MICRORRELATOS
Tarde cálida de un incipiente otoño valenciano. El sol, que hasta hace unos momentos penetraba por mi amplio ventanal, se va ocultando camino de su ocaso. El salón, antes luminoso, se va llenando de sombras. ¡Qué cortas se han hecho ahora las tardes! Y cómo añoro aquellas largas del estío llenas de luz y de vida. Envuelta casi en tinieblas, mi mente, serena, me pongo a pensar en tantas cosas como llevo hechas desde que comencé a andar por esta senda de la escritura hace… unos cuantos años… Libros, poemas, artículos, biografías, teatro, entrevistas reales y virtuales, haikus, relatos, microrrelatos…
Sí, también hubo una etapa en que me dio por escribir microrrelatos e, incluso, llegué a presentar algunos a un famoso maratón del cual salí finalista en tres o cuatro ocasiones. En alguna de ellas, según me dijeron, estuve a las puertas de ganar, pero esa puerta no acabó de abrirse, solo se entreabrió. Da igual, éramos muchos y lo importante era participar, frase feliz del Barón de Couvertin, lema del espíritu olímpico para dejarnos bien a todos. A todos los que no ganaban, claro.
Y ahora que lo pienso… se me está ocurriendo una cosa. Voy a desempolvar algunos de esos microrrelatos, olvidados en el tiempo, y les voy a dar su minuto de gloria entre estas páginas del Rincón poético como pequeño homenaje a las cosas sencillas.
Pensat i fet, que se dice por aquí. Así que, vaya por delante el primero.
EL CUADRO
(microrrelato finalista en el maratón CLAVE 2015)
Lord Spencer se hallaba en el amplio salón de su mansión ante el retrato de su difunta esposa, Lady Elisabeth, mujer dominante y posesiva, cuyos celos le hicieron la vida imposible. Se casó muy enamorado, pero con el tiempo aquella pasión fue apagándose lentamente. La muerte prematura de ella fue su liberación.
Joven aún y lleno de vida, conoció a una bella muchacha que, poco a poco, conquistó su corazón tan necesitado de amor. Convencido de sus sentimientos, le propuso matrimonio y ella, igualmente enamorada, aceptó haciéndole el hombre más dichoso del mundo. El destino le brindaba una segunda oportunidad.
Pero, leal a la memoria de su primera esposa, creyó un deber moral comunicarle su futuro enlace y la llegada a la mansión de una nueva Lady Spencer. Y ante el retrato de su difunta esposa, sosteniendo una rosa blanca entre sus manos, fue abriéndole su corazón, pleno de felicidad por aquel futuro prometedor que ante él se abría.
Los ojos de Lady Elisabeth parecían brillar peligrosamente en la oscuridad del salón y de pronto, el cuadro, inexplicablemente, se descolgó de la pared cayendo sobre el pobre lord Spencer.
A la mañana siguiente, los criados hallaron su cadáver tendido sobre un charco de sangre a los pies del retrato, el cual permanecía en el mismo lugar de siempre. Pero la rosa blanca apareció teñida de sangre, mientras en los ojos de Lady Elisabeth brillaba un destello de triunfo.
Los ojos de Lady Elisabeth Spencer brillaban peligrosamente.
ADIÓS A UN HOMBRE GRIS
Anónimo hombre gris. Has emprendido ese viaje final sin apenas haber dejado huella de tu paso por la vida. Esa existencia gris y monótona que el destino te deparó.
No hubo para ti grandes alegrías personales ni triunfos en tu rutinario trabajo. Sólo fuiste un número más en la lista de los hombres que pasan desapercibidos; hombres grises del ingente montón que forman la humanidad.
Trabajador anónimo, jamás tuviste una felicitación por tu buen hacer día a día, año tras año. Eras el empleado gris que llevabas a cabo tu diaria tarea gris en medio de una jauría de seres prepotentes que ignoraban tu existencia.
En el amor tampoco fuiste afortunado. Te casaste, como quien debe cumplir una obligación con la sociedad, sin sentir esa ilusión que el amor inspira, sin pasión. Y sufrido padre, jamás llegaste a despertar en tus hijos admiración alguna, ningún orgullo. Fuiste la sombra gris de un hogar que, al desaparecer tú, se perdió como un ser evanescente.
¡Pobre hombre gris! Tal vez, si alguna noche vemos brillar una pequeña estrella en el firmamento, quizá sea la tuya que al fin, allá en lo alto, has alcanzado esa gloria, merecido premio, que en la tierra se te negó.
