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LA LOCOMOTORA DEL PENSAMIENTO

Acostumbro a pensar en libros y películas que han dejado una huella en mí. Entre los libros podría citar algunos como: Cometas en el cielo o Mil soles espléndidos de Houssein Kalet, Memorias de Adriano de Margarita Yourcenar, Una pasión rusa de Reyes Monforte, El palacio de la luna y El libro de las ilusiones de Paul Auster, La noche de los Tiempos y Ventanas de Manhattan de Muñoz Molina, Madame Bovary de Gustave Flaubert, El Gran Gatsby de Scott Fitzgerald, Tokio Blues, Baila, baila, baila, 1Q84 de Murakami, La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, Historias de mujeres de Rosa Montero, La Iliada y Odisea de Homero…Y películas que han marcado mi trayectoria que son muchas, pero os mencionaré algunas como: Cinema Paradise de Escola, Bailar en la oscuridad de Lars Von Trier, Deseando amar, 2046 y todas las de Wong Kar wai, Al otro lado, Soul Kitchen de Fatih Akin, El ciudadano Kane de Orson Welles, El viaje de Felisa, Exótica, El dulce porvenir de Aton Egoyan, Bird de Cliff, ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra, El padrino de Coppola, Lo que el viento se llevó de Victor Feming, Casablanca de Michael Curtiz, Cadena perpetua de Frank Darabont, La lista de Schindler de Steven Spielberg …Las recuerdo como pequeños tesoros y me emociono cuando trato de recordarlas.

Imagino que la vida es como un tren con sus vagones. Estos escritores de los que hablo y cineastas son también mis amigos porque me hacen compañía y elijo cuando y el tiempo que quiero estar con ellos. Estos amigos de los que hablo viajan en un vagón unido a la locomotora que yo conduzco. Una locomotora que avanza con un ritmo desenfrenado sobre las autopistas del miedo, del tiempo, del fracaso, del éxito, de la mediocridad, de la pandemia que nos amenaza… Y me gusta celebrar sus nuevos libros o sus nuevas películas, porque lo que importa es que sus palabras o imágenes configuran nuevos territorios y me permiten su exploración. Aquí el lenguaje, la voz singular de cada narrador se adelgaza, se estira y se transforma en virtud de una prosa que obedece a la vertiginosidad de los tiempos que corren y que

escapan de la contemplación, la meditación o cualquier tipo de artificio innecesario. Aquí se encuentran los temas que ya se van constituyendo en sus universos narrativos–la soledad, el desamor, la sangre que brota de la boca al pronunciar el nombre de una mujer, los espacios amenazantes, las deformaciones, la violencia particular, casi secreta que esconden sus personajes…– siempre de la mano de un tono sereno, maduro en su entramado, pero rebelde en su esencia. Hay en los relatos que integran ese vagón un eje temático clave: la distancia que separa los cuerpos. El aire que circula triste entre ello. Y, desde allí, esas intensidades agónicas se dibujan como conexiones algo insólitas, tiernas y hasta humorísticas en esas casas a las que se nos invita a entrar. Los lectores encontraremos en estas páginas habitaciones cuya interior muta, pasadizos que esconden derrotas inimaginables; la sombra de esos escritores que son la grandeza y la derrota, rituales con fuego, con himnos, con banderas negras que se agitan con el mismo aire de la tristeza de siempre; y, de fondo, el abandono, el paso del tiempo, la luz de esas estrellas que se extinguieron hace millones de años y que apenas llega hasta nosotros.

A menudo pienso en la obra de estos escritores y cineastas como una especie de agujero negro que se crea cuando una estrella agota su combustible y la materia restante, si queda suficiente, colapsa debido a su propia gravedad. Esos espacios capaces de yuxtaponer a las facultades múltiples de la naturaleza un poder de asombro que va más allá de la mirada humana y que, al mismo tiempo, son dispositivos que atrapan la luz, concisos microcosmos que lo contienen todo. Me recreo en esos libros y en otros que yo también escribo motivada por la presencia de esos creadores que dan luz a mi intelecto. Esas obras de arte son como el brillo lejano que llega a instalarse en esa región dedicada a nuestro propio olvido, como aquel hombre que cava su propia tumba mientras piensa en el amor perdido, en las cosas que existen más allá de la duda y el silencio, en la forma de las nubes que cuando se miran desde la locomotora en movimiento son como los mosquitos o moscas que se escapan cuando alguien enciende la luz de la cocina. Pienso en la necesidad del ser humano, ya en la Antigüedad, la información era poder, en la necesidad de almacenar los escritos en reinos y santuarios que dio origen a las bibliotecas. Las bibliotecas del mundo antiguo nacieron vinculadas a los centros del

poder de la época, como archivos de un reino o imperio, o bien como depósitos de escrituras sagradas de templos. A menudo fueron de la mano de centros de enseñanza gubernamentales o religiosos, con el tiempo, algunas copias quedarían al alcance de particulares adinerados, que fueron atesorando su propio capital bibliográfico. El gran enemigo de todos ellos serían las catástrofes naturales, las guerras e invasiones y el fuego, intencionado o accidental. Para siempre estarán perdidos títulos de los que nada sabemos, y otros que nos han llegado mencionados por terceros, como el Margites de Homero, la Historia de Estrabón o el famoso segundo libro de la Poética de Aristóteles, centrado en la comedia, que tanto juego dio a Umberto Eco en El nombre de la rosa .

