(Cuento infantil)

Lluviosa era la mañana y ya estaban los cinco pequeñuelos aporreando la puerta de la abuela para que les contara otro cuento. “¡Abre, abuela -dijo el más pequeño, -que hace frío!”
Y la pobre abuelita que sentía por los pequeños un gran cariño, todavía con la taza de leche en la mano, le faltó tiempo para abrir la puerta de par en par, por la que se coló un frío horroroso, y pasaron todos en tropel.
-¡Hijos míos, que no me habéis dejado desayunar, es muy temprano!
-Pero abuela, es que aquí estamos calentitos junto a la chimenea, -contestó el pequeño respondón.
Y mientras la abuela volvió a dejarse caer en su mecedora, los cinco curiosillos tomaron asiento en el suelo a su alrededor, mientras crepitaban los leños en el fuego.
Esta vez fue Margarita, la pequeña con trenzas y ojos azules la que suplicó: “¡Que sea el cuento más bonito de todos, abuela!”
-Hijos, -replicó la anciana, -¡dejadme respirar! -Y apurando la taza de leche se limpió los labios, la depositó en la repisa de la chimenea y comenzó:
-Os voy a contar un cuento muy bonito, el más bonito de todos. Ocurrió en un pueblecito muy pobre que, para comer, tenían todos que trabajar mucho, sobre todo en aquella carbonería donde la pequeña Any ayudaba a sus padres, tiznada de polvillo del carbón.
-Any era una niña -continuó la abuela -que nunca supo lo que eran los Reyes Magos, ni festejó su cumpleaños ni el día de su santo, porque la pobreza era extrema y su ayuda necesaria.
-¡Vale!, -dijo Pedrín, el benjamín del corro.
-¡Adelante, abuelita!, -soltó la pecosita.
-Pues bien. Any desde siempre deseó tener una muñeca, pero sus papás, pobres entre los pobres, no podían comprársela, y la mamá era la que más sufría por no poder complacerla.
-¡Pobrecita!, -exclamó con compasión la niña de trenzas.
-Pero un día -siguió la abuela -a la madre se le ocurrió una idea: “¿Por qué no hacerle una muñeca de trapo?”
-¡Muy bien!, -dijeron todos los niños aplaudiendo.
-Y sin pensarlo más, por las noches para que Any no se enterara, robándole horas al sueño, se acercaba a un contenedor que había junto a la iglesia, en el cual solo depositaban retales y y trozos de género sobrante. Recogió tantos como le hicieron falta, y de color blanco para que la muñeca fuera más bonita. “¡Mi pequeña tendrá su muñeca!”, exclamó la mamá con satisfacción.
-Y todas las noches dedicaba unas horas tratando de confeccionar una muñeca, al comienzo sin saber cómo comenzar, pero guiándose por su instinto y sensibilidad le iba dando forma.
-¡Pobrecita!, -dijo con pena la pequeña de trenzas.
-¿Y cómo se hace una muñeca con trapos, abuela?, -interrogó la pecosita.
-Ni yo lo sé, hija, -contestó la abuela,-pero la mamá, dando vueltas y revueltas a aquellos trapos, consiguió que fueran tomando forma de lo que quería, gracias a una fuerza extraña que le ayudaba.
-¿Y quién le ayudaba? –preguntó Pedrito.
-No lo sé, -dijo la abuela, -pero pasaron los días y de aquella bolita de trapo, sin saber cómo, misteriosamente asomaron los brazos, luego las piernas y la cabeza. Los ojos, la boca y la nariz no supo de dónde salieron, pero una vez, cuando las campanadas de la iglesia anunciaban que amanecía, el muñeco de trapo estaba terminado.
-¡Pero ella quería una muñeca, no un muñeco!, -protestó la niña de trenzas.
-Hija, la mamá también se sorprendió y se quedó triste al ver el cambio, pero se consoló pensando que al menos tenía eso, un muñeco y completo. Aquella noche la mamá dejó el muñeco a los pies de la cama de Any para cuando se despertara y se levantara. Amanecía y Any comenzó a desperezarse pensando en el trabajo que le esperaba, cuando un vocecita sonora y alegre llegó a sus oídos.
-¡Eh, estoy aquí, soy tu amigo, el muñeco de trapo!
-Y frotándose lo ojos asombrada, miró a todas partes sin saber de dónde procedía la voz.
