Antonio Cantero expone en El Corte Inglés de Málaga y presenta su libro Pintando al Natural

Desde el pasado 27 de septiembre, Antonio Cantero expone en el ámbito cultural de El Corte Inglés de Málaga una muestra de sus obras. La exposición estará abierta durante todo el mes de octubre y buena parte de noviembre.

Cantero nos invita a sumergirnos en sus paisajes de claroscuros, ricas texturas y divina proporción. Técnica y profesionalidad que le han granjeado infinidad de títulos y premios en certámenes de todo el panorama nacional.
Ahora, en su tierra natal, Málaga, nos acerca visiones que van desde la España rural hasta la Roma bella y nocturna, transportándonos con cada cuadro no solo a lugares, sino también a crepúsculos y atardeceres de ensueño.
Durante los días del 3 al 6 de octubre, Antonio Cantero expuso parte de sus cuadros en Frigiliana (Málaga). Las fotografías que acompañan en este artículo fueron tomadas en dicha exposición.

Recientemente, Antonio Cantero ha publicado con la Editorial Granada Club Selección una obra que servirá para llevar sus obras a nuestros hogares, y poder visitarlas en un formato accesible y de calidades accesibles. En “Pintando al natural”, Antonio muestra algunas de las obras a las que más cariño les tiene, tratadas con mimo para alcanzar una representación casi perfecta del cuadro real.

Dentro del libro, Javier Urcelay Alonso nos hace una aproximación del autor digna de grandes como Velázquez, Monet o Joaquín Mir. Empieza dando unos detalles biográficos de Antonio, pasando por su etapa de estudio de la técnica pintora, su participación en certámenes o la enseñanza, en la que estuvo inmerso durante muchos años. Dejamos el descubrimiento de estos entresijos a cada propietario de un libro.
Pero, para abrir boca a todos aquellos que quieran visitar la exposición que desarrolla Antonio en el Corte Inglés de Málaga o bien para quienes piensen en adquirir un ejemplar de la obra, reproducimos lo que Javier tiene que decir sobre la obra de este maestro de la pintura paisajística:
«Preguntado Antonio Cantero por los pintores que más pueden haberle influido, menciona una lista que es ya una declaración de sus preferencias estilísticas: Darío Regoyos, Ramón Casas, Joaquín Mir… entre los españoles. Y luego, claro, los Monet, Cézanne, Pisarro … Y es que no se puede entender la obra de Cantero sin encuadrarle en el impresionismo. Hasta el punto de que podríamos decir que Cantero, como pintor, se equivocó de siglo. O, dicho de otro modo: que, si hubiera vivido a finales del siglo XIX, su obra se incluiría, con toda la naturalidad, entre la de los nombres más representativos del impresionismo español.
La pasión de Cantero por el elenco de sus pintores favoritos no es sólo estética, sino también histórico-biográfica. Diríamos que vive con ellos, los hace miembros de su familia, llena su conversación con sus anécdotas, los considera admirados amigos cuyas peripecias vitales curiosea, de los que siempre quiere aprender, a pintar, e incluso a vivir.

Cantero es visitante asiduo de museos y, sobre todo, lector y acariciador de libros de pintura, de libros de pintores que durante años su esposa, que trabajaba en la sección de papelería de El Corte Inglés, le regalaba a la menor ocasión. Ella ha sido causa, confiesa el artista, de que yo haya seguido pintando, porque siempre me ha empujado y ha soportado los inconvenientes de mi dedicación: “Conozco esposas que han impedido pintar a sus maridos en casa diciendo que no soportaban el olor del aguarrás. En mi caso ha sido lo contrario, siempre he encontrado ánimo y estímulo”.
Aun así, reconoce que las opiniones de su esposa no le influyen, como de hecho no le influyen las de nadie, ni siquiera las de sus clientes: “Yo hago un cuadro como a mí me gusta. Y le digo a mis clientes: si no te gusta a ti, no pasa nada, mala suerte, no te preocupes, yo me lo quedo. Pero yo hago el cuadro que me gusta a mí”.
Su adscripción al impresionismo se refleja también en otra afirmación que es para él fundamental: “Procuro pintar siempre del natural. He huido de la fotografía, a la que me acojo solo cuando no tengo más remedio”.
Es curiosa esta antinomia de dibujo y pintura en la concepción artística de Cantero. Quizás haya que buscar sus raíces en aquella sensación de niño de que “no le salía nada”.
La pintura para él no puede quedar ahogada por el dibujo. Por eso, opina, el pintor empieza figurativo, y termina en la abstracción, porque la creatividad está en el cerebro del espectador que contempla el cuadro. Y como refrendo a sus palabras recuerda una anécdota: “Estaba yo pintando en Puerto Lumbreras, y un hombre, al contemplar el cuadro me dice: está el cuadro fenomenal, y el personaje a caballo es una maravilla. ¡Y yo no había pintado ningún personaje a caballo!”. El pintor tiene que aprender a sugerir, para que el espectador complete la obra. Pero sin llegar a la abstracción pura, porque el compromiso del pintor debe ser llegar al cerebro del espectador con cierta información. Por eso no abandona la pintura figurativa en la que cabe encuadrar toda su obra, aunque a veces -basta mirar algunos de sus cuadros, como “Desembocadura del Guadalhorce” o el agua del estanque en su “Parque de Huelin” – el dibujo o las formas hayan desaparecido casi por completo.

