Flores en la ventana
Una historia sobre la inteligencia emocional y el arte de amar. En Flores en la ventana, Alberto Giménez nos muestra cómo el ingenio y la serenidad pueden más que los celos, y cómo unas simples rosas pueden convertirse en símbolo de reconciliación y amor maduro.

Aquel día al pasar por la casa que había sido de sus padres, Noelia quedó sorprendida, en la mesa que había junto a la ventana había visto un precioso ramo de rosas. Eso era algo bastante extraño, pues aunque a Sonia le gustaban mucho las flores, para que ella las tuviera debían ser regaladas con amor. Regalárselas ella misma no lo soportaba, venía a ser como una masturbación. Y su relación con Gabriel, su marido, dejaba mucho que desear.
Al menos esa era la conclusión que sacó de su conversación con Sonia de hacía un par de semanas. Y precisamente de lo que hablaron no se deducía que ella fuera a recibir muchas flores próximamente. Había sido una conversación que a Noelia le había costado mucho decidirse a planteársela, y una vez decidida, le había costado más iniciarla.
No es fácil decirle a una buena amiga que su marido, del que está enamorada hasta las trancas, anda tonteando con una compañera de trabajo y que no parecen poner demasiado cuidado en que la cosa no transcienda. Por mucho que se quieran elegir las palabras, si quieres ser sincera, acabaras por decirle, con metáforas o sin ellas, que le están poniendo los cuernos a la vista de todo el pueblo.
Noelia había sido todo lo prudente que pudo, porque era su amiga, pero precisamente por eso no se calló ninguno de los datos que conocía. En pocos minutos había visto como el rostro de Sonia se transformaba, como de la sorpresa pasaba al asombro, para seguir sacudido por el dolor que, muy poco a poco, se transformaría en resignación y que, para su asombro, le pareció salpicado de ese toque picaresco, tan propio de Sonia. Después de eso llegó lo inesperado.
—Te agradezco Noelia que me hayas puesto al día de lo que el borde de mi marido anda haciendo por ahí, creo que podre encontrarle solución. Pero quiero pedirte un favor: no aparezcáis por aquí hasta principios de mes cuando vienes a cobrar el alquiler. Tu marido también estará al corriente ¿no? Si me hicieras falta yo te llamaría y por favor comportaos con Gabriel si lo encontráis por ahí, como si no supierais nada de lo que me has contado.
—¡Pero Sonia! Si yo todos los días paso por aquí de vuelta del trabajo…
—Y puedes seguir pasando, porque cuando tu pasas Gabriel y yo estamos trabajando. Y no olvides decírselo a Paco.
Habían pasado apenas dieciséis días desde que mantuvieron la conversación y se aproximaba el nuevo mes, que Noelia esperaba como nunca había esperado y no era porque le hiciera falta el dinero del alquiler, quería saber que había pasado entre ella y Gabriel. Necesitaba saberlo de inmediato, quería saber el porqué de aquellas flores que cada dos o tres días se renovaban ante la ventana.
Cuando llamó al timbre lo primero que la sorprendió es que le abriera Gabriel, que lo hiciera tan diligentemente y con un rostro del que habían desaparecido las muestras de inquietud y culpabilidad que lo adornaban últimamente. Volvía a ser el rostro de aquel Gabriel que enamoró a Sonia, era una expresión que destilaba amor.
Con la sonrisa de Gabriel, no hacía falta que invitara a Noelia a pasar, con aquel gesto estaba todo dicho. La voz cantarina de Sonia se escuchó acercándose a gran velocidad.
—¡Qué alegría cari! Ya iba siendo hora de que te dejaras ver por aquí… solo te acuerdas de nosotros cuando vienes a cobrar. Ay que alegría me da verte.
Noelia, estaba estupefacta escuchando el cascabeleo de su amiga, no era posible que hubiera olvidado que le había pedido que no volviera por allí hasta que tuviera que cobrarles. Pero con el abrazo de Sonia le llegó el murmullo que lo aclaraba todo.
—Tú sigue mi rollo y luego te explico.
Con los besos y las preguntas a que la cortesía obliga, mantuvieron por un momento el abrazo, mientras Sonia lanzaba una pregunta retórica a Gabriel que se apresuró a responderla.
—Verdad que la hemos echado mucho de menos cari…
—Sí, claro que sí, Sonia preguntaba a todas horas por vosotros.
—Gabi, ¿te encargas tú de traer lo del súper?
—Si amor, salgo ya y así volveré a tiempo de ayudarte con la cena.
Cuando Noelia y Sonia quedaron a solas, la primera no pudo reprimir el disgusto que le había producido la estoicidad con que su amiga había asumido la infidelidad de su marido y no dudó en decírselo.
—Chica no me esperaba esto de ti, te pone los cuernos, te lo hago saber y parece que estéis de luna de miel.
—Es que lo estamos Noelia, lo estamos.
—¿Así agradeces que te hay engañado?
—Vamos a ver Noelia, ante los hechos que me describiste solo cabían dos opciones. O trataba de ver si había algo que salvar en el matrimonio, y en caso afirmativo, como me pareció apreciar, trataba de recuperar a un hombre al que sigo queriendo u optaba por la que tu propones, tener una bronca de aquí te espero y quemar las naves. Luego cada uno por su lado, tirarme media vida echándolo en falta hasta que lo olvide o vuelva a encontrar una alma gemela, que Dios sabe si no me gastará la misma putada, y mientras tanto van desapareciendo los años de juventud. La época propicia para el disfrute se ha ido marchitando sin comerme una rosca. No, a eso no estaba dispuesta Noelia.
—Pero y la dignidad Sonia, ¿dónde queda tu dignidad?
—Esa dignidad que tú dices, ¿me va a hacer más feliz?
Noelia no quiso seguir profundizando en aquel debate, especialmente por lo alegre que se veía a su amiga. Le preguntó cómo había logrado que Gabriel cambiara tanto, que se hiciera tan servicial.
—Fue muy fácil, tú me diste las armas con que conseguirlo, me habías dado tantos datos de los escenarios del engaño que fue muy fácil. No creas que no estuve tentada de reprochárselo todo, de enumerarle todos aquellos momentos y lugares donde habían sido vistos, pero de tomar ese camino solo habían dos posibilidades, seguir hasta el final y separarnos definitivamente, o meterle una reprimenda de las de época y poco después perdonarlo. Con eso lo único que lograba era indicarle el camino para futuros engaños y perdones. Por eso lo que hice fue decirle que a una conocida de la peluquería le había sucedido algo parecido, pero cuidándome de referirle, como en un rosario de reproches, los sitios que el marido de mi supuesta conocida había utilizado, que en realidad eran los usados por Gabriel, diciéndole entre líneas que sabía lo sucedido, para, a continuación, decirle que si yo me enterara de que él me hacía algo así sería el final sin remisión de lo nuestro. Con eso dejaba la decisión de nuestra ruptura en sus manos. Él podía decirme en ese momento que le interesaba más la otra y se acabó. Era su conducta a partir de ese momento, la que me diría si yo le importaba o no.
—¿Y cómo resultó?
—Al día siguiente me llegó un enorme ramo de rosas rojas y ya has visto como se porta ahora conmigo. Ni cuando éramos novios lo había tenido tan entregado.
—Me alegro por ti Sonia, has vencido.
—Noelia no sé si he vencido o no. Solo sé que he recuperado su atención.
Han pasado muchos años, nunca más volvieron Noelia y Sonia a hablar del tema, pero cada vez que Noelia pasa por delante de la ventana de Sonia un nuevo ramo de flores ha tomado el relevo del anterior y le saluda alegremente.