CITA CON LA MUERTE
(finalista en el Maratón de la CLAVE 2016)
Sólo tenía quince ingenuos años. Una vida que empezaba a florecer plena de sensaciones y descubrimientos, que la convertirían, de adolescente, en una auténtica mujer. Todo un halagüeño porvenir en su amplio horizonte.
Pero una noche, paseando por su jardín, entre las sombras vislumbró una figura siniestra que le sonreía con dientes descarnados. Asustada, escuchó cómo de aquel ser salía una voz de ultratumba anunciándole: -“Soy la Muerte. Quiero tu vida. Toda la dicha que soñabas la vivirás en mi mundo de sombras. Ven conmigo”.
La joven quedó paralizada. ¿Para qué deseaba su vida aquel ser? La aparición tendió sus descarnados brazos queriendo asirla. Resignada, le propuso: -“Me iré contigo, pero antes, déjame que disfrute de la vida, que experimente sensaciones desconocidas para mí, que conozca el amor. Después, volveré y entonces podrás llevarme”.
Y la joven vivió durante un lapsus de tiempo todo aquello que su corazón anhelaba. Dichas, aventuras, nuevas experiencias. Y, finalmente, conoció el amor con toda su intensidad.
Volvió convertida en mujer y, cumpliendo su promesa con la Muerte, vio sorprendida cómo al verla, despechada, esta se alejaba de allí.
La Muerte había venido por una sola vida y la joven ahora llevaba en sus entrañas un nuevo ser.
LA PEQUEÑA FLOR
La brisa otoñal aventa en el frondoso jardín las últimas flores del estío. Sus pétalos van cayendo uno a uno deshojados, con desmayo, formando un bello tapiz multicolor que poco a poco cubre el extenso suelo de tonos otoñales. Otras hojas vagan en el vacío, cual alas de tristes mariposas que han perdido su rumbo.
Hojas matizadas de las rosas, perfumadas del mítico clavel, delicadas del pequeño jazmín, aladas de leves pensamientos, níveas de sencillas margaritas… van cayendo una a una sin vida. En el jardín no va quedando ya ninguna flor.
Y el jardín, que ya empieza a cubrirse de sombras, está triste. Recuerda con nostalgia esos días alegres cuando bañado de sol lo visitaban cantarinos pájaros que al piar componían una bella sinfonía llenando el aire de trinos afinados.
También evoca aquellos cansinos paseos de apacibles ancianos que en el estío se cobijaban de los ardientes rayos del sol bajo la protectora sombra de sus árboles cubiertos por cientos de hojas danzarinas, sílfides etéreas, que al son del aire ofrecían su danza original.
Y añora a las felices parejas de enamorados que al pasar junto a ellos, enlazadas sus manos, rojos los corazones, se hacían dulces promesas de amor y grababan sus nombres en sus viejos troncos.
¿Dónde estaban los ruidosos niños que, traviesos, correteaban incansables por todo el parque alegrando el entorno con sus risas y juegos infantiles? ¡Cuánto los echaba de menos! ¿Por qué no venían ya?
Mas, todo aquello pasó. Huyeron los felices días de antaño. Ahora tan sólo reinaban por doquier el silencio y la soledad. Y resignado, el jardín se envuelve entre sus sombras, dispuesto a pasar el frío invierno y la ya cercana Navidad sin nadie que lo acompañe. Se siente viejo y solitario sin sus flores, sin sus niños, sin sus pájaros… Él, que todo lo tuvo.
Y de pronto, el viejo parque vislumbra a lo lejos como un blanco destello que resalta en medio de la densa oscuridad. Y el anciano jardín sonríe agradecido y feliz.
¡Ya tiene compañía! ¡Ya no pasará la Navidad abandonado! ¡Ha visto a la más pequeña de sus hijas!
Es una florecilla diminuta
que ha quedado escondida en la hojarasca
y que el viento no ha podido deshojar.
Es una florecilla diminuta brillando en la oscuridad
EL REGALO
El eminente científico, en su taller, le daba vueltas a la cabeza pensando en el regalo de cumpleaños que le haría a su pequeña hija, niña caprichosa, mimada por la fortuna, adorada por todos.
Y de pronto, como aquel sabio de la antigüedad, exclamó: -¡Eureka! Construiré un robot que ande, se mueva, obedezca y conteste al formularle alguna pregunta. Parecerá casi un ser humano.
Y desde ese instante, dedicó todo su tiempo libre a la construcción de aquella máquina, pieza a pieza en perfecta conjunción.
Se diría que aquel robot no era un cuerpo metálico sino un joven humano cuyos ojos despedían ternura en la mirada.
