Portada » LA CAJA

Sergio Reyes

 

¡Otra vez el dichoso trozo de madera sobre la encimera! ¿Cómo había llegado de nuevo hasta ahí?, se preguntó Andrea, boquiabierta. Contuvo la respiración, y aún en la puerta de la cocina, escuchó con atención. La casa estaba en silencio, como corresponde a un lugar solitario, habitado tan sólo por ella.

Dejó el vaso vacío sobre la mesa de cocina, maldiciendo la enfermedad que le hacía regresar allí continuamente, durante la madrugada, a por más agua. Cogió el maldito trozo de madera, no sin algo de aprensión, y acarició la cara rugosa del mismo. La única cara rugosa, pues el resto de sus lados eran lisos y estaban bien pulidos.

La_Caja

¿Qué demonios haces aquí otra vez?, le preguntó, mirándolo fijamente, mientras se dirigía a la oscura despensa. Estaba segura de haberlo guardado en la caja de los enredos, justo antes de acostarse, cuando se lo encontró apoyado, inexplicablemente, sobre el lomo del primer tomo de su enciclopedia. ¿Cómo había llegado allí un inanimado trozo de madera que ni siquiera recordaba poseer?, se había preguntado en aquel momento, mientras repasaba mentalmente las visitas recibidas en el último mes, las que suele recibir una vieja enferma y cascarrabias como ella: ninguna.

Intrigada, pues nadie había estado allí para sacar el dichoso madero de su lugar y ponerlo en la cocina, entró en la despensa a oscuras. Allí, buscó a tientas la caja de los trastos inútiles, la de los enredos que jamás se atrevió a tirar, como el pañuelo de la tía Juana, la que se ahorcase hace años arriba, en el desván. La caja en la que guardaba, también, la soga que la buena mujer había utilizado, así como muchos otros objetos que, esa misma mañana, había estado revisando.

Cuando al fin dio con ella, levantó un poco la tapadera, lo suficiente como para  introducir en la misma el trozo de madera, cálido al tacto aunque helador a la razón. Pero cuando vino a meter la mano, el corazón se le encogió y los músculos horripiladores de la piel le erizaron su escaso vello corporal. Andrea se quedó en la oscuridad, paralizada, palpando el interior de aquella caja de los enredos, unas horas antes llena y, ahora, misteriosamente vacía.

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