“La vida a ritmo de batería” – A TODA COSTA
En “La vida a ritmo de batería”, Francisco Ponce Carrasco transforma el día a día en una partitura vital. Con humor y lucidez, convierte cada golpe, pausa y error en metáforas del vivir. Una reflexión sobre el ritmo interior que todos seguimos, incluso cuando desafinamos.

Por alguna razón misteriosa, la vida suena más a batería que a violín.
No es un instrumento elegante ni suave, pero tiene lo que todos necesitamos para sobrevivir: ritmo, desahogo y la capacidad de hacer ruido cuando ya no queda otra solución.
Vivir, como tocar la batería, consiste en mantener el tempo mientras el resto del mundo desafina.
El bombo, por ejemplo, es esa patada constante que nos impulsa a levantarnos cada mañana. ¡Pum! Lunes. ¡Pum! Tráfico. ¡Pum! Reunión a las ocho. Es el corazón del día, ese golpe firme que te recuerda que el mundo no se detiene, aunque tú aún no hayas terminado el desayuno.
Algunos viven con un doble bombo permanente, corriendo tras objetivos imposibles; otros, en cambio, apenas marcan el compás de su propio pulso.
El redoblante, ese tambor que anuncia batallas y celebraciones, es la voz interior que exige acción. Cuando el jefe pide algo “para ayer” o el reloj te recuerda que acudes tarde a todo, ahí está el redoblante: ¡ratatáplan!
Representa la urgencia moderna: no importa lo que hagas, hazlo rápido. Sin embargo, si lo tocamos demasiado, terminamos viviendo con taquicardia existencial.

Luego vienen los platillos, esos estallidos brillantes que interrumpen el ritmo. Son los imprevistos: el amor que llega sin aviso, la llamada que cambia tus planes o el error que, sin querer, te enseña algo. Los platillos tienen mala fama —demasiado ruidosos, demasiado caóticos—, pero sin ellos la canción sería aburrida. La vida, como una buena batería, necesita momentos que nos despierten los oídos (y los sentidos).
Tic-tac, tic-tac, día tras día. Es el sonido que mantiene la estructura, el hilo invisible que sostiene el caos. Todos tenemos nuestra monotonía personal: el “bocata” de la mañana, la lista de tareas, los mensajes sin responder. A veces queremos cerrarlo y lanzarlo por la ventana, pero sin ese compás predecible no habría base para los grandes solos.
Y hablando de solos. Ese momento en que decides romper la partitura y tocar a tu manera: cambiar de trabajo, mudarte, empezar un proyecto o simplemente decir “no”.. En la vida, como en la música, la improvisación se aprecia solo cuando se sabe mantener el ritmo.
Por supuesto, también están los silencios. Esos espacios que el baterista deja entre golpe y golpe, y que en la vida se parecen a los descansos, las pausas, los domingos sin culpa. El problema es que nuestra sociedad parece tener alergia al silencio. Todo debe sonar, todo debe producir. Pero sin silencios, no hay música: solo ruido.
Así que sí, la existencia es una batería desafinada. A veces golpeamos con fuerza equivocada, rompemos un parche o perdemos el compás.
Pero lo importante no es tocar sin errores, sino seguir tocando. Y si alguna vez sientes que tu vida suena como una banda que no ensaya, recuerda: hasta los mejores bateristas comenzaron golpeando ollas y sartenes.
En la música —y la vida— siempre se aprende haciendo ruido.
Francisco Ponce Carrasco
