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BICENTENARIO DEL GRAN ROMÁNTICO ZORRILLA Y SU HUELLA EN GRANADA (2ª Parte)

TOMANOTA

Las calles estaban abarrotadas para darle un recibimiento apoteósico a José Zorrilla  cuando llegó a Granada en el tren expreso de la noche del 14 de junio. Ahí comenzó el baño de multitudes que no le abandonó durante  el más de un mes  de estancia en Granada. Fue llevado por las calles principales de la ciudad subido en un carruaje descubierto en compañía del alcalde, del gobernador y de Seco de Lucena. Zorrilla fue alojado en el Carmen de los Mártires. Volvió a visitar la Alhambra en compañía de poetas, periodistas y autoridades locales. Se dejó fotografiar en el Patio de los Leones. Participó en lecturas poéticas y asistió a los teatros y toros.
En 1915 fue colocada una placa sobre la puerta de salida al jardín en la que se recuerda el acontecimiento. El Centro Artístico emitió una moneda conmemorativa de la coronación. Se habilitó el Paseo del Salón con miles de sillas y tribunas. Frente a las Titas fue montada la tribuna presidencial donde tendría lugar la coronación. Las crónicas del momento calculan que se dio cita una multitud para rendir homenaje en el acto literario más grande que ha visto Granada y quizás  la España de la época. En total fueron 923 las coronas que le entregaron aquella tarde en el Paseo del Salón. La mayoría eran de laurel natural o de flores, pero también de metales preciosos.

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La Coronación en la Alhambra tuvo lugar en el Palacio de Carlos V, profusamente exornado de oropeles, paños carmesíes, alfombras, pendones  de los Reyes Católicos y cordobanes. El edificio circular estaba repleto de autoridades. La reina no se desplazó finalmente a Granada para coronar a Zorrilla, pero delegó su representación en manos del Duque de Rivas. El cual dijo: “Tengo la alta honra de poner en vuestras manos la corona que el Liceo, Granada y España toda dedican a ceñir la venerable frente del más ilustre de nuestros poetas, del cantor insigne de nuestras gloriosas tradiciones…”  El discurso de respuesta del Liceo fue pronunciado por otro de los “padres” de la coronación, el catedrático Antonio López Muñoz. Y gritó alto y fuerte: “¡Viva Zorrilla! ¡Viva el rey de los poetas! Aquellos días tan intensos en la ciudad de la Alhambra los calificó el poeta como lo más grande que le había ocurrido en su vida.

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Sin embargo el destino de joyas y las dos coronas regaladas por Granada (en 1845 y 1853) fueron dejadas en depósito en el altar de la Virgen de la Peña de Francia, en Valladolid. Pero no ocurrió lo mismo con los varios kilos de oro, plata y brillantes que se llevó de Granada tras su coronación en 1889. La situación económica de Zorrilla era muy precaria a su vejez y, encima, había dejado de trabajar durante el tiempo de la coronación que permaneció en Granada. Por lo que no tuvo más remedio que enviar las joyas a la casa de empeño de Mariano Fernández, en Madrid. Allí dejó todo lo que le habían regalado en Granada, salvo la aclamación con delirio a un hombre ya achacoso y desilusionado por la constante mezquindad que le rodeaba. La salud de Zorrilla no le permitió vivir más allá de enero de 1893, sin que hubiese podido recuperar su empeño. En cambio la mayoría de coronas de oro y plata fueron recuperadas de la casa de empeño por la reina María Cristina. Habían transcurrido tres años de la muerte de Zorrilla. La regente acabó donándolas a la RAE, donde actualmente están expuestas, con motivo del Bicentenario de Zorrilla. Por cierto, la corona del Liceo de Granada, elaborada por Manuel Tejeiro, como las demás coronas son de oro o plata macizos.

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Recapitulando es de destacar el gran afecto que Zorrilla sintió por Granada y la Alhambra. Incluso en un verso dice que le gustaría ser enterrado en Granada. Asimismo sin embargo también su obra carece de intimidad y no plantea problemas ideológicos; aspira a pintar, y lo consigue, la España caballeresca del ayer. Dijo que los ciento cuarenta mil versos que llevaba publicados le han formado, bien contra su voluntad, un proselitismo, una escuela a cuya cátedra no ha tenido intento de subir jamás: “una cohorte de sectarios sigue mis pasos, que copia mis pensamientos, que imita los metros en que escribo, que se abandona a mis errores y extravagancias…” Zorrilla tuvo el infortunio, literariamente hablando, de sobrevivir a su tiempo pues continuó escribiendo hasta 1893 sin que ni su estilo ni su temática hubiesen evolucionado lo suficiente para asimilarle a las nuevas tendencias, que aparecieron en la época final de su vida.

Francisco Velasco Rey

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