Pasa el lechero
Es tiempo de pucheros en el fuego y de olores familiares en el barrio. El olor a pan de horno, y el aroma del café borboteando en la cocina del hogar.
Una matrona tiende la ropa por la ventana, en una cuerda roñosa y descordada, que aún gotea las sobras de la lluvia del amanecer.
Pasa el lechero tirando de su jamelgo con las cántaras de leche entrechocando en la carreta. El pitillo entre los labios. La barba fuerte de unos tres días, el pelo ralo, y unos ojos verde aguamarina que fueron hace ya tiempo, y por mucho tiempo, la perdición de más de una mujer casada, soltera, y hasta alguna viuda necesitada de un hombro en donde llorar.
Pasa el lechero, y en el balcón de la mancebía de la María la del Pandero, una muchacha de pelo rojo, de escote abierto y labios carnosos, se calza los zapatos con la costumbre de la desgana. Primero uno y luego el otro… De tacón alto, tan ajados y acabados, como esa vida que lleva en la María la del Pandero. Se despereza, y del escote saca un pañuelo muy estrenado para sonarse una vez, dos. Y es que el marino con el que estuvo dos días atrás, no vino solo, trajo un trancazo de aquí te espero. Un resfriado de los de aúpa… Mucha sonrisa, poco dinero, y su recuerdo lleno de mocos en el pañuelo.

Pasó el lechero, y en la tienda de ultramarinos que hace chaflán dando a dos calles, la de Plateros y la del Pan, un tendero gordo y fofo, baila un bolero con el letrero de cierro y abro. Ahora te cierro, ahora te abro, dicen sus manos bailando alegres sobre el cartel. Abre la puerta, y del local sale un tufillo a bacalao, chacina y vino, que inunda el aire jugueteando con los estómagos, y las sonrisas del personal.
Y pasa el lechero mientras un perro viejo y chusquero, huele y relame la ajada esquina de la casona de planta baja
de Doña Herminia ¡Ay! Doña Herminia ¡Qué calamidad! No sabe qué hacer.
Y pasó el lechero, y se llevó en sus ojos de aguamarina, la vida del barrio. Lo bueno y lo malo… lo malo y lo bueno…
La matrona,
la cuerda del tendedero, los olores a pucheros,
los aromas a café y a pan de horno.
La lascivia y el deseo, que provocan sus ojos de aguamarina.
La muchacha, y el recuerdo del marino en su pañuelo… El bolero de las manos del tendero.
El olor y el lametón, a la esquina de la casona de Doña Herminia…
Y tu beso, y mi deseo. Y tu cuerpo, y mi deseo. Y tu pelo, y mi deseo.
Y el aliento de tu boca a vino rojo, y mi deseo. Y pasa el lechero…
Y es tiempo.
Hoy es tiempo de pucheros y escarceos entre mantas… Por el suelo, junto al fuego…
Y pasa el lechero. Y es tiempo de…
Y ese olor de almendras dulces que resbala por tu piel…
Y una muchacha de pelo rojo y escote abierto… Y en el balcón de la mancebía…
¡Y mi deseo!
Gudea de Lagash