Libro recomendado “COMISARIO ARGÜELLES ASESINATO EN EL CAMPO DE GOLF” de Antonio Cercós Esteve

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El comisario Argüelles no disfrutaba con la mañana de tedio que tenía ante él. Hacía calor en su despacho porque julio se presentó con más calor de lo habitual y, por desgracia, el aire acondicionado no funcionaba.

Repasar los informes de asuntos pasados que tenía sobre la mesa, no le seducía ni mucho menos, “maldita la gracia que le hacía”, se dijo in menti. “Era agua pasada que ya no movía molino”.

Si al menos surgiera algo nuevo, un caso interesante, aunque ello le obligara a anular los billetes que ya tenía reservados para hacer un viaje a Nueva York en avión con su mujer el próximo mes de agosto, merecería la pena. Nueva York podría esperar, nadie se lo reprocharía, y su mujer, menos, siempre estaba de acuerdo con él.

Nueva York podía esperar, nadie le movería de donde estaba, ni en este mes de julio, ni tampoco en el de agosto. Su mujer y él podrían viajar en otra fecha sin mayores problemas. Y de pronto…

– Le llaman por la línea dos, comisario – le anunció la voz conocida de Elsa, la telefonista de comisaría.

– Dígame. ¿Con quién hablo?

– Soy Núñez, el director del club de golf Sur-Poniente, tengo en mi despacho a un socio del club que acaba de descubrir el cadáver de un hombre cuando jugaba en el hoyo nueve.

– Escúcheme, señor…

– Núñez, comisario.

– Está bien, señor Núñez. Que ese hombre no salga de su despacho ni hable con nadie. Debemos evitar que la prensa llegue antes que nosotros. Cuando esté con usted y hablemos con el hombre en cuestión, decidiremos lo más conveniente. ¿De acuerdo señor Núñez?

– De acuerdo, comisario. ¿Sabe dónde está el club?

– Sí, lo sé. Ahora mismo nos ponemos en marcha. El comisario Argüelles se hizo acompañar del agente Pedro Serrano, su hombre de confianza.

– ¿No le parece extraño, señor comisario, esto de que maten a un hombre en el campo de golf? Parece un episodio de las novelas de Agatha Christie. ¡En un campo de golf! No es el lugar más lógico para cometer un asesinato.

– Sí que resulta extraño, Pedro; pero hoy en día, todo es posible. Vivimos en un mundo de locos.

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– Ni que lo diga, jefe. Un mundo de locos, donde todo es posible. ¿Es cierto, jefe, que todas las personas que juegan al golf suelen ser gente adinerada?

– Así suele ser, Pedro. Pero también las gentes adineradas matan por motivos muy extraños. Y, a nosotros, nos corresponde averiguarlo. Y es lo que haremos en este caso. Averiguarlo. Y… Otra cosa. En cuanto a que sólo los adinerados jueguen al golf, ese era en otros tiempos. Hoy en día y gracias a Severiano Ballesteros y a Chema Olazabal, el golf ha trascendido a la clase media, aunque sí es cierto que jugar al golf cuesta un dinero, y hacerse socio de un club de golf no está al alcance de todos.

– En su tiempo – prosiguió el comisario Argüelles -, pasó lo mismo con el tenis, y gracias a Manolo Santana, se hizo popular y se fue abriendo a mucha gente. Hoy en España hay cientos de miles de licencias de este deporte. Aunque sea con cuentagotas, van saliendo figuras que participan en todos los torneos del mundo, como Rafael Nadal, David Ferrer, Feliciano López u otros. En mujeres, la reina es Arantxa Sánchez Vicario.

– Eso es cierto, comisario. ¡Mire, ya llegamos!

Aparcaron el coche y se dirigieron a las oficinas de la Casa Club. Y, ya en su interior, se encontraron en una sala con vitrinas llenas de trofeos. Un hombre de unos cincuenta años salió a saludarlos amablemente.

– Soy el director del club. Supongo que usted es el comisario Argüelles. ¿Es así?

– Lo soy, y usted, el señor Núñez, supongo. Aquí mi ayudante el agente Serrano.

– Venga a mi oficina, comisario, y podrá hablar con la persona que ha descubierto el cadáver hace poco más de una hora. Está un poco nervioso, pero responderá a sus preguntas.

Ya en la oficina del director del club, el comisario se encontró a un hombre de unos sesenta años, visiblemente emocionado y nervioso, quien se presentó a sí mismo.

– Mi nombre es Ramiro Montoro, y hace poco más de una hora, jugando en el hoyo nueve, me di de bruces con el cuerpo de un hombre muerto.

– ¿Al verlo, señor Montoro, ha hecho algo? Me refiero a si ha tocado el cuerpo o lo ha movido de donde estaba.

– No, solo le toqué la cara para ver si tenía signos de calor, pero estaba frío como el mármol.

– Cuénteme cómo pasó todo para que me haga una idea de lo que pudo suceder.

– Yo siempre suelo salir el primero, es una costumbre que tengo, y con estos calores puedo disfrutar de la primera hora de la mañana que todavía es fresquita.

– ¿A qué hora comenzó a jugar, y qué hora era cuando llegó a ese hoyo nueve?

– Comencé sobre las nueve de la mañana, que es cuando ya están abiertos los vestuarios y puedo recoger la bolsa con los palos que guardo en mi taquilla. Supongo que llegaría al hoyo nueve sobre las diez más o menos.

– ¿No miró su reloj para ver qué hora era?

– No, señor comisario. Tengo por costumbre quitármelo para no estar pendiente de la hora. Lo mismo me da hacer el recorrido de los dieciocho hoyos en dos horas, que en tres.