-¡Estoy aquí, buenos días! ¿No me ves?
-Al fin, Any -continuó la abuela, -con gran alegría vio el muñeco y tomándolo en sus brazos lo besó, y todavía con cara de sueño, lo miró curiosamente sin comprender cómo podía hablar aquel muñeco de trapo.
-¡Yo no me lo creo, eso es una trola!, -exclamó el pequeñín.
-Esperad al final y lo sabréis, -siguió relatando la abuela.
-Siempre estaré a tu lado, -le dijo el muñeco -y no te asustes porque solamente tú, amiguita Any, podrás oír mi voz.
-¿Y cómo has venido hasta aquí? -preguntó Any.
-Porque tu mamá me ha hecho, ya que tú lo deseabas.
-¡Pero yo quería una muñeca, y tú eres un muñeco!, -dijo ella un tanto enojada.
–Si así lo deseas -contestó el muñeco, -tócame con el dedo la naricita y la tendrás, y la llamarás Margarita. Yo desapareceré y en adelante solo tú me podrás oír, pero no me podrás ver.
-Y en efecto, -prosiguió la abuela, -aunque con mucho temor, llevó su dedo a la naricita del muñeco, que empezó a cambiar de color y lentamente fue transformándose en una preciosa muñeca de pelo rubio y ojos azules.
-¡Margarita!, -dijo alegremente nuestra amiga dándole un fuerte abrazo. -¡Te voy a querer mucho!
-Y corrió hacia su mamá, -dijo la abuela, -que sorprendia al ver a su hija abrazando a una muñeca y no a un muñeco, comprendió que algo raro y misterioso había pasado. En efecto, algo muy raro pasaba, porque aquella pobre carbonería comenzó a mejorar, los sacos de carbón se apilaban y ordenaban solos sin que nadie lo notara, excepto Any que estaba al tanto de estos extraños cambios.
-¿Pero los papás eran tontos y no se daban cuenta? –dijo intrigado uno de los niños.
-Pues no, amiguitos, no se daban cuenta, solo lo sabía nuestra amiga Any, que podía hablar con el muñeco pero no verlo.
-¿Cómo puedes hacer eso? -le preguntó Any al muñeco.
-¡Ya lo sabrás!, -le contestó con la respuesta de siempre, pues otras veces ya se lo había preguntado.
-Un día, -continuó la abuela, -sucedió una cosa increíble y difícil de explicar. Veréis. Era de mañana cuando una pobre niña conocida de Any, le pidió a nuestra amiga que le diera un trozo de leña pues en su casa ya no tenían nada para encender el fuego y calentarse. Y Any, compadecida, le llenó el cesto sin cobrarle nada.
-¡Qué muñeca más bonita!, -exclamó aquella pobre niña ilusionada, -¡ojalá algún día pueda yo tener una como la tuya, querida Any! Y gracias otra vez por la leña, Any, es que en casa pasamos mucho frío…
-Y Any que conocía la penuria de aquella familia, en voz muy bajita le preguntó al invisible muñeco: “¿Se la puedo regalar? No me importaría quedarme sin ella, es que me da mucha pena esta pobre niña”.
-Si tu buen corazón lo quiere, -le contestó el muñeco, -dásela, porque nunca te faltará la tuya.
-Entonces, -continuó la abuela, sucedió algo misterioso que nadie supo comprender.
-¿Qué pasó, abuela? -preguntaron los niños con mucho interés.
-Pues que Any, al darle la muñeca, le apareció otra en sus brazos, y oyó la voz del muñeco que le decía:
-Puedes dar muñecas a todas las niñas de este bondadoso pueblo, porque siempre que des una, te aparecerá otra igual.
-Y loca de contento, aunque le resultaba difícil de creer, pero creyendo en la promesa del muñeco, salió a la calle y comenzó a repartir muñecas apareciendo siempre otra en sus brazos.
-Aquel día -siguió relatando la abuela, -todo eran comentarios en las calles sin posible explicación, pero se produjo un fuerte rayo de luz que conmocionó a todos, y cuando comenzaron a reaccionar, aquel pequeño y bondadoso pueblo, como por arte de magia, ya tenía luz eléctrica en bonitas farolas y en sus casas, agua corriente, el mercado del pueblo estaba bien abastecido, no faltaba trabajo y las calles aparecían limpias y jalonadas con árboles, sin que nadie, os repito, entendiera cómo sucedían tales transformaciones Sólo Any sabía el origen de tales maravillas, pero ignoraba por qué motivos lo hacía el muñeco. Día tras día le preguntaba lo mismo: “¿Por qué lo haces?” Y su respuesta era la de siempre: “¡Ya lo sabrás!” Al fin llegó ese día tan esperado por Any, cuando la voz del muñeco la volvió a escuchar más clara que nunca.