En su pintura, Cantero empieza por un boceto en un papel, en el que dibuja el tema y señala proporciones. De ahí pasa directamente a los pinceles en el lienzo, sin mediar dibujo alguno y sin usar lápiz o carboncillo. Primero los tonos oscuros, y más tarde los claros, para que no se ensucien, con los que delimita las formas y volúmenes. Los oscuros con mucho médium y poca pasta, para después recortar con la luz perfilando el dibujo.
La consecuencia del deseo autoimpuesto de pintar del natural son los temas que Antonio cantero cultiva en su obra. Empezó pintando bodegones, porque cuando trabajaba de fontanero era lo único que podía pintar del natural por la noche, lo único que podía ponerse delante y que se dejaba pintar sin luz del día. También comenzó por pintar bodegones porque su maestro, Juan Baena, le enseñó que se empezaba por los bodegones, luego se pasaba al paisaje, y al final venía el retrato. Por eso ya no pinta bodegones, salvo encargos -entonces el cliente escoge- y todo lo pinta siempre del natural y casi siempre son paisajes. Confiesa haber pintado unos treinta retratos, pero el retrato no le gusta, porque “en el retrato la gente no valora la expresión artística sino el parecido, y eso te obliga a estar más pendiente del dibujo que de la pintura”.
La vocación de Antonio Cantero por la pintura es radical, tanto que constituye en él una segunda naturaleza: “Yo no soy pintor, soy amante de la pintura. Me gusta tanto pintar que me gusta hasta el olor del aguarrás, hasta limpiar los pinceles. No soy pintor, sino filo-pintor, como Sócrates decía que no era sofos, sino filo-sofo. Yo igual, no soy pintor, soy un amante de la pintura”.

La pasión por lo que hace es la clave secreta de la obra de Cantero: “No tengo regla fija a la hora de realizar un cuadro. Me dejo llevar por la emoción del momento. A veces, me la produce más una casa derrumbada que una catedral”.
El pintor confiesa no tener ningún cuadro predilecto. Todos los cuadros tienen para él la misma deficiencia que tenían los primeros que pintaba, nunca los ve acabados. Por eso se atreve a decir que los cuadros no se terminan, se abandonan. Para él todos sus cuadros tienen el mismo valor, aunque algunos le puedan gustar más, pero simplemente porque ese día estuvo más inspirado o le salieron con más facilidad. Cree que no es bueno apostar por uno o unos determinados, porque si fuera así le limitarían, trataría de repetir sus claves, y, como él dice, el pintor tiene que andar suelto, y por ese camino encontrar.
“Si volviera a nacer, volvería a ser el mismo pintor”, resume esa vocación irreductible que caracteriza al artista. Porque para sí mismo, simplemente, no es capaz de concebir otra vida distinta. Es una vida tan plena que no puede haber predeterminación. Solo echa en falta no haber tenido más ocasión de contemplar más cuadros. Y nuevamente acude para explicarse a una de esas anécdotas o vivencias de pintores que fluyen una y otra vez de él con toda naturalidad: “Como dijo van Gogh, daría diez años de mi vida por haber estado contemplando La novia judía de Rembrandt diez minutos más”.
Por eso Cantero considera un privilegio haber conocido por esos pueblos a tantos pintores “concurseros” de los que siempre ha aprendido algo: Blai Tomás, José María Díaz Martínez, Abraham Pinto, Cristóbal León, Paco Segovia… que son todos tan buenos.
Fruto de su participación en tan numerosos concursos y de los premios obtenidos, la obra de Cantero se encuentra hoy dispersa en el Museo de Donaciones de la Casa Real, en el Ayuntamiento de Málaga, en la Diputación de Málaga, en el Centro Cultural Reina Sofía de Cádiz, Museo de Cortelazor de la Real y en el Fondo de Arte de Cajamar además de en colecciones privadas tanto en España como en Italia, Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos y Rusia.
A Cantero no le preocupa la fama ni busca el reconocimiento. De su maestro Baena aprendió que hay que pintar sabiendo que la pintura es como el corcho, que la buena siempre sale a flote. Porque no hay pintura de un estilo u otro, de una u otra tendencia, sino solo pintura buena o pintura mala, y la buena pintura siempre acaba poniéndose en su sitio. Un crítico o una moda te podrá encumbrar siendo tu pintura mala, pero antes o después caerás. Y lo contrario, si tu pintura es buena, acabará siendo reconocida, aunque sea después de tu muerte.

