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Coloquios de Santa Teresa Con Dios

TERESA
-“Nada te turbe, nada te espante;
todo se pasa; Dios no se muda,
la paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Solo Dios basta”.

DIOS
-Teresa.

TERESA
-¿Sois Vos, Señor, divina Majestad?

DIOS
-Sí, Teresa.

TERESA
-¡Válgame, Dios mío! ¡Y qué gran consuelo y deleite tan soberano traéis a esta alma indina!

DIOS
-Tu alma es hermosa, Teresa, y te prometo que en la otra vida gozarás de un cielo eterno.

TERESA
-Señor, muchas mercedes habéisme concedido pero no es menester que prometáis nada a esta vuestra sierva imperfeta porque:

“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muévenme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”.

DIOS
-Ya sé que tu amor por Mí es grande y piadosas tus oraciones, que con harto celo rezas.

TERESA
-Criador de cielos y tierra, para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en las penas como en las alegrías.

DIOS
-Sí, hija mía, pero mortificas en exceso tu frágil cuerpo que tantas enfermedades ha padecido a lo largo de tu vida.

TERESA
-Ya sé, Señor, que no son buenos los extremos aunque sea en la virtud pero la vida es una mala noche en una mala posada y también es bueno para el camino el no andar quejándose por pequeñas dolencias o dolores. Si se puede aguantar, es mijor el callarse. Cuando el mal es serio ya nos daremos cuenta.

DIOS
-Sé de tu fortaleza de espíritu y de cuerpo. No en vano llevas adelante esta gran obra en que has empeñado tu vida.

TERESA
-Bien sabéis, divina Majestad, que híceme el propósito de reformar la Orden del Carmelo, harto desordenada, y con la ayuda de Vos, sigún mi parecer, ansí lo logré.
Y dispués que húbela mijorado, plujo el cielo y sus reverencias, refiérome a los hombres de esta tierra, de darme la licencia para levantar el primer conventico, llamado de San José, aunque más de un desgustillo causáronme mormurando sobre mi persona a la que nombraban “fémina inquieta y andariega”. Y hube de pasar muchos enconvenientes y a intrevalos hasta vime cativa en cárceles al ser delatada a la Inquisición por malos infundios. ¡Ah!, pero dispués premitió el cielo que, aunque inorante, fundara por mí mesma el sigundo convento y ansí, de contino, siguiéronle en ese empeño de número hasta diecisiete fundaciones.
He de deciros que hube gran consuelo en fray Juan de la Cruz, a quien yo con afeto llamo, y perdonadme la irreverencia, Señor, medio fraile por su pequeña estatura, pero dotado de grande santidad y sabiduría para componer versos en loor de vuestra Majestad.

DIOS
-Tú también, hija mía, eres una gran escritora y tu obra la conocerán las futuras generaciones.

TERESA
-Plujo a Vos, Señor, el conceder a vuestra humilde sierva cierta gracia para escribir letrillas y algunas reflexiones de mi vida y soliloquios del alma. ¿Os placerá escuchar unos versicos en honor al nacimiento de Jesús?

DIOS
-Naturalmente. Todo lo que honre a mi Hijo es motivo de satisfacción para Mí.

TERESA
-Oídme.
“Pues la estrella es ya llegada
vaya con los Reyes la mía manada.
Vamos todas juntas a ver al Mesías,
pues vemos cumplidas ya las profecías.
Pues en nuestros días, es ya llegada,
vaya con los Reyes la mi manada.
Llevémosle dones de grande valor,
pues vienen los Reyes, con tan gran fervor.
Alégrese hoy nuestra gran Zagala,
vaya con los Reyes la mi manada”.

En vuestra gran sabiduría, advertido habréis que la gran Zagala es la Virgen María que hubo mucho contento con la venida de su Hijo al mundo.

DIOS
-Sí, Teresa. No hay nada que yo no sepa. Ten en cuenta que soy Omnisciente.
Me place mucho oírte recitar esos romances sencillos y que tu ánimo se solace con ellos, pero sé que también escribes versos llenos de fervor en los que el alma habla con tu Dios.
“Alma, ¿qué quieres de Mí?”

TERESA
-“Dios mío, no más que verte”.

DIOS
-“Y, ¿qué temes más de Mí?”

TERESA
-“Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida, ¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?

Si el amor que me tenéis, Dios mío, es como el que os tengo,
decidme: ¿en qué me entretengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?”

DIOS
-Me place este diálogo de tu alma como también son de gran mérito todos tus demás escritos.

TERESA
-Señor, al principio mandome mi confesor el escribir cosas de mi humilde vida y dispués que hube terminado este cometido, hube la osadía de siguir escribiendo y ansí salieron a la luz otros escritos, para gloria vuestra, como son los llamados “Las moradas”, “El libro de las fundaciones”, “Camino de perfección”, algunos más y unas cartas en número de más de cuatrocientas que hube de enviar. ¡Ay, pero qué bobica, Señor! Todo esto ya lo sabéis Vos, ya que sois Omnisciente.

DIOS
-Así es. Teresa, tu vida ha sido una continua lucha por servirme a Mí, a la iglesia y a los demás. Llena de contrariedades, persecuciones y dolorosas enfermedades. Dime, hija mía, en medio de tantos sinsabores, ¿te has sentido feliz alguna vez?

TERESA
-Siempre sentime dichosa y llevaba con paciencia todos estos padecimientos para la salvación de mi alma. Pero cuando en verdad fui feliz era al recibir los grandes favores celestiales y entrar en éxtasis y arrobamientos y tenía el deleite de ver a Jesucristo y a los santos así como en una ocasión, aquel ángel, hermoso mucho, con un dardo de oro en las manos, el cual traspasome el corazón produciéndome un vivísimo dolor, no corporal sino espiritual, que me abrasaba en amor grande de Dios.
Pero ahora, Señor, llegada ya a la edad de sesenta y siete años, desearía reunirme con Vos pues mi corazón arde en deseos de abandonar esta morada terrenal y gozar de la dicha celestial.

DIOS
-Sea, hija mía. Las puertas del Paraíso te estarán esperando abiertas de par en par.

TERESA
-Gracias, divina Majestad, porque…

“Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para Sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
“Que muero porque no muero”

Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero”. (queda como en éxtasis).

VOZ EN OFF
-Santa Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582 a la edad de sesenta y siete años.
Fue declarada Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca.
Patrona de los escritores en lengua española.
Y en el año 1970, Doctora de la Iglesia Católica.

Carmen Carrasco, Delegada Nacional de Poesía Granada Costa

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