La Fábula del rey y su hijita

Habían llegado al tema crucial, la motivación para elegir aquella carrera. Un joven estudiante de medicina, preguntó a su profesor como podía ser un buen médico.

–Yo quiero ser el mejor, –dijo el joven alumno–. ¿Que habilidades debo reforzar o en que disciplinas debo centrarme para conseguirlo?

–Buena pregunta –dijo el profesor– permíteme que te cuente una pequeña historia.

Y así le contó el profesor: «Había una vez un rey que gobernaba en un país muy rico. Era un buen rey que amaba mucho a su hijita, tanto que quería agasajarla con todas las riquezas, todo era poco para ella. No la veía demasiado, porque dedicó gran parte de su vida en las guerras para conquistar otros países. Quería hacer de su reino el más rico. Todo para darle a su hijita todas las riquezas del mundo.

Mandó construir un palacio para ella, en el que hasta el último detalle era de oro macizo. Desde los almenajes hasta el cepillo con el que peinaba su pelo. Pero la niñita siempre estaba triste, cuantas más cosas tenía, menos feliz parecía. Fue creciendo sin ver a penas a su padre que se desvivía por encontrar en nuevas tierras aquello que la hiciera feliz. Buscó en todos los rincones de la tierra las cosas más exóticas e increíbles. Desde las mascotas más pequeñas hasta los animales más grandes y fieros. Un acuario gigante, los tejidos más elegantes, las piedras preciosas más grandes y hermosas. Pero ella seguía triste.

El rey ya anciano yacía postrado en su lecho con la vida a punto de extinguirse. Para cuando llegó el día de su muerte, había puesto el mundo a sus pies, su imperio abarcaba casi toda la tierra conocida, todo por amor a su hija. Pero en el lecho de muerte ella le dijo: “papa me diste todo lo que existe, hasta cosas que jamás imaginé, pero no me diste lo que yo realmente quería.” El rey que casi no podía hablar, la miró sin entender, ¿qué se le podía haber olvidado si se lo dio todo? Ella continuó: “yo no quería nada de lo que me has dado, solo quería estar contigo y nunca estuviste a mi lado.” Jamás se le ocurrió preguntarle que quería ella o como se podía sentir en aquella enorme jaula de oro. En su obsesión por darle lo mejor, no le dio lo único que sí estaba a su alcance, sin tener que invadir otras tierras ni buscar tesoros escondidos. Jamás supo qué le afligía, qué le hacía estar triste. Solo hubiese necesitado escuchar».

–Perdone pero no le entiendo –dijo el alumno perplejo y algo frustrado con aquella respuesta. Después de todo estaban en una universidad de medicina, no sabía a qué venia aquel cuento, se supone que debía recibir instrucciones científicas.

–¿Porque quiere ser usted médico? –preguntó el profesor.

–Bueno quiero ayudar a las personas, quiero que sanen sus enfermedades, creo que es una de las profesiones más honorables que existen.

–Bien dicho –dijo el profesor–, pero si le hubiésemos preguntado a aquel rey porqué quería ser el mejor padre del mundo, podría haber contestado algo parecido a lo que tú has dicho. “Porque quiero ayudar a mi hija, quiero sanar su tristeza, que siempre se sienta bien, que tenga todo lo que necesita y porque creo que es el trabajo más honorable que existe”. Pero eso no hizo que lo hiciese bien, todo lo contrario.

El alumno comenzaba a entender la analogía pero seguía sin comprender la respuesta a su pregunta.

Si aquel rey hubiese escuchado a su hija, –continuó el profesor– hubiese entendido qué era lo que le afligía y entonces podría haberla hecho feliz. La moraleja de esta historia es que para ser un buen médico, padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, abuelo, jefe, rey, sea lo que quieras ser, debes escuchar.

Vivimos en un mundo en el que nadie está interesado en escuchar a los demás, solo en escucharse a sí mismos, de modo que nunca sabemos que necesitan realmente los que nos rodean. Algunos dicen en su defensa que sí escuchan, de hecho los médicos deben escuchar que le sucede al paciente para poder ayudarles, al igual que un padre a su hijo o un hijo a sus ancianos padres. Pero ¿escuchan realmente? Escuchar no es oír una versión de lo que creen sentir, sino saber ponerse en el lugar de ellos hasta casi sentir lo mismo que ellos sienten, es prestar atención con sincera emoción y compasión. Esta es la única manera de entender plenamente a qué se enfrentan y así poder ayudarles. De hecho esta manera de escuchar ya de por sí es curativa. Aquel rey podría haberle dado a su hija lo que necesitaba y ustedes no tan solo como futuros médicos sino como padres, hijos, hermanos y en cualquier faceta de la vida, podréis realmente ayudar a los que os rodean sabiendo qué es lo que necesitan.

Si sabes escuchar podrás ver más allá de una dolencia, las emociones, los sentimientos que se esconden tras las palabras, los gestos y las miradas. Y esto podréis aplicarlo a todo ámbito de la vida. Eso es lo que necesitas para ser un buen médico.

Manuel Salcedo

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