Tras la belleza
“Quienes encuentran significados bellos en las cosas bellas son espíritus cultivados […] Son los elegidos, y para ellos las cosas bellas solo significan belleza”
OSCAR WILDE
“La belleza no tiene una utilidad evidente ni es manifiesta su necesidad cultural, y sin embargo la cultura no podría vivir sin ella”
SIGMUND FREUD
La posmodernidad en la que estamos inmersos reorganiza el pensamiento y nos muestra un régimen de cultura desconocido hasta hoy. Ya no se la considera una superestuctura de signos ornato del mundo real, sino se ha transformado en cultura-mundo, cultura del tecnocapitalismo planetario, de las industrias culturales del consumismo total, de los medios y de las redes informáticas, según nos muestra Gilles Lipovetsky. Con la hipertrofia de productos, imágenes e información nace una hipercultura universal que ha cruzado fronteras y ha disuelto las antiguas dicotomías (marca/arte, cultura comercial/alta cultura) que está reconfigurando el mundo en que vivimos y la civilización que viene.
La palabra cultura viene del latín “colere” que significa cultivar, palabra que hoy tiene numerosos significados (David Sobrevilla). En sentido directo significa cultivo o cuidado (agricultura, apicultura). En sentido figurado puede hacer referencia a como la creación y realización de valores, normas y bienes materiales realizados por el ser humano. En sentido histórico podemos hablar de la cultura clásica, moderna, etc. O. Spengler, contraponía lo espiritual y vivo de la civilización, con lo material y muerto. En sentido subjetivo es el cultivo del hombre, que lo hace por ello culto. La palabra “cultura” ingresó en el vocabulario moderno como una declaración de intenciones, como el nombre de una misión que aún era preciso emprender.
La cultura es el modo que tiene el hombre para situarse en el mundo. El ser humano aprende en el seno de la sociedad para adaptarse al medio en el que vive, pero con su inteligencia lo transforma para hacerlo más habitable: caza para alimentarse, hace fuego para calentarse, desarrolla la agricultura, construye casas, vive en sociedad, etc. Para esa transformación pensada e inteligente de su entorno necesita la cultura: el lenguaje, la técnica, la moral, el derecho, la economía, el arte, la ciencia y la religión. La cultura no es accidental en el hombre, es un atributo esencial del ser humano, es fruto y vehículo de relación y convivencia.
En la modernidad líquida, la cultura no consiste en prohibiciones sino en ofertas, no consiste en normas sino en propuestas. En nuestra sociedad de consumo la cultura hoy se ocupa de ofrecer tentaciones y establecer atracciones, con seducción y señuelos en lugar de reglamentos (P. Bourdieu). Sirve no tanto a las estratificaciones y divisiones de la sociedad como al mercado. Es un producto más en el supermercado social, todos ellos en competencia por la atracción distraída y fugaz de los consumidores, buscando llamar la atención más allá del pestañeo.
Bauman afirma que esto rompe la jerarquía de cultura heredada del pasado y desbarata el modelo de asimilación como evolución cultural naturalmente progresivo. Las relaciones culturales ya no son verticales sino horizontales. Ya no hay superioridad de una cultura sobre otra. Hoy domina el factor económico, que trae cambios para la cultura que, en ocasiones, son violentos, pero que continúan modificando la estructura social ahora globalizada. Hoy la cultura ya no es un agente de cambio, hoy las élites no tienen nada que decir y enseñar a nadie.
Ya no estamos en la época en que la cultura era un sistema complejo y coherente de explicar el mundo. Ya no estamos en los tiempos en que se oponía la cultura popular y la cultura ilustrada. La cultura muestra una vocación planetaria y se infiltra en todas las actividades. Ya no hay un cosmos fijo, hoy se renueva sin cesar, ahora ya no hay sentido último jerarquizado, ahora son las redes, los flujos, la moda, el mercado sin base ni centro de referencia. La circunferencia se presenta en todas partes y se ha perdido toda centralidad.
El símbolo de la sociedad líquida no es ni Prometeo ni Sísifo, sino Narciso. Narciso solo tiene ojos para sí mismo, no para el mundo exterior. Los posmodernos renuncian a discutir sus opiniones; viven y dejan vivir. En una entrevista comentaba Lyotard: “Dejadnos ser paganos”. Andamos perdidos en un vagabundeo general, una desorientación desconocida que puede terminar con nuestras propias libertades. La confusión ha ido sustituyendo a las grandes certezas, y este desencanto puede ser sustituido por cualquier cosa, por cualquier cultura, por cualquier política.
La principal tarea que nos atañe no es política ni económica, sino espiritual e intelectual (George Steiner). Siguiendo a Gadamer se necesita una “fusión de horizontes” y encontrar y acordar una verdad común a todos. Aunque vengamos de distintas aglomeraciones, condición preliminar para efectuar una síntesis de las experiencias correspondientes e historias separadas, pero con un futuro común. Para Bauman se trata de un trabajo prolongado y lento, sin resultados inmediatos. La cultura transciende y supera las realidades presentes (Hannah Arendt) más allá de los límites que le impone «la problemática actual» sometiendo la cultura a la belleza, la cual, sin embargo, carece de finalidad. Para la pensadora, el sentido de la cultura o del arte es la belleza. Es la encarnación de un ideal que elude toda justificación racional o explicación causal.
La belleza es consustancial a la vida y forma parte de la esencia de lo que somos. Es necesario que nos involucremos, que facilitemos su nacimiento, porque todos nacemos con una semilla de belleza en nuestro interior, en ella hay algo inefable, algo que nos evoca lo que somos y estamos llamados a ser. Cualquier administración en el futuro deberá atender el encuentro continuo entre artistas y su público. Es en el marco de estos encuentros donde se conciben, engendran, estimulan y realizan las artes de nuestro tiempo, promocionando las iniciativas artísticas locales.
Juan Antonio Mateos