EL ROSCÓN DE REYES Y REINAS
Relato navideño sobre el Roscón de Reyes y Reinas: una cocina de cortijo, chimenea, familia reunida, la búsqueda de la figurita y el haba, y una abuela que une historia (Saturnales, Epifanía) con memoria, humor y ternura.

Mi abuela Antonia sentada frente a la chimenea de la cocina del cortijo andaluz nos cantaba cada año una canción: ¡Masa perfumada de agua serena,/eres nube blanda al bocado adepto!/Llevas en tu traje brillante de nácar/ el mapa de infancia que perdura en él./Sobre el mantel de lino, bajo la lámpara azul,/nos rememoras, con tu don,/que en ocasiones, la magia se hornea con el universo./ Roscón delicioso, festivo y certero,/ te deshaces en bocados e historia./Eres ritual eterno y apuesto/ que por un instante haces a Reyes y Reinas /monarcas de un feudo.
Sobre la mesa de madera de roble, cubierta con un mantel plateado con estrellas doradas de ocho puntas, reinaba el Roscón de Reyes y Reinas, así le llamaba mi abuela. No era una corona cualquiera. Era un anillo dorado, brillante como un parasol, cubierto con azúcar y ron. Con láminas de almendra tostada, como perlas y zafiros engarzados, trozos de naranja confitada y de lima, brillantes y pegajosos. En su centro, vacío y prometedor, parecía guardar el secreto de la Navidad.
A su alrededor, estábamos todos los nietos, un círculo de caras expectantes. Los más pequeños, con los ojos como platos, no podíamos apartar la mirada del bulto que se intuía bajo la masa, en algún lugar misterioso. Mis padres y mis tíos intercambiaban sonrisas cómplices, cargadas de la memoria de otras noches, de otros roscones, de otras sorpresas. Yo me preguntaba ¿Dónde estaría la sorpresa? ¿Y el haba? Estaba deseosa de hundir el dedo índice en el bollito esponjoso para intentar averiguar dónde estaba la figurita y adelantarme a mis primos.
Aquella noche le pregunté a mi abuela:
¿Cuál es el origen de esta fiesta?
—Según algunos historiadores los orígenes del roscón de Reyes y Reinas hay que buscarlos en los saturnales romanas-fiestas dedicadas a Saturno, con el objeto de que el pueblo pudiera celebrar los días más largos que empezarían a venir tras el solsticio de invierno. Esta festividad incluía banquetes, intercambios de regalos que permitía a los esclavos intercambiar los roles habituales. Unos y otros degustaban unas tortas redondas con higos, dátiles y miel que ya en siglos pasados incorporaban en su interior un haba seca. El afortunado al que le tocaba era nombrado rey de reyes solo por ese día. Con el paso del tiempo, la iglesia católica vinculó la tradición a la Epifanía del Señor, que se celebra el 6 de enero y simboliza la adoración de los Reyes y Reinas de Oriente al Niño Jesús con oro, incienso y mirra.
¿Solo se celebra en España?
—No. En Francia también. Hay quien afirma que el Rey Luis XV con tan solo cinco años popularizó la fiesta del roscón después de que un cocinero de su Corte quisiera sorprenderle colocándole un regalo en el postre que había preparado. Nació así la Galette des Rois, una galleta de hojaldre rellena de pasta de almendras que se parece mucho a nuestro roscón.
El aire en la cocina olía a emoción, a almendras tostadas y a turrón. Era un olor denso, dulce, que impregnaba nuestras ropas y se esparcía hasta el jardín de los vecinos, anunciando a gritos lo que estaba a punto de suceder en la cocina.
El primer bocado era un ritual en sí mismo. La masa esponjosa, ligeramente dulce con sabor a anís, cedía para dar paso a la nata montada. Masticábamos muy despacio, saboreando cada miga. Y entonces, se oyó el primer grito, era de mi prima Toñi la pelirroja:
—¡Me tocó! ¡Me tocó!
De entre las migas de su trozo, emergía, cubierta de azúcar, una pequeña figura de goma: un pastorcillo con un libro de Allan Poe. Los ojos de mi prima brillaron con un triunfo definitivo. La corona de cartón dorado, guardada todo el año en una caja de los chinos, fue colocada sobre sus rizos pelirrojos entre risas y aplausos. Su sonrisa era el faro de luz de la noche.
La ronda continuó con más ímpetu. Mis dientes mordían con cautela, explorando, buscando. Hasta que tía Dori, haciendo una mueca cómica de disgusto, escupió en su mano un pequeño objeto oscuro y arrugado.
—¡El haba! —comunicó. Vaya rollo. El próximo año tendré que pagar el roscón.
La conversación fluía entre sorbos de chocolate caliente, bocados de roscón y anécdotas familiares. La vez que a mi padre le tocó el haba cuatro años seguidos. El roscón, nos decía la abuela Antonia, desde siempre más que un pastel sabroso, era un puente dorado que cosía los recuerdos, que unía el pasado de los mayores con la ilusión voraz de los pequeños.
Poco a poco, el círculo dorado fue desapareciendo, reducido a migajas en los platos navideños y a un último trozo que la abuela guardaría para el desayuno del día siguiente. Las figuritas del belén que cada año nos montaba mi abuela parecían observar la escena con aprobación. Porque, en el fondo, aquella noche no era solo sobre los Magos de Oriente que trajeron regalos. Era sobre los magos de casa, los que, con harina, huevos y tiempo, conjuraban el hechizo más poderoso: el de la familia reunida, compartiendo no solo un postre, la tradición, a su vez la calidez de un ritual, la promesa de un nuevo año que empezaba con dulzura y con la certeza de que, mientras se celebrase la fiesta del un roscón habría historias que contar y risas que guardar.
—Abuela quiero aprender a hacer el roscón tan exquisito— le dije aquel día.
—El año próximo me ayudarás. Alicia son muchas las formas en las que se puede elaborar este bollo, y cada uno tiene sus recetas y secretos. La receta básica del roscón de Reyes incluye harina, levadura, leche, azúcar, mantequilla y sal. Para darle gusto se puede utilizar ralladura de limón o de naranja, y está muy extendida también la costumbre de añadir agua de azahar para aromatizar y aportar el característico aroma de este dulce. La receta mejoró y se fue depurando con el tiempo, y hoy podríamos decir que son tres los modelos estrella, relleno de crema, relleno de nata, o seco. El decorado típico consiste en frutas escarchadas y azúcar glas, aunque hay quien apuesta por otras alternativas como rosetones de nata o almendras tostadas.
—Gracias abuela. Pienso que comer el roscón en familia, primos, amigos…y abrir los regalos que nos han dejado los Reyes Magos es lo mejor de este mundo. Por cierto, he comprado con mis ahorros una agenda y un libro para Melchor, Gaspar y Baltasar que quiero depositar en los zapatos rojos que hay en el alféizar de mi ventana.
—Muy bien. Nada mejor que ser generoso/a con los demás, no solo en estas fiestas sino a lo largo de todo el año. Coged las zambombas y panderetas y cantemos juntos la canción que os enseñé el año pasado.
Las doce campañas suenan,
y el reloj no demora, no.
Se abre una página nueva.
Por la Gran Vía descienden
Melchor, gaspar, Baltasar.
Campanas dulces repican.
Oro al cielo, incienso al rio,
mirra al calor de la gente.
en el Manzanares frío,
la noche aprende a bailar.
La luna los ve pasar
mientras los sueños se fraguan.
Madrid en fe compartida
despierta creyente
en coro encendido
bendice el sueño que vela,
cuando amanece el rocío.

