Portada » CARPE DIEM

“Siempre se ha creído, refiere Gilbert K. Chesterton, que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción”. Por ello, es evidente que todo hombre, aunque muchos crean que esto no les concierne, camina por el tiempo llevando en sus adentros el viento continuo de su destino en comunión secreta con las corrientes del instinto y de la voluntad. “Cada cual, dice Miguel de Cervantes, se fabrica su destino”. Tan es así que, si alguien no está convencido de ello, no es nada en la vida. Pero, ¿acepta el ser humano su sino, o vive alejado de él, o es indiferente a sus signos y señales? ¿Qué entiende el hombre por destino? ¿Es el azar? ¿Es la casualidad? No. El destino es ese fluido interno que se fragua como efecto de lo que el hombre siente por aquello que vive, es decir, por sus acciones pretéritas y presentes y por las consecuencias que de éstas se deriven, es decir, la sucesión inevitable de acontecimientos provocados e incognoscibles que ocurren en diferente lugar y tiempo, pero que una vez unidos forman una sola consecuencia en un futuro no muy lejano a cuando ocurrieron los otros.

El hombre, además de forjar su destino, es su dueño. Él es quien lo domina, quien lo conduce… Por ello, “tendremos el destino, refiere Einstein, que nos hayamos merecido”. A veces, por circunstancias internas o externas a la persona, el hombre se ve obligado a cambiar de rumbo, pero nunca de destino.

De humano es acobardarse ante ciertas situaciones; de ceder ante lo previsto o imprevisto; de descansar tras la derrota; de aprender del fracaso; de continuar viaje al encuentro de lo que se quiere… Pero lo que nunca debe hacer una persona es desistir de su quehacer cotidiano por muchos obstáculos y reveses y aflicciones que le surjan, o al reflexionar simplemente sobre la impotencia que siente al saber que el mundo y la sociedad son entes más poderosos que ella.

Si el hombre no aprendió en su tiempo a reconstruir…, ¿de qué le sirve, pues, destruir? Se asolan países. Se destrozan cuerpos y vidas. Se acrecientan las distancias entre los pueblos. Se quema hasta lo incombustible. Pero…, ¿y las ideas? ¿Quién es capaz de destruir las ideas y demás emanaciones del pensamiento?

Es natural que el hombre dude, incluso de sí mismo, que pase por momentos de indecisiones, que no sepa por qué penetran en su orbe íntimo las tribulaciones, pero lo que es antinatural es que olvide la tarea que ha de realizar en la vida, sus responsabilidades, sus conexiones -desde el respeto, las libertades, la comprensión- con otros individuos y con las labores que éstos desempeñan. De ello depende el destino de cada cual y, por ende, de los pueblos, de la humanidad. Si en vez de soportar cada uno su destino lo cultiva, todo hombre le dará sentido a la vida y se encontrará con la razón de vivir. Pero, ante todo, hay que convencerse de que el pasado ya no existe, sólo ha quedado en la memoria como experiencia. Y el futuro tampoco existe, y por tanto tampoco caben esos miedos que nos acosan y tanto nos preocupan. Entre los miedos del pasado y del futuro muchos no viven, pues la vida sólo existe en presente, sólo se nos ha sido dado el presente, y éste es el que hemos de vivir sin perdernos en quimeras. Sólo existe el “aquí y ahora”, como dice Nowen en uno de sus libros, lo demás es previsión del futuro o recuerdo del pasado, pero ni las previsiones ni los recuerdos acrecientan la delectación del momento presente.

Los días parecen iguales, pero cada uno es único, irrepetible. Las grandes cosas y las pequeñas suceden un día y a una hora concreta, cada momento es especial. No dejemos pasar la oportunidad.

A veces estamos ahogados u obsesionados por un problema y la solución está al alcance de la mano, pero, como no somos conscientes de ello, no nos enteramos y buscamos el feliz resultado por caminos equivocados, alejándonos cada vez más de su auténtica resolución.

Carlos Benítez Villodres

Deja un comentario