Hace años, con motivo de un viaje con un grupo de vecinos de la barriada de El Gor, de Huércal-Overa, a La Manga del Mar Menor (Murcia) tuve la ocasión de descubrir una peculiar utilidad de esta pieza confeccionada por las diestras manos de un hábil artesano del lugar, Francisco, que con maestría utilizó más de 15 ramales para hacer las tiras de pleita de entre 10 y 15 cm de anchura y varios metros de larga.

Pero eso yo no lo sabía cuándo bajé del autobús para recoger a los viajeros y me dijeron que Jerónimo El Marchante, el conductor, abriera la puerta de los equipajes para meter cosas.

Me sorprendió que pudieran llevar algo más que una cesta con comida, pero metieron un par de bultos de un tamaño considerable.

¡Cómo iba a imagina que iba a viajar con objeto digno de ser exhibido en un museo! .

Una pieza que se confeccionaba dando vueltas sobre sí misma, como cuando se monda una naranja y la cáscara queda en forma helicoidal, hasta llegar a formar una semiesfera. Lo curioso es que el cesto se inicia por la parte inferior, vamos, por “el culo”. A continuación de cosen las asas del capazo que, previamente, ha sido reforzado en el borde superior con una “crineja”.

Pero es yo lo ignoraba y mi curiosidad aumentaba por saber qué era “eso” que nos acompañaba como misterioso tesoro que todos sabían menos yo.

Sin embargo, como nada permanece eternamente, el viaje tocó a su fin y aparcamos en un anchurón y allí entendí el porqué de las sogas que bajan por el culo y vuelven a subir. Eran un refuerzo. Y en nuestro caso, más que justificado.

El Mar Menor  en los 60

Algunos viajeros sacaron lo que iba tapado con la clásica manta de rayas que se usaba para tapar el pan antes y después de ser cocido y la retiraron dejando al descubierto un capazo con un puchero de barro en su interior, rodeado de paja y sujeto con la cuerda de casi un metro que sirvió para que no se moviera.

Y si la confección del capazo de Francisco se hizo con una finalidad, lo que transportó tenía su historia, porque el puchero iba lleno de patatas cocidas con piel a las 5 de la mañana y recubiertas con paja para que no se mantuvieran calentitas. ¿Final de la historia? A medias, en otro capazo menor venía el mortero de barro con el ajo blanco y el porrón de vino tinto.

Habíamos dado otro uso más al capazo.

Nos situamos en un paseo y la gente que pasaba pensando que vendíamos algo se detenía a preguntar. No, no vendíamos. Regalábamos una papa con ajo y un trago de vino de parte de Andalucía.

¡Qué buen viaje dimos!, ¡qué uso tuvo el capazo! y ¡qué invitación inesperada los de la Manga…! y mientras, Francisco, fundía sus ojos azules anegados de lágrimas con el color del mar, porque él…nunca antes había visto la mar, ni su color, ni su inmensidad.

  • Ahora puedo morir tranquilo, ya sí he visto la mar.-dijo emocionado.

                                                                                (Ana Martínez Parra)

1 thought on “CAPAZO DE ESPARTO

Deja un comentario