Portada » CHIMAMANDA

Apartó la mirada del libro y miró alrededor. La habitación ordenada reflejaba el aparente control que tenía sobre su vida. Un trabajo estable, un buen círculo social y sus rutinas perfectamente establecidas. Pero aquel libro de relatos, que había llegado a sus manos de manera inesperada, casi por azar, le había abierto la puerta a una perspectiva más amplia de la realidad. ¿Y si la vida era aún más sencilla y enigmática de lo que siempre había supuesto?

Dejó sobre la mesita el ejemplar de Algo alrededor de tu cuello, con el que estaba descubriendo la poderosa voz de Chimamanda Ngozi Adichie. Se sentía inquieto con lo que había ido leyendo, relato tras relato, y tuvo la imperiosa necesidad de salir a pasear, a respirar el aire puro. No sabía muy bien por qué se encontraba así, de repente, a sus cincuenta y un años.

Se puso la gabardina larga. El día era frío y oscuro. Negros nubarrones impedían que llegara la luz del sol a las calles de su querida ciudad. Caminó por las calles húmedas, entró en un par de librerías y estuvo ojeando libros durante horas. Al salir de la segunda, sintió el peso del cansancio, no sólo en su cuerpo, sino también en su mente. Vio entonces un banco frente al escaparate que acababa de dejar atrás. En él había un hombre que leía un libro con atención.

No le va a molestar que me siente aquí, pensó, y así lo hizo. Se fijó entonces mejor ―de reojo, eso sí― y creyó reconocer a uno de sus compañeros de escuela, Antonio. No podía creerlo. Haría cerca de cuarenta años que no lo veía.

―¿Antonio?

El otro apartó la vista del libro que estaba leyendo y sus miradas se cruzaron. El hombre, desconcertado, frunció el ceño al principio, aunque rápidamente arqueó las cejas y abrió la boca rompiendo en una sonrisa de sorpresa. Sí, efectivamente, se trataba de Antonio.

Hablaron durante casi una hora, contándose sus respectivas vidas, hasta que miró bien el libro que permanecía en el regazo del recién reencontrado amigo. No pudo creerlo y un escalofrío le recorrió la espalda.

―¿Estás leyendo Algo alrededor de tu cuello?

Antonio asintió con la cabeza mientras le enseñaba la portada, confirmando su afirmación. Otro escalofrío sacudió su cuerpo. El género de relatos tenía poco público en el país y, para colmo, se trataba de dos europeos cincuentones leyendo a la vez a Chimamanda ―¡el mismo libro, además!―, una autora nigeriana feminista. ¿Qué probabilidad había de que se diera tal coincidencia y que, además, se encontraran en la calle? ¿Una entre un millón? Recordó las palabras del libro que le habían inquietado esa misma tarde y concluyó que aquello no podía ser una simple casualidad.

―Chimamanda… ―susurró, despacio, como si esa palabra, ese nombre exótico, tuviera un nuevo significado para él.

Hablaron entonces de eso: de las casualidades, de las coincidencias, de las conexiones que parecían imposibles y de esa extraña y desconocida magia que recorre el mundo tejiendo una especie de red invisible entre personas. Tal vez, dijo alguno de los dos, el universo estaba intentando decirles algo, como si la vida fuera algo más que una serie de acontecimientos azarosos, como si cada cruce de caminos tuviera un propósito oculto. Se intercambiaron los teléfonos y quedaron en volver a verse para un café y recuperar aquella antigua amistad. No sabía aún que el destino, siempre caprichoso, le tenía preparada otra chimamanda.

Días después, cuando apenas le quedaba un relato o dos para terminar el libro, se subió a un tren de largo recorrido por motivos de trabajo. Se sentó junto a una mujer que parecía abstraída en sus pensamientos y que sostenía un libro sobre su regazo.

No lo podía creer. De nuevo se trataba de Algo alrededor de tu cuello. Quizás en esa ocasión le pareció menos casual: se trataba de una mujer leyendo a una feminista. Entraba dentro de lo esperable, pero no dejaba de ser muy curioso. Tras titubear unos segundos, no pudo evitar reírse.

―Perdona que te lo pregunte ―dijo, aún algo incrédulo―, pero ¿cómo llegaste a ese libro?

Ella lo miró con curiosidad.

―Es curioso que me lo preguntes. No suelo leer relatos, pero una amiga me lo recomendó hace poco. Dijo que cambiaría mi manera de ver las cosas y… bueno, ¡aquí estoy!

Aquellas palabras resonaron en su conciencia. Una vez más, el universo le estaba enviando una señal, una de esas coincidencias tan extrañas que desafían toda lógica. Entonces sacó de su maletín su ejemplar de Algo alrededor de tu cuello y se dieron cuenta de que compartían algo más que una simple lectura. Sus vidas se cruzaban en detalles insospechados de los que hablaron largo y tendido. Habían ido a la misma escuela aunque en cursos diferentes, habían roto con sus parejas de manera similar y en las mismas fechas y encima, compartían amigos sin haberlo sabido nunca.

―Esto es… ―Comenzó a decir él.

―¡Un chimamanda! ―Concluyó la mujer, entre risas, como si ya supiera el significado que esa palabra tenía para él.

A partir de aquel momento, no pudo evitar ver la vida como una intrincada red de coincidencias esperando a ser descubiertas. Cada vez que ocurría una de esas casualidades o conexiones casi imposibles, se dibujaba una sonrisa en su rostro y exclamaba: ¡Chimamanda! Empezaba a entender que esas conexiones, esos cruces mágicos en la vida, no eran más que los momentos que nos recuerdan que, a veces, las cosas más improbables pueden suceder… y cambiarlo todo.

Varios años después, escuchaba la palabra chimamanda deslizarse en conversaciones cotidianas: en un café, cuando dos amigos compartían la coincidencia de haber visto una misma película la noche anterior o, incluso, en programas de entrevistas en televisión y radio, donde la gente hablaba de sus propios chimamandas. Curiosas casualidades, como la suya de conocer a aquella mujer del tren, con la que ahora compartía mucho más que simples y largas conversaciones sobre los giros inesperados de la vida. De repente, mientras observaba la  sonrisa de Monalisa de aquella chica que dormía sobre su almohada de madrugada, su móvil pitó. Era la notificación de un email que no esperaba. Cuando lo abrió se encontró un breve e inesperado mensaje remitido por la propia Chimamanda Ngozi Adichie y no pudo evitar sonreír al leerlo. La autora que prestaba su nombre a la nueva palabra tan sólo hacía una breve pregunta: ¿Quién diría que un libro podría conectar a tanta gente?

Aquello era otro enorme chimamanda. Y en ese momento comprendió que las historias más bonitas no sólo están en las páginas de los libros ―¡que también!―, sino en los encuentros que provocan.

Sergio Reyes Puerta

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