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DIOS EN NUESTRAS VIDAS – IX

human standing beside crucifix statue on mountain

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El destello de la rectitud de intención de nuestra conciencia, de la tuya,  de la mía, de la nuestra, de la del mundo entero, es como un faro que nos guía al encuentro de Dios.  Él, inmensamente misericordioso como Padre, en su grandiosidad como Dios, se deja seducir de la nobleza de nuestros deseos, de nuestro afán por cumplir sus mandamientos, de la pureza de nuestros sentimientos y del amor que prodigamos a los demás.

      Es inequívoco que los caminos del hombre por el mundo pueden ser muchos, llanos o tortuosos, plácidos o dolorosos, pero al final inexcusablemente, el amor a Dios por mucho que esté oculto en nuestro corazón, por mucho que durante años lo hayamos acallado, negado o combatido, aparecerá como una necesidad que colmar en nuestra existencia, y lo hará de mil maneras, quizás, al ver el ejemplo de ese sencillo sacerdote que dedicó su vida, sus afanes y sus sueños al servicio de Dios. Una existencia plena que propició en nosotros ese inusitado encuentro con Dios, con Cristo. Dios que se hace hombre, y nos sale al encuentro, para mostrarnos su camino, para enseñarnos sus sendas.

      Y damos gracias a Dios porque nos permitió conocer a un santo, escuchar en su propia voz las palabras de un santo, contemplar las facciones de un santo, la sonrisa de un santo, la tristeza y la preocupación por tantos y tantos pecadores, en el rostro de un santo.  Daremos mil gracias porque en el rodar de nuestra vida, tropezamos con ese destello de luz, de pureza, de lucha, de tenacidad, por alcanzar la santidad con la que él nos alumbró.  Con ese ser, que en su infinita plenitud, se sentía más pecador que nadie, más indigno que nadie, más inútil que nadie, mientras iluminaba la luz de su humildad, el corazón de los hombres, así era él. Y haremos un breve balance de nuestra vida, de la suya, y avergonzados, le abriremos nuestra alma, porque cuando el destello de la santidad brilla en un ministro de Dios que se dice pecador, y anhela la oración y el dialogo ferviente con Dios, para mitigar la carga de sus debilidades humanas, la grandeza del hombre llega a su culminación.

      Si Dios te da algún día ese don maravilloso de la fe que tanto deseo para ti, sentirás entonces hombre de la calle, que no estás de vuelta de todo, que existe un mar sin orillas ante tus ojos, en donde colmar tus ansias, tus sueños, tus esperanzas y tus amores, y que puedes trocar tu vida y tu trabajo en camino de santificación, andando al unísono con Cristo – Jesús, que ahora siente más cerca que nunca, más hermano que nunca, más hombre que nunca, más Dios que nunca, tu alma pura y en gracia.

Antonio Prima Manzano

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