Portada » EL LIMOSNERO DE DIOS

El texto de la Delegada Nacional de Poesía de Granada Costa, Doña Carmen Carrasco Ramos, narra la vida y obra de Fray Leopoldo de Alpandeire, a quien se le atribuye el título de «el limosnero de Dios». Inicia describiendo el entorno geográfico de Alpandeire, un pueblo de la Serranía de Ronda, resaltando su belleza natural y su iglesia monumental. La autora relata cómo conoció la fama de santidad de Fray Leopoldo durante sus años de maestra en la zona.

Fray Leopoldo es presentado como un místico capuchino que sintió la llamada de Dios a los treinta y cinco años después de llevar una vida de santidad y de hacer el bien a los demás desde su infancia. Se destaca su generosidad desde joven, compartiendo sus bienes con los necesitados.

El texto se enfoca en la etapa granadina de Fray Leopoldo, donde trabajó como hortelano y se dedicó a la vida religiosa en el convento de los frailes Capuchinos. Se resalta su labor como limosnero, su contacto constante con los necesitados y su sufrimiento ante la persecución religiosa de la época.

Se destaca la humildad y la fortaleza espiritual de Fray Leopoldo, así como su paz interior reflejada en sus ojos. Se describe su vida de santidad y la influencia positiva que tuvo en la ciudad de Granada. Finalmente, se relata su muerte y la veneración popular que continúa hasta el día de hoy, destacando su beatificación en 2010. El texto concluye sugiriendo que su espíritu sigue presente en las calles de Granada.

Serranía de Ronda. Paisajes de extraordinaria belleza en donde el pino pinsapo es el señor de los bosques (conocí hermosos ejemplares hace algunos años). Y un pueblecito pequeño en el corazón de la serranía: Alpandeire, de gran belleza natural, cuya iglesia es denominada la catedral de la Serranía por su monumentalidad. Pueblo que tuve ocasión de conocer, en mis primeros años de maestra, al ser destinada por aquella serranía, y donde ya me llegó la fama de santidad de Fray Leopoldo de Alpandeire, lugar donde vio la luz por primera vez este santo a quien he llamado, con justicia, “el limosnero de Dios”.

     Místico capuchino que sintió la llamada de Dios a los treinta y cinco años después de llevar una vida de santidad y de hacer el bien a los demás.

     Ya de niño disfrutaba socorriendo a los pobres. Compartiendo su comida. Dando, incluso, sus zapatos a algún necesitado o entregándoles el dinero ganado con su trabajo de hortelano  a los pobres que encontraba en el camino. Dios da para todos, decía.

     Yo voy a centrar esta sencilla colaboración sobre Fray Leopoldo, en su etapa granadina, ya que sobre su biografía se encargarán otras personas con acierto y talento.

     La estancia en Granada de Fray Leopoldo comenzó cuando fue destinado por primera vez al Covento de los frailes Capuchinos, en el otoño de 1903, comenzando a trabajar como hortelano, ya que ese había sido su oficio hasta entonces.

     Mientras trabajaba en la huerta, crecía en virtud y en la oración a Dios y, llegado el día 23 de noviembre de ese mismo año, pudo al fin hacer sus votos solemnes como su consagración definitiva a Dios para el resto de su vida.

     Tras breves periodos de estancia en Sevilla y Antequera, regresa a Granada el 21 de febrero de 1914, permaneciendo por espacio de cincuenta años en esta ciudad hasta el resto de sus días. Años en que siguió ocupándose de la huerta, al tiempo que hacía de sacristán y limosnero, yendo y viniendo por las calles y cuestas de Granada, mientras que consagraba su vida a la oración ante el Sagrario en actitud contemplativa.

     En su quehacer de limosnero, oficio que lo caracterizaba y lo definía, estaba constantemente en contacto con el pueblo y los necesitados. Su imagen se hizo muy popular en la ciudad de la Alhambra, las gentes lo reconocían y los niños decían al verlo aparecer: Mira, por allí viene Fray Nipordo, y corrían alborozados a su encuentro. Él se paraba con ellos y los acogía con cariño para hablarles y explicarles el catecismo.

     Con los mayores, comenzando siempre rezando tres Ave Marías, escuchaba sus problemas y preocupaciones y las gentes, al oírlo, se marchaban confortadas, ya que sabía escucharlas y hacer suyos sus pesares.

