LA PENOSA CARGA DE LA RIQUEZA

  Grandes riquezas, gran esclavitud

                                                                                           (Séneca)

    Mientras mi mujer echaba un vistazo en una tienda de ropa femenina en la concurrida calle de San Antón de Granada, yo la esperaba en la puerta observando todo lo que en la calle ocurría. Enfrente había una cafetería y al lado de ella, sentado en la acera había un hombre con un cestillo de esparto esperando que la gente depositara alguna moneda. Aparentaba tener unos 50 años y permanecía con la cabeza inclinada hacia delante y con sombrero, como si temiera ser reconocido. Le estuve observando un buen rato para ver la cadencia con la que las personas que por allí pasaban echaban algo en el cestillo; oscilaban entre los 32 y 45. Él siempre estuvo con la cabeza inclinada, pero cuando alguien echaba algo miraba con el rabillo del ojo, sus ojos lo veían todo, no se le escapaba detalle. Iba a dejar de observar tan triste estampa cuando un hombre muy elegantemente vestido con traje y corbata llamó mi atención, por lo insólito, pues estábamos en el caluroso mes de septiembre y contrastaba con la gente que por allí circulaba si no mal vestida, sí de manera muy informal y ligera y algunas personas jóvenes a medio vestir. Aquel dandi se metió la mano en el bolsillo y depositó una moneda en el cestillo. Como otras veces miró de reojo lo que había echado, y fue entonces cuando levantó la cabeza y miró con cierto desprecio a aquel elegante caballero que se alejaba a paso rápido, tal vez avergonzado por su mezquindad en el dar. Apenas habían pasado dos minutos cuando apareció de nuevo el dandi y depositó en el cestillo 50 euros y continuó calle abajo sin volver la cabeza atrás. Pero qué casualidad, aquel señor tan elegante lo conocía yo, era un vecino del barrio y nos habíamos saludado  muchas veces.

    ¿Qué le había hecho cambiar de opinión, quién le había dado en los codos con una piedra, o quien, le había tocado las cuerdas de su corazón para darle al pobre 50 euros? La respuesta vendría cinco días más tarde cuando me topé con él en el barrio. Esta vez no le dije adiós como otras veces, si no que paré con él y le conté su buena acción caritativa de los 50 euros en la calle de San Antón. Se quedó sorprendido, abrió mucho los ojos con cierto sonrojo como si le hubiera cogido infraganti en algo feo. Me invitó a tomar café en un bar próximo. Hablamos sobre los temas de actualidad política y de fútbol, bueno sobre fútbol sólo me limité a escuchar porque ni sé ni me gusta. Después de rotas las trabas le pregunté el porqué le había dado al pobre unas monedillas en principio y después 50 euros. Permaneció en silencio, no sé, pero bastante, mirando al vacío, hasta el punto que me arrepentí de haberle hecho esa pregunta, y cuando iba a disculparme dijo estos versos de Eduardo Marquina:

         “Oro, poder y riquezas

          muriendo has de abandonar,

          al cielo sólo te llevas

          lo que das a los demás”.

 Se me quedó mirando como esperando una respuesta a estos versos, pero sólo acerté a decir: “Sí, claro, claro… y él continuó:

       “Dios, la fortuna o quien sea me ha ayudado en el sentido de que siendo mi principal ocupación dar clases de Filosofía en la que me he encontrado muy a gusto, me ha permitido vivir sosegadamente con mi sueldo al que se me sumó el patrimonio recibido de mis padres que con su trabajo, privaciones y ahorro habían acumulado. Así que el destino no me ha obligado a la necesidad de multiplicar mi riqueza en pro de mis herederos. Existe una gran diferencia entre el saber dar, saber gastar y saber ahorrar, y a mi edad ya he aprendido las tres.

     No obstante, el miedo a que te falte y sin que te des cuenta te hace ser ambicioso, egoísta, mezquino… todas las miserias. Por otra parte, cuando gastas lo haces para aparentar ante los demás con estúpida ostentación.

    La primera vez que pasé ante el pobre de la calle San Antón sólo llevaba unos céntimos en el bolsillo y eso eché en el cestillo, no sin sonrojarme. Seguí calle arriba y cuando anduve unos cuantos metros, como un fuerte campanazo me vino a la memoria lo que escribió el filósofo libanés KHALIL GIBRÁN sobre eso de dar en su libro “El profeta”:

  • “Dais muy poco cuando dais lo que es vuestro patrimonio”.
  • -¿Qué son vuestras posesiones, sino cosas que atesoráis por temor a necesitarlo mañana? ¿Y qué es el temor a la necesidad, sino la necesidad misma?
  • Hay quienes dan poco de lo mucho que tienen y lo dan buscando el reconocimiento.
  • Hay quienes tienen poco y lo dan todo.
  • ¿Hay algo, acaso que pueda guardarse?
  • Todo lo que tenéis será entregado algún día.
  • Dad, pues, ahora que la estación de dar es vuestra y no de vuestros herederos…”

    Fue entonces cuando me volví, llegué hasta donde estaba el pobre y deposité 50 euros en el canastillo y seguí mi camino sin mirar atrás y sin averiguar si se lo merecía o no se lo merecía.  Séneca dijo que la recompensa de una buena acción era el haberla hecho. Es más que eso. Si pudiera compararse la alegría del pobre con la mía, cuando vio los 50 euros, la mía, sin duda sería mucho mayor que la suya. Me sentí como liberado de una gran carga y con un bienestar especial de cuerpo y espíritu.

   La pobreza de bienes resulta casi siempre fácil de remediar, pero la del alma parece imposible. Y como la Filosofía ha sido mi profesión, mi sostén material y mi sentimiento espiritual, te voy a decir aquellas palabras que Séneca, al que admiro mucho, le decía a su amigo Lucilio en una de sus cartas:

     “Yo te digo, querido Lucilio, que es una gran prueba de que un alma proviene de un origen excelso si tiene por bajas y mezquinas las cosas entre las que vive, si no abriga ningún temor a desprenderse de ellas. Pues harto sabes hacia donde tiene que salir el que recuerda de dónde ha venido”.

    Aquí terminó la explicación de Fernando, que a pesar de haber sido generoso y caritativo en el dar, ser filósofo y haber cumplido 79 años en que la experiencia es mucha y casi todo nos resbala, en la expresión de su rostro había un halo de preocupación, de inquietud y hasta de tristeza.

   Por mi parte, queriendo presumir de mi admiración por Séneca, le dije esta sentencia prestada de su jardín y relacionada con el tema:

     “Para nuestra avaricia, lo mucho es poco, y para nuestra necesidad lo poco es mucho”.

     Granada a 13 de octubre de 2023

   ROGELIO BUSTOS

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