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La escritora de los sueños. 4ª parte.

Mariam tenía ya los dedos engarrotados, pero no podía dejar de golpear las teclas, la inspiración la abrazó y no podía zafarse. A cada párrafo su propia expectación crecía, ni siquiera sabía cómo acabaría aquella historia, pero estaba dispuesta a vivirla. El mundo de los sueños estaba en juego.

A Belzo seguía impresionándole aquel templo. Sin lugar a dudas era la catedral de los sueños. Sus muros de piedra caliza se alzaban orgullosos, apoyados sobre enormes contrafuertes adornados con figuras ornamentales. A diferencia de los santuarios terrestres, no eran santos ni escenas bíblicas las formas que lo adornaban, sino criaturas de fantasía. Las enormes vidrieras mostraban escenas de historias, que ni siquiera conocían muchos de ellos. En la torre más alta las campanas no solo sonaban. El sonido se convertía en ondas de colores. Bucles de mil tonos que variaban a medida que desaparecía el estruendo.

La catedral de los sueños siempre estuvo protegida por un hechizo. Éste la cubría con un gran escudo mágico. Cuando la luz lo atravesaba, dejaba caer rayos violetas sobre los almenajes. Estaba custodiada por la guardia del códice, protectores que iban bien armados.

Belzo llegó ante los grandes portones y dos fornidos centinelas empujaron con fuerza las toneladas de madera. Las enormes bisagras, producían un sonido ronco que parecía emerger de la tierra. Cruzó los amplios pasillos bajo las bóvedas acanaladas hasta llegar a una sala donde un grupo de consejeros le esperaban.

–Belzo, lo que temíamos a ocurrido, –sin preámbulos y con voz afectada dijo Ocus, el más antiguo miembro del consejo– el comité de investigación ocupado en descubrir porque están desapareciendo los sueños, tiene razones para temer lo peor.

–¿Qué ha ocurrido? –dijo Belzo preocupado.

–Hasta ahora no se encontró rastro alguno que pudiera darnos una pista de lo que ocurre. Pero tenemos una amarga sospecha, hemos encontrado rastros de la oscura arena del miedo.

–No puede ser, eso significaría que el mítico Miedo Oscuro del que habla el códice ha vuelto, –dijo Belzo.

–Ya lo anunció la profecía –añadió la trémula voz de una anciana llamada Victoria, la erudita del códice– tras la conjunción del cometa Elenin con el sol y la Tierra, el país de los sueños recibiría un duro golpe. Ahora la prueba es más que evidente. Pero también anunciaba la llegada de una esperanza que podría ser nuestra única salvación.

–¿Qué podría darnos esperanza? –dijo Belzo– el miedo racional siempre a formado parte de nuestras vidas y nuestros sueños, incluso ha sido un aliado en el crecimiento de cada ser vivo y los sueños nos ayudaron a utilizar ese miedo para hacernos mas fuertes. Pero el Miedo Oscuro es otra cosa, contra eso no podemos hacer nada. Paraliza las mentes y las llena de niebla espesa y oscura con pensamientos sin razón, con temores irreales, terminando por convertirse en depresiones, ansiedad y en algunos casos el suicidio. Es una plaga, no hay esperanza.

 –Si es cierto que el Miedo Oscuro ha vuelto –dijo Rudolf, un miembro del comité algo escéptico y con fama de ser demasiado cauteloso– utilizará todo su poder para acabar con el mágico mundo de los sueños.

Aquellas palabras inquietaron a Belzo, así que se despidió y salió con rapidez. Le sobrecogió la sensación de que Mariam, Noa y Cristian corrían peligro.

Belzo suspiró aliviado al entrar de nuevo en su casa. Todo parecía tranquilo, Marian atada a su máquina de escribir, Noa sentada junto al fuego y vio a Cristian mirar de nuevo la foto sobre el anaquel de la chimenea, no podía dejar de mirarla mientras recordaba la última vez que vio a su abuelo.

