CÓMO TOMAR UNA DECISIÓN TRASCENDENTE
Vladimir Putin se levanta una mañana con un ligero dolor de cabeza. Ignoramos si se debe a un contagio por coronavirus, a un extraño caso de doping político (seguro que algo así debe existir. Te ponen algún tipo de sustancia prohibida en el café con leche del desayuno y te dan ganas de invadir Ucrania, como a Woody Allen le daban ganas de invadir Polonia al escuchar a Wagner. Y es que por aquellas tierras el dopaje parece tan extendido como aquí la siesta. Basta fijarse en el caso de la patinadora rusa de 15 años que dio positivo en Beijing, quien por cierto afirmó que fue debido a causa de un medicamento que toma su abuelo… con todos mis respetos, o bien el abuelo practica la halterofilia o toma excesiva Viagra) o a una más prosaica resaca. Acude un poco embotado a sus obligaciones en el Kremlin pero con su vigor habitual. Después de hacer 100 flexiones con un solo brazo atiende a los asuntos cotidianos y de repente, sin previo aviso, se presenta el Ministro de Defensa portando el maletín nuclear con gesto severo.
—¡Kamarrada Vova! —saluda con ese acento siberiano que caracteriza al General y sirviéndose del apodo de confianza con el que se dirige a su superior—. ¡Los hispanos han enviado a su frrragata insignia, el “Marina d’Or”, al Mar Negrrro! ¡Esto merrece una rrespuesta fulminante por nuestrra parrte! ¡Debemos borrar del mapa la Península Ibérrica! —asegurra (perdón, quise decir “asegura”. Se me ha pegado el acento) contundente abriendo el maletín. Los paneles de control están encendidos y un ominoso botón rojo espera impaciente la decisión de ser pulsado.
Vova mira alternativamente a su ministro y al botón. Es cierto que hoy se ha despertado con cierto espíritu belicoso, pero piensa que su amigo el General exagera un poco. Al fin y al cabo, los hispanos no han enviado al portaaviones “Ayuso” ni los cazas tipo “Casado”, cosa que sí sería de temer.
—Venga, Serguéi, tómatelo con calma —replica en tono conciliador—. Recuerda nuestros planes de veranear en Marbella…
—¡Vova! —interrumpe Serguéi. Solo él se atreve a hacer eso con Putin—. ¡Debemos pensarr en la dignidad del pueblo! ¡Ahorra o nunca! ¿Sí o no?
—Pero…
—¡¿Sí o no?!
Las cien flexiones pesan, el dolor de cabeza se incrementa y la insistencia de su Ministro le aturde. En tan penosas circunstancias Vova emite su veredicto:
—Sí.
Serguéi sitúa su pulgar sobre el botón rojo.
—Confirrma.
—¡Que sí —repite mosqueado. Solo desea que le dejen en paz.
Serguéi pulsa el botón. Pero mientras los misiles despegan de sus silos, Vova cae en la cuenta de lo que ha hecho. El pobre estaba tan traspuesto que ha dicho “sí” cuando quería decir “no”.
—¡No, Serguéi, no! ¡Disculpa, me he confundido! ¡Quise decir no!
—¡Ah, se siente! A lo hecho, pecho —responde su Ministro con una sonrisa burlona— . ¿Dónde adquirimos un nuevo palacete para veranear, tovarisch?
Para aquellos que piensen que acaban de leer una historia tan ridícula que jamás podría suceder, que recuerden cómo se aprobó en el Parlamento la Reforma Laboral y luego hablamos. Y ya que he mencionado una reforma, para el curso que viene entra en vigor la enésima nueva Ley Educativa, la LOMLOE, con la que esta vez sus artífices esperan que eduquemos a una generación que al menos sepa distinguir el “sí” del “no”.
Perdón, debo dejar el artículo. Voy a asomarme a la ventana para presenciar el maravilloso espectáculo del hongo atómico.
Javier Serra