DIOS EN NUESTRAS VIDAS – V

El artículo “Dios en nuestras vidas – V” por Antonio Prima Manzano reflexiona sobre la omnipresencia de Dios en nuestras vidas y la libertad que tenemos para aceptarlo o rechazarlo. El autor recuerda que Dios está presente en todas partes y situaciones, pero somos nosotros quienes a menudo le damos la espalda por soberbia o ignorancia. Este libre albedrío otorgado por Dios es una prueba de su amor, permitiéndonos elegir entre el bien y el mal. Manzano compara esta libertad con la otorgada por los padres a sus hijos, subrayando el dolor que sienten cuando sus hijos se equivocan, reflejando el sufrimiento de Dios cuando nos alejamos de Él. Finalmente, el autor invita a reconsiderar nuestras prioridades, reconocer nuestra filiación divina y buscar la verdadera felicidad siguiendo el camino de Dios.

Dios está en el cielo, en la tierra y en todo lugar.

      Así lo aprendiste cuando eras un niño y así lo recordarás siempre, quieras o no, tanto si lo aceptas, como si lo niegas.

      Y realmente es así, está presente en nuestras casas, en nuestras vidas, en nuestro trabajo, en nuestras alegrías, en nuestras penas. En cualquier circunstancia de nuestras vidas.

      Pero somos nosotros, tú y yo, quienes le damos la espalda. Quienes como hijos descastados, no pronunciamos su nombre para que acuda en nuestro auxilio, ¡y nos olvidamos de su faz!

      Somos nosotros, los que henchidos de soberbia, pretendemos que sea Dios nuestro eterno valedor, sin molestarnos ni preocuparnos por mantener nuestras almas en gracia, olvidando, (y aquí corre pareja nuestra soberbia con nuestra ignorancia) que Dios, en su inefable amor a los hombres, nos dio absoluta libertad para aceptar su amor o rechazarlo, para seguirlo o abandonarlo, para amarlo o para odiarlo. Para que elijamos en nuestro tránsito por esta vida, su camino de luz o el de las tinieblas del maligno.

      No tendría sentido el bien o el mal si el hombre no hubiera sido dotado por Dios de la facultad de elegir libremente.

      ¿Qué mayor prueba de amor puede el hombre pedir?

      ¿Quién de nosotros no recuerda con emoción, cuando al deferir de opinión, ya en el uso de nuestra razón con nuestros padres, han tenido de buen grado decirnos en alguna ocasión?  – Hijo mío, no es esa mi opinión de lo que debes hacer, ni estás en lo cierto; pero mayor de edad eres y con derecho para elegir libremente  lo que tú quieras.

      Y nos hemos equivocado o no. Pero hemos sufrido siempre, si en la decisión, han salido ellos perjudicados de alguna manera.

      Si nuestros padres terrenos cuyo amor, por grande que sea, es como una minúscula mota de polvo comparado con el amor de Dios, respetaron nuestra voluntad. Y si a nosotros, como padres que a la vez somos, nos dolió tanto el reconocer el derecho de opinar, de equivocarse, (y quizás de perderse, por los caminos tenebrosos de la vida) de algún hijo nuestro por respetar su libertad de decidir libremente sobre su futuro. Cuán grande será el dolor y el sufrimiento de nuestro Padre del cielo por cada hijo que se aleja o se pierde.

      Consideremos serenamente todo esto y llegaremos a comprender que Dios se alegra y hace más por el alma en gracia de uno de sus hijos que por todo el orbe físico.

      Por todo ello, no debes atormentarte, no te enmarañes con falsos prejuicios, ni te atormentes con banales arrepentimientos, que son en ocasiones fruto de tu falta de amor y sinceridad a la hora de cuestionarte ese reencuentro con Dios tu creador. Por mucha turbación que haya en ti, no será mayor que la de aquel hijo pródigo que narran los Evangelios, que tras dilapidar en juergas y vicios su gran fortuna vuelve sumiso a su padre, arrastrado por el hambre y la miseria. Y su padre, lejos de reprimirle, lo abraza feliz y emocionado.

      ¿Quién de nosotros acaso, ante la hija o el hijo que nos abandonó y que tanto nos hizo llorar y sufrir y que vuelve al hogar de nuevo, no le perdonamos inmediatamente y le abrazamos con todo el amor de nuestro corazón?

      ¿Qué no hará Dios, si arrepentidos, volvemos hacia Él nuestras miradas angustiadas?

      Cuesta tan poco, ¡y a la vez tanto!   Desasirnos de esta mascara de frialdad que nos cubre. Nos hemos acomodado tanto a los imperativos del mundo, a sus costumbres, a sus modas, a sus frivolidades, que nos turba y nos sonroja, enfrentarnos a nosotros mismos, para inquirir: ¿Qué es realmente lo que me importa?

      Y tomar conciencia de nuestra trascendencia de llamarnos y sabernos hijos de Dios. Y reconocer que solo Él es el camino, la verdad y la vida, y que cuanto más trecho andemos a su lado el camino de nuestra vida, más verdad y más serenidad hallaremos. Más feliz será nuestro deambular por ella y más perdurable nuestra felicidad en la otra vida.

                                            Antonio Prima Manzano

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