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ALGO MÁS QUE PALABRAS: CON ROSALÍA SE DIGNIFICÓ GALICIA

Con Rosalía de Castro, una figura imprescindible en la literatura del siglo XIX,  se reinventa el gozo de la tristeza, la alegría del verbo vuelto en verso. Vive la vida con el tono irónico de la metáfora, para remitirnos a través del tiempo a la seriedad de sus silencios y a sus paraísos de libertad. Hace bien este Medio de comunicación, por tanto, de evocar a esta heroína de celestes sueños y de mares profundos, capaz de sentir con poesía las emociones más profundas y de bañarse con abecedarios sublimes, en una especie de homenajes junto a la soledad, que ensanchan sus horizontes literarios, o si quieren en el dolor (propio y ajeno) de vivir en la palabra, como esa “hija del mar”, dispuesta a todo, hasta dar sentido al sufrimiento.

Ella, que fue una figura mítica en su tiempo, supo encauzar sus labios creativos hacia orbes valientes, más allá de los moldes críticos-literarios, pues hasta sus lágrimas llevan consigo esa templanza de lo vivido y de lo dejado por vivir. Es lo oportuno de un ser que convive con la hondura de lo que Unamuno habrá de llamar el sentimiento trágico de la vida, la lucha entre el ser y el no ser, entre la fe y la duda, entre el cohabitarse y el aislarse, sabiendo que “es feliz el que soñando, muere; y desgraciado, el que muera sin soñar”. Precisamente, los poetas de alma como Rosalía, que son más poesía que cuerpo, perciben toda vida como un verdadero ensueño digerido y dirigido, envuelto en la esperanza de los días, puesto que la dicha no es más que un amanecer y el malestar una mala noche.

En su poética también se ensalza ese coraje por ser un ser humano, y así apunta a los problemas sociales de su tiempo, el mundo migrante a través del éxodo rural, a la situación de las mujeres que tenían que enfrentarse a trabajos agrícolas y, al mismo  tiempo, a las tareas de la casa. Su voz es una voz sufriente, que nos sorprende por su contribución crítica a lo social, rompedora por otra parte con su tiempo, y nostálgica con los suyos, donde era más Rosa (literaria) que Rosalía. También su prosa, tanto en lengua gallega como en lengua castellana, era de una hondura poética que verdaderamente conmovía a los lectores, por su visión costumbrista, íntima y social de la realidad que nos circunda. En su paso por la vida, cultivó el intelecto con un espíritu solidario de referencia a la propia naturaleza. Sintió su Galicia como pocos y la concibió con suplicio, atormentada muchas veces por su profunda sensibilidad a todo cuanto le rodeaba, pues como decía: “la miseria seca el alma y los ojos además”.

A pesar de que nunca tuvo una buena salud, hemos de reconocer que a través de su obra literaria, revolucionó la lucha, tal vez por su inconformismo, contribuyendo al renacimiento de la lengua gallega, injertándole un carácter de lengua culta, a través de sus paisajes y el sentimiento de sus gentes. Con una extraordinaria capacidad descriptiva, nos ha legado auténticos testimonios, sobre todo en el tema migratorio. Describió, con gran singularidad, aquella “morriña”, cuajada de sufrimientos y soledades, que sentían los que se veían obligados a abandonar su amado entorno y a dejar a sus seres queridos entre las miserias más míseras.

Mito y símbolo de Galicia, la autora de obras inmortales como “Follas Novas” o “En las orillas del Sar”, sin duda, fue una adelantada de su tiempo, en una tierra maltratada y dolorida, vaciada por la despoblación campesina y viciada por la discriminación. Desde luego, supo poner acento y coraje para denunciar los innumerables atropellos que se producían a las nobles gentes del campo, manifestando su descontento por la pobreza del aldeanismo gallego o la precaria situación laboral, rayando casi la esclavitud, que sufrían algunos de sus paisanos fuera del terruño. Si su obra supuso un renacer de la cultura galleguista, su vida fue una permanente recuperación de la dignidad gallega, reivindicando en todo momento el papel de la mujer en las Letras.

 Indudablemente, ella era todo un referente y una referencia, a pesar de ser menospreciada y marginada. Al fin, fue la generación del noventa y ocho y los modernistas, los que reconocieron en Rosalía un espíritu inquieto, batallador, amante del verbo y la palabra, de la acción y de la coherencia. Vocacional literata del romanticismo, como corriente de luz, ha cultivado con lucidez lo auténtico, en modo siempre de búsqueda, de expedición a la verdad, donde jamás puede haber matices.  Ahí quedan sus «Cantares gallegos», haciendo camino, resonando por entre los pilares del tiempo, pues aparte de innovadora y precursora del modernismo español, ha sido y será por siempre, uno de los más sublimes horizontes de la poesía del noroeste peninsular. Lleven los versos a sus labios. Su corazón nos sigue hablando, se lo puedo asegurar. Pruébenla.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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