Con dolorosa emoción recibí la noticia de la muerte del poeta Carlos Benítez. Extraña coincidencia la de esta noticia, pues acababa de poner en orden mi mesa de despacho repleta de papeles, libros, revistas, y algún objeto más. Sólo había dejado sobre la mesa la Biblia, El Quijote y el libro de poemas místicos de Carlos que suelo leer  todos los días como hermosas oraciones que pueden elevarse hacia el cielo.

Confieso que nunca fui aficionado a leer poesía y tampoco soy entendido en materia literaria. No obstante, me considero un buen y constante lector de toda clase de libros a los que dedico, desde que me jubilé, una media de tres o cuatro horas diarias, (esta afición me viene desde que era un niño). Pero nunca juzgo  ni hago crítica sobre si está bien o mal escrito según los cánones establecidos, simplemente digo me ha gustado o no me ha gustado, según lo que su lectura me ha aportado. Pero desgraciadamente la poesía no entraba en mis proyectos. Fue a raíz  de mi entrada en la familia en Granada Costa cuando por curiosidad más que por interés, comencé a leer algunas poesías de las que aparecen en las últimas páginas del periódico y entonces comencé a sacarle cierto sabor, y fue precisamente las de Carlos las que calaban en mi alma despertando sentimientos estéticos, morales, etc. que me hacían pensar hondamente en las cosas de este mundo y del otro.

    A raíz de la lectura de sus poemas tuve interés en conocerle personalmente y se produjo el encuentro hace ya varios años con la ocasión de la asistencia a un acto cultural en Molvízar organizado por el periódico Granada Costa. Y debo  decir que me impresionó gratamente por su comportamiento, cortesía máxima hasta el más mínimo detalle. El comportamiento tiene al menos para mí, el mayor de los valores pues suele ser el fiel reflejo del alma. Vi coherencia entre su poesía y su conducta. Así lo afirma el escritor Goethe: “El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen”.  Nada más cierto, de nada sirven las palabras si no coinciden con los hechos. Y sin que pueda interpretarse como petulancia por mi parte, lo mismo que antes dije que no sabía juzgar sobre literatura, ahora sí que puedo decir que sobre comportamientos sí sé algo por mis muchos años de trato con personas de todas clases y en muchos campos de la vida. He podido observar y a veces, sufrir estas conductas, pues entre el pensamiento y la conducta hay una relación muy estrecha. Pensamiento egoísta, conducta egoísta; pensamiento injusto, conducta injusta; pensamiento ambicioso, conducta desleal, traidora, y así podríamos seguir.

         Así que mi alta valoración a Carlos Benítez, al margen de su inspiración poética y dotes literarias, ha sido por su noble comportamiento, por su conducta social puesta de manifiesto  en todos nuestros encuentros.

      Cuando vuelva a ver a su mujer, Lola, que siempre los vi juntos, no podré evitar una punzada de nostálgica tristeza en el alma.

                  JOSÉ ANTONIO BUSTOS

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