     Conocía la Granada viva, real, con sus miserias y aflicciones, repartiendo bondad, amor, alivio y consuelo, para recoger a cambio un trozo de pan.

     Siguiendo las obras de misericordia, visitaba y cuidaba a los enfermos, daba de comer al hambriento, consolaba al triste y perdonaba los insultos que, a veces, en su oficio de limosnero, recibía por parte de gentes que no reconocían su labor caritativa.

     Soplaban aires anticlericales y se perseguía a todo lo sagrado o religioso. Era el tiempo de las dos Españas, de la República y de la Guerra Civil, en la cual fueron asesinados cerca de 7.000 religiosos, sacerdotes y monjas. Se incendiaban iglesias y conventos, se destruyeron imágenes sagradas, y Fray Leopoldo tuvo que sufrir y escuchar muchos insultos: ¡Haragán, pronto te pondremos ese cordón al cuello! ¡Vagabundo, trabaja en vez de ir pidiendo limosna! ¡Prepárate, que te vamos a cortar el pescuezo!

     Él, compasivo, decía repitiendo las palabras de Jesús: ¡Pobrecillos!, hay que tener compasión de ellos porque no saben lo que hacen.

     Pero, ¿dónde radicaba el secreto y fortaleza en la vida de este limosnero? Dicen que en la oración, en el trabajo, en conservar aquella identidad del campesino de Alpandeire sencillo y humilde.

     El ex General capuchino, Fray Pascual Riwaski, lo describía así: Es indudable que un encanto le viene a Fray Leopoldo de su actitud de hombre simple, natural y sin artificios, sincero y rectilíneo, evangélicamente pobre. Un pobre crédulo y candoroso, sencillo, discreto…

     A su vez, Fray Leopoldo decía de sí mismo: Soy un gran pecador.

      En su físico, aunque era bajo de estatura pero fuerte, llamaban la atención sus ojos, vivos, luminosos, ojos de niño, puros, serenos, de mirada límpida. Reflejos de su paz interior, esa paz que transmitía a los demás.

     Acostumbraba a  caminar por las calles de Granada, “con los ojos en el suelo y el corazón en el cielo”. Más que ir entre la gente, pasaba, era la pobreza viviente, un siervo de Dios humilde, pero que a su paso por las calles de Granada dejaba un rastro de bondad repartiendo amor. Aquel sencillo fraile capuchino pasaba sin hacer ruido pero dejando tras de sí, en su pobreza viviente, una estela imborrable de riqueza interior.

     Cierto día, a la longeva edad de ochenta y nueve años, en que, como de costumbre, recogía la limosna que por caridad recibía, cayó al suelo rodando por las escaleras desde un primer piso, sufriendo una fractura de fémur. Dicen que “le empujó el diablo”.

     Ingresado en la Clínica de la Salud de Granada, sin necesidad de operación, los huesos soldaron, pero en adelante tuvo que caminar con ayuda de dos bastones y no volvió a salir a la calle. Esas calles de Granada, que sintieron sus pasos durante tantos años, estaban ahora vacías sin su presencia.

     Hubo de pasar los tres últimos años en el convento llenándose de Dios, hasta que poco a poco de fue consumiendo. Y un 9 de febrero de 1056 se durmió en el Señor a la edad de noventa y dos años.

     La noticia de su muerte corrió por toda la ciudad de Granada y una gran multitud acudió al Convento de Capuchinos, pueblo, autoridades, y esos niños que tanto lo querían, para ver a su “Fray Nipordo”, como era llamado por ellos. Dicen que entre ellos comentaban: Está muerto, pero no da miedo.

     Naturalmente, su entierro fue multitudinario y la fama de su santidad se acrecentó día a día después de su muerte.

     Desde entonces, a diario, pero sobre todo, el 9 de cada mes, una gran afluencia de gente, añorando al santo, visitan su sepulcro y numerosas gracias se conceden por su intersección.

     Fue beatificado en Granada, esa Granada que tanto recorrió en vida, el 12 de septiembre de 2010, por decreto de Benedicto XVI, en una solemne ceremonia.

     Y este limosnero de Dios, seguro que, desde el Cielo en que se encuentra, se asomará más de una vez para contemplar su Granada, la ciudad que tanto amó, en donde fue tan querido y donde su espíritu seguirá recorriendo sus calles in aeternum.

Carmen Carrasco Ramos, Delegada Nacional Granada Costa

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