértete. Sé agradecido. Sé tú mismo. No permitas que otros te desanimen. La vida es una oferta única. Vívela al máximo.

KAREN SALMANSOHN

El suicidio puede parecer a primera vista una patología mental, pero es mucho más, es un fenómeno conocido por el individuo y posee un valor afectivo y ético, un significado existencial. Cualquier persona que esté atravesando por una crisis, deberá buscar ayuda cuanto antes. La vida es lo más valioso que tenemos y muchas veces necesitamos apoyo para sostenerla. Con esta realidad nos enfrentamos también a un problema médico, psicológico y sociológico, donde la prevención es crucial.  Ya que el suicidio no es un acto realizado al azar, puede ser la salida a un problema o a una crisis que causa intenso sufrimiento.

Según los expertos una de cada cinco personas padecerá en su vida un trastorno mental, el más abundante y conocido es la depresión, que cuando se agrava puede dar lugar a una idealización suicida. Nadie está libre de riesgo, una situación grave en nuestra vida puede provocarla. El suicidio afecta no sólo a los individuos, también a las familias, a las comunidades y a los países. Se suicidan cada año casi un millón de personas, lo que equivale a una persona cada 40 segundos. Once personas mueren al día por suicidio en España y otras 20 lo intentan, por lo que es necesario un plan global para atajar este problema en numerosos jóvenes y adolescentes, aunque también en personas adultas y ancianas.

Nuestras sociedades están viviendo cambios acelerados, se están produciendo fuertes transformaciones que afectan a la comprensión del mundo, a los valores éticos y a las creencias políticas y religiosas. La visión del mundo del adolescente ha dado un salto cuantitativo y cualitativo respecto a su generación precedente en un corto espacio de tiempo, provocando ambigüedad de estatus y la pérdida de confianza en la familia, todo ello puede provocar diferentes problemas psicológicos.

En la adolescencia se manifiesta una gran ansiedad y oscilación emocional debido a las transformaciones que se producen. Es el momento en que los jóvenes comienzan a desarrollar un pensamiento más elaborado iniciándose al pensamiento por el sentido de la vida, por lo tanto, también de la muerte. Es un periodo asociado al neurodesarrollo que atribuye una particular vulnerabilidad con mayor riesgo de trastornos emocionales y comportamientos de riesgo, como el consumo de alcohol y drogas. También pueden ser más susceptibles a los estímulos sociales negativos, como el ostracismo y las altas expectativas de los demás.

A veces, el joven es incapaz de enfrentarse y afrontar con éxito todos los retos que la vida le va planteando y este desfase puede llevar a algunos individuos al intento de suicidio. En esta situación se aprecia en el individuo un fallo de desarrollo, a nivel individual, familiar y social que le puede producir una visión negativa de sí mismo, que puede ya venir desde la infancia, pero irrumpe en la edad del ruido, que es también un tiempo de silencio.

Para las personas adultas, apuntan al suicidio problemas como la violencia doméstica, el estrés en el ámbito de la familia, enfermedades mentales, abusos de alcohol y drogas, así como entornos familiares problemáticos. En las personas mayores debemos subrayar la depresión, el dolor físico que causa alguna enfermedad, la soledad y el aislamiento social y familiar. En una sociedad cada vez más comunicada, en las puertas de la inteligencia artificial, claramente estamos viviendo un aumento de la soledad no deseada.

En esta relación, tanto jóvenes como adultos, no podemos olvidar citar las enfermedades mentales graves, las psicosis o los trastornos de personalidad, especialmente el antisocial y el límite que, como consecuencia de su baja tolerancia a la frustración y las reacciones emocionales intensas, tienen una gran propensión a la comisión de actos suicidas. Si a las enfermedades mentales, añadimos el alcohol y las drogas, las tendencias autodestructivas y violentas son todavía mayores.

En el comienzo del curso escolar, según un informe de Naciones Unidas, se calcula que más del 13% de los y las adolescentes de 10 a 19 años padecen un trastorno mental. También según este informe, la ansiedad y la depresión representan alrededor del 40% de estos problemas de salud mental, y a esto hay que sumar el malestar psicosocial de niñas, niños y jóvenes que no alcanza el nivel de trastorno mental, pero que perturba su vida, su salud y sus expectativas de futuro.

Pero lo más preocupante son los datos sobre los suicidios en adolescentes y menores. De los fallecimientos por causas externas, 4.003 fallecimientos corresponden a casos de suicidio, una cifra que se ha incrementado durante el último año en un 1,6% y sitúa nuevamente este grave problema de salud pública como la principal causa de muerte externa en nuestro país. De los datos globales, el mayor crecimiento se produce entre adolescentes, donde estamos asistiendo a una situación totalmente nueva y preocupante. Esta problemática es más evidente en las menores, la brecha de género se ha ampliado en los últimos cuatro años.

Con este panorama, pensamos que no sólo es necesario la prevención en el ámbito educativo, introduciendo elementos como el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía y el arte de escuchar, así como el resolver conflictos y la colaboración con los demás. Es muy importante la especialización clínica para su prevención, intervención y posvención, dando voz a supervivientes y reflexionar conjuntamente acerca de la conducta suicida. Mirar de cerca a los colectivos más vulnerables, mujeres, jóvenes, ancianos en soledad, migrantes. Por último, la sensibilización con campañas en la sociedad, la prensa, el cine, etc., cuestionando el estigma asociado al suicidio y a los problemas de salud mental.

Juan Antonio Mateos

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