En otro de los compartimentos de la locomotora habitan todas las historias de amor del universo, los amores partidos y perdidos, las oraciones a un dios sordo que te ignora cuanto más le lloras y te ignora mientras en el exterior ha dejado de llover. Me gusta pensar en mis amigos, en los viejos tiempos en los que jugábamos a inventar historias para sobrevivir y para soportar la furia que el calor otorga a quienes pensamos en escapar, sin darnos cuenta de que corremos en círculos, como gilgueros adormecidos, como fantasmas derrotados incapaces de atravesar los muros de esa casa en la que duermen las ficciones que nos condenan. A mis amigos también los incluyo en otro de los compartimentos de la locomotora.

En el último de los vagones viajan las frustraciones, rabia acumulada, impotencia… que circulan con dificultad en mi mente y en el corazón motivadas por: la actitud de políticos corruptos prepotentes, ambiciosos que gobiernan y son mera fachada. Ansiosos por estar en el candelero de manera permanente, incapaces de evaluarse y se reproducen como parásitos que cada día piden más y más; mientras pasean sus carteras del Congreso al Senado. Pienso que la política española se va volviendo más tóxica que el virus de la pandemia. Día tras día, las noticias sobre el aumento de los contagios y las muertes las hemos visto agravadas por el espectáculo cochambroso de la discordia política, de la ineficacia aliada al sectarismo, de la irresponsabilidad. Contra el virus llegará una vacuna, e irán mejorando los tratamientos paliativos; contra el veneno español de nefasta calidad política no parece que haya remedio. Los científicos nos dicen que nuestro país tiene

vulnerabilidades mayores que otros. Los epidemiólogos comparan cifras que nos sitúan a la cabeza de Europa en enfermos, en muertos, en sanitarios contagiados. Las instituciones económicas internacionales nos alertan de una recesión más grave que la de ningún otro país de la Unión Europea. Una generación entera tiene en suspenso su porvenir porque no se sabe si podrán seguir abiertas las escuelas. Pero la clase política vive en una burbuja en la que no hay más actitud que la agresión y el impulso de hacer daño, y el uso de un vocabulario contaminante que sirve sobre todo para envenenar aún más la atmósfera colectiva, para eludir responsabilidades y buscar chivos expiatorios, enemigos a los que atribuir las culpas de todos los errores. Mi dolor se acentúa cuando pienso en la gente irresponsable que adopta como bandera vivir del pillaje y del cuento, aumentando la cadena de desempleo, en lugar de esforzarse en ser mejores cada día e interiorizar valores que nos avalen como individuos responsables. Suena inhumano, pero sigue habiendo guerras, y países como Rusia, China o Estados Unidos, todavía las apoyan. Pienso que solo unidos como humanos podremos erradicar algunos de estos problemas, de otra forma estamos condenados, contaminamos nuestro planeta de una manera súper acelerada y si a eso le súmanos, problemas de salud, de agua y poca comida pereceremos. Cada día se hace más grande el abismo entre países ricos y pobres, un océano. Civilización desperdicio. ¿Y el compromiso bioético de la supervivencia ecológico sostenible? Es necesario meditar, pobre siglo XX, vapuleado por la conciencia.

Tras los cristales de la locomotora tiemblo muy de cuando en cuando, al ver caer copos de nieve deshaciendo el nido grande de cielos plateados, cubriendo cipreses desnudos en días grises de invierno fiel. A veces, detrás de la ventana, lloro suavemente cuando nadie me ve, en el devenir del mundo cruel, entre bruma opalina. Otras veces suspiro, cuando cierro los ojos y veo pasar la vida en diapositivas. Recuerdo lugares que he visitado recientemente y les hago un guiño. Un día lloré tras el naufragio de lo vivido en la orilla de los miedos cómplices, de un corazón cautivo, un respiro hondo me trajo el recuerdo de una sonrisa azul, y así, todo volvió a empezar. A veces, muy de cuando en cuando, deseo: que el mundo sea pequeño, que sus bordes quepan en un pañuelo verde, para estar cerca, abrazarnos y sonreír en las distancias.

Autora: Ana López Expósito

Valenzuela

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