Un texto de Alberto Blanco Rubio

Me senté frente al ordenador portátil, como lo podría haber hecho cualquier otro día, y empecé a leer las diferentes noticias que aparecían publicadas en los periódicos digitales. Una de ellas hacía alusión a las inundaciones que se estaban produciendo en el sureste de China, las peores en décadas, aunque ese era un matiz que se veía repitiendo en los contenidos de las publicaciones cada vez que se originaban riadas, crecidas de los ríos o un aumento significativo del nivel de mar en cualquier parte del mundo. Nada nuevo. Y nada extraño, teniendo en cuenta que el cambio climático formaba ya parte de la realidad de nuestras vidas. Otra de las noticias estaba relacionada con un posible caso de malversación en el que estaba involucrado un ex asesor político. Siempre me ha resultado curioso el uso de la palabra ex para referirse al pasado. Lo que fue y lo que ya no es.

Dos letras, únicamente, para abarcar una medida de tiempo que pudo ser más o menos extensa. Pero que fue. Que se produjo. Que sucedió. Y, sin embargo, ¡qué menudencia para describirlo! Ex. Ex asesor. Ex mujer. Ex futbolista. ¿Acaso se puede dejar de ser en esta vida? Un asesor lo seguirá siendo toda la vida, al igual que un deportista o cualquier persona que se dedique al arte o a una profesión remunerada. Los conocimientos no desaparecen cuando te han acompañado durante años. Aunque te jubiles, o cambies de trabajo, siempre podrás decir que sigues siendo lo que un día fuiste. Aunque, claro, cuando se trata de cuestiones judiciales, la picardía adquiere forma de ex para que el individuo afectado no tenga perjurio. Pero, lo queramos o no, la justicia siempre acaba mostrando su elegancia y sabiduría para combatir a quienes se piensan que son más listos que ella. ¡Qué haríamos sin justicia! ¿Verdad? Pero lo que, ciertamente, me llamó la atención mientras bajaba el cursor era una información que se repetía una y otra vez y que no sabía cómo analizar.

La historia tiene sus ciclos, para bien o para mal, y aunque tratemos de aprender de las situaciones más extremas y que más dolor nos han generado como especie, los seres humanos volvemos a cometer los mismos errores. Guerras, destrucción, muerte de personas inocentes, en definitiva, el poder. Quien tiene poder, pocas veces piensa en destinarlo en ayudar a los demás. El que tiene poder se entrega a la ambición de tener más poder. Y eso es y seguirá siendo mientras exista el ser humano. Es nuestra condena, el punto oscuro de la propia existencia. Pero lo que más me duele es que ni siquiera seamos capaces de entender las dificultades de otros seres humanos. De hombres y mujeres iguales a nosotros que tienen que dejar atrás sus países, sus tierras y hasta a sus propias familias, para que otro ser no acabe con sus vidas. Para no morir asesinados por pensar de una manera diferente. Para no tener que contar el tiempo tras los barrotes de una celda por intentar que su entorno fuese más amable y menos hostil y con oportunidades para todos. Pero hay países en los que solo habla el silencio. Y la única manera de romper ese silencio es huyendo. Salir corriendo, atravesar el mar y llegar a un país que te acoja. Donde uno puedo ser escuchado y valorado. Y, sin embargo, los muros más altos no se encuentran en la pobreza, si no en la opulencia.

Por eso, estoy cansado de leer noticias con el mismo enfoque: Menores Extranjeros No Acompañados, más conocidos como los MENA, que un día sí y otro también cometen un acto delictivo, aunque en muchos casos no sea cierto; inmigrantes que ponen su vida en riesgo por cruzar al otro lado del Mar Mediterráneo sin ningún tipo de protección y guiados por personas sin escrúpulos a los que les dan igual si logran sobrevivir o no, una vez que han cobrado el dinero de su “servicio”. Pero la culpa acaba siendo es de los propios migrantes por pretender tener una vida mejor. Y las promesas incumplidas, los sueños que se rompen, cuando los países a los que llegan les deniegan su identidad y sus raíces culturales. Por supuesto, hay inmigrantes que logran asentarse en un lugar, fortalecer su presencia y acabar siendo referentes y modelos para otros ciudadanos. Por eso, yo me inclino a pensar que, algún día, lograremos tener una sociedad más justa y amable. No me gustaría pensar que se trate, solamente, de una utopía.

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