Confieso que al pensar en el libro que se dedicaría a la obra de Antonio Cantero pensé que “El pintor de Málaga” habría sido un buen título para él. Pero es cierto que habría traicionado sus sentimientos. Siendo malagueño por los cuatro costados, Cantero antepone como pintor su amor a la belleza, allí donde la encuentre: “Tengo la suerte de conocer multitud de sitios, poco importantes en los mapas, que tienen una belleza extraordinaria: Jerez de los Caballeros, Castellar de Santiago, Villanueva de los Infantes, Frías… Málaga sí, pero no hay para él verdes como los de Cádiz, con su tinte anaranjado; o montañas como las de Almería, que tienen una pelusa producida por el calor que amortigua el contraste cromático de los claroscuros…
Para pintar, Cantero sigue el consejo de Carlos de Haes, el padre del paisajismo español: “entornar los ojos”. De Haes, cuenta Cantero en una enésima anécdota de pintores, llevaba un cartel con esa frase en su caja de pinturas, para que no se le olvidara. Lo importante -insiste como quien desvela un secreto- no es el dibujo, sino los tonos. Un cuadro bien entonado tiene más verdad que un buen dibujo. Los tonos son la verdad de la pintura. En la perspectiva atmosférica está la verdad, no en la lineal. El tono es la clave.
Cantero se considera un privilegiado. Sabe que no ha inventado nada. Tiene la suerte de que grandes pintores han abierto el camino, y los que vienen detrás solo tienen que recorrerlo. ¡Fue Delacroix el que se dio cuenta de que los limones, con determinada luz, había que pintarlos violeta y no amarillos! El ojo, explica el artista, tiene una defensa natural y crea los colores complementarios para que no le agreda la luz. Y de ahí pasa en su conversación a una anécdota de Van Gogh. Lee mucho de pintores, todo lo absorbe. “Antes leía la Biblia, confiesa, y ahora leo de pintores”.
No le damos importancia, insiste, a que somos unos privilegiados. Otros abrieron los caminos. Hoy tenemos los colores metidos en tarros, antes se los tenían que hacer en morteros. Hablar de pintura, ver pintura y saber cómo otros han llegado es importantísimo. La pintura no es solo pintar.
Cantero suele pintar sobre tabla. Así comenzó históricamente la pintura al óleo. Luego se usó el lienzo porque era más cómodo de manejar, más transportable y almacenable. Pero la tabla aguanta mejor los pigmentos que la tela, en la que, si la imprimación no es buena, los aceites pueden acabar pudriendo el hilo. Además, la tabla permite presionar la espátula, y darle carácter al trazo.
El amor a la pintura se traduce en Cantero en su aceptación de todas las escuelas y tendencias. Toda persona que coge una paleta para realizarse en un cuadro le parece digna de respeto, siempre que haya honradez y no se trate de una impostura.

Volvemos a lo de que solo hay pintura buena y pintura mala. Y al ejemplo de sus pintores: El Greco o Modigliani tuvieron que enfrentarse a los cánones que regían en su época… El problema no es que los marchantes favorezcan uno u otro estilo si lo hacen porque estiman una obra. El problema es cuando el marchante solo pretende ganar dinero y no defender una forma de pintar. Cuando es así, desaparece toda la magia de la pintura.
Su filosofía del arte, y probablemente de la vida, es clara: el reconocimiento, si tiene que venir, llegará. Y si nunca llega, tendrás la satisfacción de haber hecho lo que te ha gustado. El reconocimiento no tiene por qué ser una meta, porque si lo es, todo se convierte en meramente mundano.
Por eso él jamás se ha planteado pintar de otra manera, ni nunca ha tratado de adaptarse a los gustos de un jurado o se ha interesado por saber quiénes lo componían. Cantero es fiel a sí mismo, y si su obra tiene la suerte de que le gusta a alguien, pues mejor, Y aquí le viene a la boca el famoso dicho popular de que entonces es como jugar al póker y ganar.
Cantero es, ante todo, libertad creativa. Y reivindica no ser un “pintor de rápida” -lo habitual en los concursos- sino un pintor que pinta rápido. La diferencia es que el pintor de rápida cae, inevitablemente, en un cierto amaneramiento, que le hace pintar siempre con un esquema preconcebido. Se pinta así igual en cualquier sitio, cuando cada sitio tiene distinta luz, argumenta. No se puede pintar en Ciudad Real, por ejemplo, como si se estuviera pintando en Cádiz, porque la luz es completamente distinta.
La luz, esa sensación indefinible que impresiona nuestra retina antes de que el cerebro la interprete. La luz, que varía esquiva de un momento al siguiente. La luz, que crea las formas y los colores, que lo trasforma todo y da la vida.
Esa es la obsesión del pintor impresionista, ese es el señuelo que persigue Cantero en su pintura.
La pintura de un pintor que es más que un pintor, que es un amante de la pintura.»