Febrero 2016
¿Os parece un contrasentido? Lo usual es que la enfermera cure al enfermo, por supuesto, pero “alguna vez” por excepción ocurre lo contrario, como en el caso que os narro.
El enfermo es Estanislao, al que conozco muy bien. Gravemente accidentado ingresó en el Hospital, y tras recibir la correspondiente asistencia sanitario, se encuentra ya en su casa, solo, y en silla de ruedas de por vida. Pidió y le concedieron una enfermera, para que periódicamente acudiera a su domicilio y se ocupara de él, ayudándole en las curas que necesitara. Y su nombre es Claudia.
Estanislao, entusiasta y muy positivo en su actitud ante la vida, comunicativo y alegre a pesar de su estado con tantas limitaciones físicas, era diferente a Claudia, hermosa ella pero tímida, apagada y quejosa, aunque admirable en su cometido con respecto a él, esmerándose en su delicado servicio. El primer día Estanislao la invitó a sentarse cómodamente y que le contara algo de ella, de su vida en general, de sus sueños e ilusiones, si era feliz, en fin, lo que quisiera…
Sus comentarios eran sombríos, sus palabras entrecortadas, sus silencios denotaban quebraderos de cabeza y dolores ocultos en el alma. Estanislao la escuchaba con “atención interpretativa”, y le hablaba con delicadeza pero mostrando alegría, paz, buen humor, y le contaba algunas anécdotas graciosas y episodios de su variada existencia. Y notaba que a ella, desde el primer día y los siguientes, le encantaban las ingeniosas historias de Estanislao, así como las hermosas y antiguas leyendas griegas, romanas y egipcias que le narraba; también le recitaba poemas que se sabía de memoria. Todo eso a ella le encandilaba, y le admiraba por su cordial y alegre manera de recibirla cada vez, tocando con su harmónica tonadillas que aprendió de oído.
Y así, y aunque anímicamente eran diferentes simpatizaron. Hasta que un buen día Estanislao en una relajada conversación se atrevió a proponerle lo siguiente:
-Mira, Claudia, me dijiste que no duerme bien, te desvelas con frecuencia, que te duele mucho la cabeza, la espalda, sobre todo las cervicales. Te propongo algo que te gustará. Cada día cuando vengas, después de nuestra charla habitual, coges la banqueta, te sientas en ella de espaldas a mí, y yo, aunque en silla de ruedas pero lo más cercano a tu espalda te daré masaje, y ya verás lo bien que te sentirás.
Ella le respondió perpleja pero deseándolo:
-Pero Estanislao, no está bien que lo acepte, como tampoco debería aceptar las largas y lindas charlas que tenemos, yo sentada sin hacer nada cuando soy yo la que debo cuidarte a ti.” Y tras un silencio suyo le dijo en voz bajita y titubeando:
“Pero no se lo dirás a nadie ¿verdad? Estanislao, con sinceras palabras le prometió total discreción y le infundía confianza…
Y así, Estanislao la recibía con ilusión, y se dedicaba a darle masajes largamente a su espalda, en las cervicales, en los hombros, en los músculos laterales del cuello, y suave y lentamente con las yemas digitales le acariciaba las orejas, le masajeaba toda la cabeza, repitiendo estas maniobras manuales en cada sesión. Y tras un descansito que ella aprovechaba para tomar algo de la nevera e ir al baño, ella se sentaba en la banqueta frente a él para que le masajeara las piernas, las rodillas y los muslos, con lentas fricciones ascendentes y descendentes hasta la cintura, añadiendo vigorosos amasamientos en los músculos centrales y laterales de los muslos, mientras el tiempo transcurría deliciosamente para ella y satisfactorio para él. A continuación le tomaba las manos y las masajeaba con especial ternura y sensibilidad, acercaba a sus labios cada uno de sus dedos y los besaba, así como las palmas y dorsos de ambas manos. Proseguía masajeando los antebrazos, los brazos, de nuevo los hombros y los laterales del cuello, y finalizaba con un lento y suave masaje facial.
De manera que en cada visita Claudia solo se dedicaba a descansar, a charlas cada vez más animosamente con él, y a recibir los masajes que Estanislao los amenizaba con sonoras grabaciones de música instrumental relajante. Claudia fue mejorando paulatinamente con las sensitivas atenciones y los tratamientos lenitivos que Estanislao le prodigaba, y con naturalidad y confianza por parte de ella le afloraban los sentimientos, y recibía los masajes susurrando con voz lenta, suave y bajita, lindas frases como éstas: “¡Ay, qué bueno es esto, estoy en el Paraíso, qué manos tan divinas tienes, Estanislao, estoy flotando en una nube rosada de algodón…!” Y otras lindas expresiones que le salían del corazón.
Claudia mejoró en todo. Por las noches dormía plácidamente, ya no se quejaba del dolor de cabeza, era comunicativa, se reía, por fin era feliz. Una vez, y de pronto, Estanislao le dijo: “¡Claudia, te quiero mucho!” Y ella le respondió con cariño: “¡Y yo también!” Y se dieron un abrazo y un beso muy significativos y prometedores…
¡Sí señores! En este caso, “el enfermo curó a la enfermera”.
Claudia, tras varios años de asistir a Estanislao (es decir, “de ser asistida por él”), vive ahora felizmente, con admirable y positiva actitud ante la vida, en su vivienda con espléndido huerto, en un lugar de la “Costa Tropical” de Andalucía.
Quiero finalizar esta historia con una maravillosa frase del célebre novelista francés Alejandro Dumas (padre, 1803-1870) que dice así: “Más feliz que los felices, es quien puede hacer felices a los demás”.