Y, satisfecho, esperó que llegase el día del cumpleaños de la niña para entregarle ilusionado su regalo: aquel robot que rayaba casi en la perfección.
La niña, rodeada de un sinnúmero de juguetes, muñecas, casitas, juegos, a cual más bonitos y divertidos, al ver al robot, que con sonrisa y voz metálica se dirigía a ella felicitándola, se asustó y volviéndole la espalda, despectiva, ordenó: –Que lo suban al desván.
Y allí, en la oscuridad de la triste buhardilla, rodando por las mejillas del robot abandonado, brillaron dos lágrimas.
¿MUERTE? ¡VIDA!
(finalista en el Maratón de la CLAVE 2017)
Llevaba hundida en el sofá no sabía cuánto. Había perdido la noción del tiempo y el espacio y la noche se le echó encima. Aquel desengaño amoroso la sumió en tal estado que solo encontraba como solución esas pastillas que, encima de la mesita, la incitaban a ingerirlas y acabar así con su vida que sin aquel amor, que lo fue todo para ella, no merecía la pena vivirla.
Ardientes lágrimas nublaban sus ojos, mientras cogía el frasco dispuesta a vaciarlo y sumirse en la nada, cuando una llamada a la puerta la detuvo.
Al abrir, vio ante ella un joven de apariencia agradable y amplia sonrisa que amablemente le propuso: –Hola, soy Juan, tu nuevo vecino, y he pensado que podríamos conocernos tomando una copa de este excelente champán que acaban de regalarme por mi cumpleaños. Me gustaría celebrarlo contigo, ya que estoy solo y me siento algo triste.
La joven quedó un momento sin saber qué contestar. ¿Pastillas? ¡La muerte! ¿Esa copa de champán? ¡¡La vida!!
-¡Adelante, Juan! Una copa de champán es un buen comienzo. La vida aún puede depararnos hermosas sensaciones en el futuro.
Y lágrimas de felicidad lavaban sus ojos, que aquellas de tristeza habían empañado. Volvía a vivir.
LA ESTRELLA Y EL NIÑO
Las estrellas brillaban en la noche invernal, como pequeñas luciérnagas, flotando en el vacío del espacio infinito de los cielos. Semejaban un velo transparente, tejido con mágicos hilos dorados, bordado por manos invisibles y gigantes. Todo era armonía en aquel mundo sideral poblado por millones de astros, satélites sumisos, planetas errantes y bellos cometas de hermosa y larga cola semejante a una inmensa cabellera.
De pronto, esa paz universal se vio sorprendida por una luz brillante y cegadora que eclipsó con su fulgor a cuantos astros existían. Era una nueva estrella, un nuevo sol nacido en el azul por expresa voluntad de Dios. La señal que Él nos mandaba para anunciar la llegada al mundo de su Hijo unigénito. El nacimiento de un Niño Redentor.
Y bajó la hermosa Estrella del celeste, atravesando vagas e inmensas nebulosas, mundos misteriosos y lejanos, distancias inconmensurables, noches eternas, hasta posarse al fin en el Portal para adorar al Niño-Dios humildemente.
Al verla, todos quedaron asombrados ante la belleza de aquella luz caída del cielo: los sencillos pastores, el ingenuo José y María la madre de Jesús. Jamás habían visto hermosura semejante. El pequeño Niño, desde su cuna entreabrió los ojos, y al ver a la Estrella se sintió feliz y agradecido se dirigió a ella diciéndole:
-Tu luz brillará junto a mí luciendo eternamente en el Portal. Serás el faro luminoso que guíe para siempre a los tres Magos en su camino desde Oriente. Adornarás el abeto en los hogares coronando con tu belleza y resplandor su cima. Y cada año serás la señal que anuncie al mundo y a los hombres de buena voluntad la llegada de una nueva Navidad.
Y el Niño-Dios, con sus santas manitas, bendijo a la hermosa y radiante Estrella que bajó de los lejanos cielos, enviada por su Padre, para alumbrar su sencillo hogar.
Esa Estrella afortunada es la luz que cada año esperamos ver brillar en los cielos en Nochebuena. La luz cálida que debe iluminar nuestros corazones para así poder celebrar con amor la noche del veinticuatro de diciembre.
Es la santa Estrella de Belén.
Vuestra amiga Carmen Carrasco
Y el Niño-Dios bendijo a la santa Estrella de Belén.
¿Por qué, aparte de publicarlos aquí, no vas pensando en darles una cuna de papel? Son preciosos. ¡Animate! Besets
Ha quedado muy bien. Muchas gracias al equipo
Bonito relato Carmen:)
Que bonitos relatos. Me encantan. Felicidades Carmen.