Un instante de silencio que pareció eterno y de repente la foto empezó a temblar. Cristian dio un paso atrás sobresaltado, se le cayó el portarretratos y el cristal se hizo añicos. Pero no era lo único, todo comenzó a tambalear. Los platos, las puertas de armarios, los cuadros, los libros, todo empezó a caer al suelo, las sacudidas parecían las de un terremoto. Desde el exterior llegaba el terrible silbido de un tornado. La tierra temblaba bajo sus pies, el cielo oscurecía con rapidez, la imagen era dantesca. Cristian vio a lo lejos de donde provenía aquella mortífera tempestad. Era la gigantesca silueta de un ser que avanzaba hacia ellos. Ennegrecía las alturas y exhalaba una tempestad que derretía las montañas, borraba todo el paisaje como tiza sobre una pizarra.

–¿Qué es esa cosa? –Inquirió nervioso Cristian casi ahogándose–. ¡Parece una montaña con brazos y piernas moviéndose hacia nosotros!

–No me dio tiempo de explicaros –intentaba hablar Belzo exhausto–, lo que has visto no es una montaña, es el Oscuro Miedo, el mítico gigante de los miedos. Hasta ahora tan sólo era una sospecha, pero ya es un hecho, ha vuelto.

–¿Quién? –dijo Cristian perplejo.

–Oscuro Miedo –dijo Noa– es el monstruo más profundo de las emociones humanas.

–Esto lo explica todo, –se dijo Mariam, estaba tan sorprendida y expectante que ya no notaba ni el dolor de los dedos, las frases no podían parar, el carro de su máquina volaba, las letras y palabras corrían por el sediento papel atrapado–. Es un ser poderoso y malvado que ha vivido su inmortalidad con el único propósito de acabar con nuestro mundo. Y si ha vuelto él… habrá vuelto su ejército de pesadillas, los absurdos complejos, las dolorosas mentiras que se dice uno cuando le atrapa el oscuro miedo, el irracional, el odio a otros que no son igual a ti o a los tuyos, la guerra, la violencia hacía minorías rechazadas por el color de su piel su género o sus creencias, todo absurdo, completamente absurdo. Ese es el Oscuro Miedo.

No sé si será muy ingenuo pero el consejo me dijo que la profecía habla de una esperanza –dijo Belzo mientras el viento azotaba la casa con fuerza–. Creo que ahora entiendo porque estás aquí, tú eres la esperanza.

–¿Yo? Si sólo soy un niño ¿que podría hacer yo contra un monstruo? –dijo Cristian aterrado.

–Sí, pero ¡eres un joven muy especial! –le recordó Noa–, sólo tú puedes vencer al Oscuro Miedo.

–No puedo, si en realidad yo le tengo miedo a todo –dijo Cristian al tiempo que volvía a agitarse la puerta.

A Mariam le temblaban las manos al ver tan grande verdad ante ella, sus dedos querían esculpir esa verdad en su historia, al fin entendía adónde le llevaba. Se acercó y lo abrazó, pudo sentir todos sus miedos reflejados en aquel niño, al fin entendió.

–Por supuesto, eres un jovencito, –le gritó Mariam casi al oído, pues el ruido ya era atronador– todos los niños hasta los mayores y los que dicen que no lo tienen, todos tenemos miedo alguna vez. En realidad, el miedo es un don que sólo saben utilizar los valientes. Los que no saben utilizarlo se les atrofia convirtiéndose en otra cosa, una especie de miedo destructivo y oscuro que no sirve para nada y que está hay fuera convertido en un monstruo con todo el poder que le hemos concedido. Aun así, tiene arreglo, ¿sabes cómo?… La única manera es enfrentándose a él. De ese modo se puede tener miedo y ser valiente al mismo tiempo, sólo hace falta creerlo.

Cristian se quedó pensativo por un instante, el argumento le pareció mágico y entonces en su mente dejó de oír todo aquel ruido. Sintió un momento de paz. Recordó el puente de cuerdas y madera, la mano de su padre, la brisa del Atlántico, el trono rocoso, el olor del islote escarpado, las historias del abuelo y entonces su mente comenzó a dominar el miedo. Se puso de pie y su rostro de niño asustado cambió por el de un guerrero. Ya no volvería a tener miedo del malo.

Manuel Salcedo

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