-Pequeña amiga Any, -le dijo, -cuando se apague el último rayo de sol, yo desapareceré con él para siempre, pero desde lejos estaré contigo y con todos vosotros.
-¡No, no te vayas, te quiero, te quiero mucho!, -repetía una y otra vez Any.
-No estés triste, -le decía el muñeco, -la muñeca será tu mejor amiga, no te separes nunca de ella, querida Any, porque mira, un poquito de ella, por no decirte la mitad, soy yo, al haber sido creada ella con los mismos tejidos que me hicieron a mí.
-Estas palabras la consolaron, -les dijo la abuela -y Any, muy emocionada por lo que acababa de escuchar, dejó de llorar.
-¿Pero cómo has podido hacer las maravillas que está experimentado todo el pueblo? ¡Quiero que me lo expliques!, -le suplicó Any.
-Lo sabrás muy pronto. Solo te pido que esta noche duermas tranquila, y mañana cuando te despìertes sabrás lo que ha sucedido.
-En ese momento, -les contaba la abuela, -los rayos del sol se fueron apagando lentamente, y la voz del muñeco la escuchó Any ya por última vez. “Es mi despedida, querida amiga, nunca te olvidaré.
-El sol al fin se ocultó y el muñeco de trapo, aunque invisible, desapareció con su voz para siempre. Y aquella noche, sin saber por qué, fue la más tranquila de todas, acostándose Any muy pronto como nunca lo había hecho. Y apenas posó su cabecita en la almohada se quedó profundamente dormida.
-Y soñó mucho, -continuó la abuela. –Soñó cómo su mamá, preocupada por conseguir una muñeca y regalársela, la estaba haciendo de trapo. Soñó cómo fue al contenedor que había junto a la iglesia, donde el sastre que confeccionaba las túnicas y otras prendas para el Santo Padre, arrojaba en ese contenedor los retales sobrantes ya bendecidos. Soñó cómo su mamá se pasaba noches casi sin dormir confeccionando la muñeca, pero que le salió muñeco, y lo que ya sabéis. Pero nunca supo lo de tocar en la naricita para convertirlo en muñeca. ¿Era, acaso, un muñeco milagroso?
-¡Ahora sí, amiguitos, ahora lo comprendía todo y despertó sobresaltada, dudando si lo suyo fue un sueño o realidad!
-Se frotó los ojos para saber si aún estaba despierta, y pensó que con esta revelación quiso el muñeco hacerle comprender, en sueños, lo que tantas veces le había preguntado. Con gran alegría tomó la muñeca en sus brazos y le dio un beso.
-¡Os quiero, os quiero, invisible muñeco y visible muñeca!, -exclamó con cariño.
-¡Y yo también!, -llegando esta voz de muy lejos.
-Y para siempre, Any y su muñeca fueron inseparables, y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!
-“¡Me ha gustado mucho!”, -dijo el pequeñín. “¡El cuento es muy bonito, es precioso!” -añadió la de las trenzas. “¿Mañana otro, abuela?” -preguntó el traviesillo.
-Os lo prometo, -contestó la abuela, -pero ahora corriendo a casita ¡porque el frío aprieta, y va a llover!
Y todos la besaron, abrieron la puerta por la que entró la ventisca y salieron pitando, pero el último con la puerta entornada todavía preguntó:
-¿Y qué pasó con todas las muñecas, abuela?
-Eso queda para mañana, ¡y cierra de una vez, curiosillo!
-¡Hasta mañana, abuela! -Y dando un portazo salió corriendo.
-¡Cómo os quiero, pillines!, -dijo cariñosamente la abuela al quedarse sola.
Y sentándose complacida y feliz en la mecedora en su merecido descanso, comenzó a pensar en lo que les podría contar al día siguiente…

FRANCISCO OLIVER RODRÍGUEZ
Ganador del Tercer Certamen Internacional
de Relatos Cortos, auspiciado por el Club “Granada Costa”.
Seudónimo del concursante: “El Soñador”.

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