DIARIO DE UN POETA: EL DÍA QUE CONOCÍ A LEOPOLDO DE LUIS

La verdad es que nunca podré tener la capacidad suficiente para poder describir las emociones que he experimentado al conocer a personas, todas ellas, de una inteligencia superior a la mía en mi opinión. En todas vi el reflejo de la grandeza de Dios, al dotarlas en su quehacer creativo como personas superiores, tanto si han sido poetas, escritores, pintores, escultores o cualquier otra forma creativa, fuese en el campo que fuese. El solo hecho de crear merece todo mi respeto y admiración. Gracias a Dios, he podido conocer a muchas personas dotadas del aliento de Dios, lo cual me ha llenado de orgullo y, sobre todo, me ha servido para aprender de ellos e ir mejorando en mis pobres escritos. Nunca ha habido en mí ninguna vanidad ni orgullo fingido a la hora de contar que un día conocí a tal o cual personaje. En primer lugar, porque ninguno de ellos me miró por encima del hombro, como sí lo han hecho otras personas inferiores a ellos, que se creían que eran grandes y trataron de apartarme de su camino. Algunos de ellos lo impidieron y otros –los menos– sí consiguieron vetar el que yo participara en determinados eventos –afirmando que no estaba a la altura de ellos–. Vanidad de vanidades. Luego Dios o el destino hizo que todas esas personas participaran en los actos literarios que yo organizaba y publicaran en las dos revistas que fundé. Eso sí, jamás les reproché nada y la mayoría fueron, después, muy amigos míos.

            Leopoldo de Luis nació en Córdoba en 1918 y falleció en Madrid en 2005. Su verdadero nombre era Leopoldo Urrutia de Luis. Con un año de edad sus padres se trasladaron a Valladolid, en donde estuvo viviendo hasta que marchó a Madrid para hacer el bachillerato con 16 años en el Liceo Francés. Durante la Guerra Civil, coincidió con el poeta Miguel Hernández, al que había conocido en 1935, así como a Gabriel Celaya y León Felipe. Combatió en el lado republicano. Quizás fue el motivo de que durante bastantes años estuviera un poco relegado de los cenáculos literarios del momento. Sus poemas se publicaron en las más prestigiosas revistas de España, incluida la revista Arboleda, de la que fui fundador y director durante 27 años. Estuvo prisionero en la plaza de toros de Ciudad Real y en el penal de Ocaña, donde coincidió nuevamente con Miguel Hernández. Escribió la biografía de Antonio Machado y de Vicente Aleixandre, del que fue muy amigo. Escribió más de 30 libros de poesía. Ha sido considerado uno de los representantes más importantes de la posguerra española.

            En 2004 fue nombrado hijo predilecto de Andalucía y se le concedió la medalla de Oro de Córdoba. Obtuvo la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. El Ayuntamiento de Madrid puso una placa en la casa donde vivió y dio su nombre a una plaza; así mismo, colocó un pequeño monumento en los jardines de la Biblioteca de Vázquez Montalbán. Fue Premio Nacional de las Letras Españolas en el año 2000. Premio Nacional de Poesía 1974. Premio Ausiàs March 1968. Pedro Salinas 1952. Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández, en donde tuve el grandísimo honor de dar mi voto favorable para que se le otorgara el galardón a requerimiento de la institución que concede dichos premios en Orihuela. Premio «León Felipe» a los valores humanos. Qué duda cabe de que Leopoldo de Luis ha sido uno de los grandes poetas del siglo XX. Hombre de una gran cultura e inteligencia poética. Un poeta que llevó casi a la perfección las estructuras en sus sonetos, que están llenos de humanidad y sentido armónico, acompañado de un depurado léxico. Quizás fue en las dos últimas décadas del siglo XX cuando Leopoldo adquirió la plenitud de su creatividad en sus poemas adornándolos de una aureola versificadora. Era también un exquisito conferenciante y un excelente tertuliano. Escucharlo hablar era aprender y enriquecerse uno.

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            La primera vez que lo vi –creo recordar– fue en una conferencia que dio en el salón de actos de la Banca March de Palma, organizado por la Agrupación Hispana de Escritores (AHE). Aunque anteriormente había hablado con él en varias ocasiones con motivo de proponerle que fuese el poeta invitado en un número de la revista Arboleda, cosa que él aceptó. Al terminar la conferencia me di a conocer a él, y estuvimos unos minutos hablando, ya que era requerido constantemente. La segunda vez que estuve con él fue en Madrid, en un acto cultural celebrado en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. En esa ocasión departí con él bastante tiempo. Recuerdo que me regaló varios libros de poesía dedicados, que yo previamente a mi viaje a Madrid le había solicitado.

            La segunda vez que estuve con él fue también en Madrid en la presentación de un libro de A.R.M. Recuerdo que él y yo estábamos sentados en la primera fila de butacas del salón –este estaba totalmente lleno ya que en la presentación del libro participaban importantes personajes de la literatura–. Recuerdo que al final de la presentación hubo un coloquio que resultó muy interesante y gozoso para mí. Una persona asistente al acto –intencionadamente– le hizo a la autora una pregunta bastante complicada a la que debía contestar. Leopoldo y yo nos dimos cuenta del aprieto en que ella se encontraba. Pero, en ese instante prodigioso, Leopoldo de Luis contestó a la pregunta dándonos una lección de lo que era la poesía. Ese gesto sirvió para evitar que la autora del libro se viera en un apuro. La contundencia con que Leopoldo dio aquella lección poética magistral me dejó, y dejó al muchísimo público asistente, maravillados. Comprendí la gran cultura y conocimiento que de la poética y la literatura en general tenía mi admirado Leopoldo. Ese mismo día la autora del libro nos invitó a unas quince personas a almorzar en un conocido restaurante muy cerca de la calle Leganitos. Estuve junto a Leopoldo y, entre el buen yantar y el exquisito vino, hablamos de la presentación de esa tarde. En uno de los brindis que se hizo en la comida, derramé la copa que tenía en la mano y, al desparramarse el vino, manchó un poco la chaqueta de Leopoldo. Le pedí disculpas por ello y me contestó: «No te preocupes, mañana la llevaré a la tintorería». Al terminar y con otras personas fuimos dando un paseo hasta el hotel donde estaba hospedado.

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            La tercera vez que estuve con él –también en Madrid– fue en el entierro del poeta José Gerardo Manrique de Lara. Ya estaba bastante mayor y recuerdo que me dijo lo siguiente, que aún recuerdo, con un poco de humor: «Espero que nunca vengas a mi entierro». No fui a su entierro. No fue posible. Pero siempre lo recordaré como una gran persona, un extraordinario poeta y un hombre de bien.

 

CUMPLEAÑOS

Un año es como un torpe dromedario

y abrimos sobre él otro desierto.

Hemos venido en un camello muerto

sobre el que cabalgamos a diario.

¿Será cada año otra cabalgadura?

¿Cumplir años será algo más que un reto

o será ir descubriendo ese secreto

que nos espera tras la puerta oscura?

Cumplir años es como apostar fuerte

por la lenta derrota de la muerte

y ver que aún sigue abierta nuestra herida.

Miguel Oscar Menassa: todo empieza

de nuevo cuando juegas otra pieza

en el ajedrez rojo de la vida.

L. de L.

 

Marcelino Arellano Alabarces

Palma de Mallorca

Peñón s

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