– Lo entiendo. Ahora cuénteme su desagradable encuentro con el cadáver de ese hombre, que todavía no sabemos quién es.

– Al jugar hacia el hoyo nueve, la bola se desvió hacia la izquierda entre unos pinos, y cuando fui en su busca para jugarla hacia el green, me encontré con un hombre tendido, al parecer muerto.

– Y, a partir de ahí, ¿qué hizo usted?

– Lo único que se me ocurrió, dado mi nerviosismo, fue tocarle la cara, como ya he dicho. Al ver que estaba frío, dejé la bolsa de los palos junto al cuerpo, y vine tan deprisa como pude a contarle al director del Club lo que había visto.

– O sea, que no tocó nada.

– Nada, Comisario.

– Cuando usted vio la escena de aquel hombre, aparentemente muerto, ¿qué fue lo primero que pensó?

– Que lo habían dejado allí sin vida.

– ¿Y por qué sacó esa conclusión?

– Estaba boca arriba y con los brazos cruzados sobre el pecho. No había ningún signo de pelea, ni sangre ni ramitas rotas de una posible agresión. Nada, comisario. Parecía un muerto perfecto.

– ¿Qué quiere decir eso, de un muerto perfecto?

– Que estaba, perdón, supongo que está, como un difunto en un ataúd, pero sin ataúd. Usted lo verá, comisario.

– Así que no daba la sensación de haber sido asesinado allí.

– Pues no. Tuve la sensación de que se trataba de una escena preparada. Un muerto sin sangre en la ropa, ni junto al cuerpo, ni en las hierbas alrededor del cadáver. Nada, comisario.

– Muy curioso, ¿no le parece, Núñez?

– Pues sí que resulta curioso, comisario. Que alguien mate a una persona y vaya hasta un campo de golf para abandonar en él al difunto.

– ¿En qué se fundamentó usted para creer que todo era un artificio, una escena preparada?

– Verá, comisario -Apuntaló Montoro-. Lo primero que me llamó la atención fue la ausencia de sangre en las ropas y luego, ese detalle de ponerle los brazos en cruz encima del pecho me resultó algo fuera de lo común. También me extrañó que tuviera un pie descalzo.

– ¿Un pie descalzo? ¿y no vio el zapato por allí?

– No, comisario, no lo vi, y me afané en ello.

– Y, al ver el pie descalzo, ¿qué opinó usted?

– Sin querer jugar a ser detective, que lo llevaron calzado, y que luego, posiblemente, lo arrastraran hasta donde yo lo vi, sin darse cuenta de que se había perdido un zapato, porque si lo llevaron en plena noche, allí no verían como suele decirse, tres montados en un burro, y también pienso que la persona o personas que lo llevaron hasta allí estuvieran nerviosas y no repararan en ello. Puede que esté equivocado y no fuera así…

– Pues, señor Montoro, para no querer jugar a ser detective, lo ha hecho usted pero que muy bien.

– Me alegro de haberme explicado bien, y que cuanto le he detallado, pueda servir par su investigación.

– ¿Le parece, señor Núñez, que los cuatro nos traslademos al lugar donde el señor Montoro ha encontrado al hombre muerto?

– Me parece lo más acertado, así podremos comprobar si se trata de un socio del club, o de un desconocido. Podemos ir andando ya que el green del hoyo nueve, está bastante cerca de aquí.

– ¿Corremos, señor Núñez, el riesgo de que nos encontremos a alguien al llegar a ese hoyo nueve?

– No, porque he cerrado el campo hasta que todo esto termine.

– Esa ha sido una medida muy acertada por su parte.

Las cuatro personas se encaminaron hacia el hoyo nueve, ante la curiosidad de las personas que estaban cerca de la Casa Club y sabían que algo estaba pasando, aunque ignoraban el qué. Habían visto el coche de la policía, lo que era reclamo de interés suficiente.

Llegaron al green del hoyo nueve, y Montoro guio a todos hasta donde vio el cuerpo del hombre muerto y había dejado la bolsa con sus palos. Ya, ante el cuerpo del difunto, fue el director del club quien habló primero, pues en el acto reconoció al hombre que allí estaba muerto.

– Comisario, este hombre es don Alejandro Estrada, uno de los Notarios más famosos de la ciudad.

– ¿Está seguro, señor Núñez? – inquirió el comisario.

– Lo estoy, comisario. Fue uno de los fundadores del club. No tengo ninguna duda.

– Comisario, ¡aquí está el zapato! – gritó el agente Serrano.

– No lo toques, Serrano. Esperaremos a que venga el juez de guardia y ordene el levantamiento del cadáver. Veremos más tarde si en él encontramos huellas dactilares de otra persona que no sean las del cadáver.

– Es curioso – dijo el director del club -. No hay sangre, no se aprecian golpes en la cabeza. O lo han envenenado, o ha muerto de un susto, y perdónenme la ironía.

Una vez llegó el juez y autorizó el levantamiento del cadáver para su traslado al Instituto Anatómico Forense para que se le practicara la autopsia, llegaría el momento de que el comisario Argüelles y sus agentes comenzaran las investigaciones: aunque eso sí, siempre a la espera del resultado de la autopsia.

– Serrano, coge el zapato del muerto y mételo en una bolsa de plástico. En el maletero del coche hay una.

– ¿Le gustaría, comisario, que echásemos un vistazo en la taquilla-armario del muerto que tiene en el vestuario?

– Por supuesto que sí, señor Núñez.

– Veremos si nos llevamos alguna sorpresa.

– ¿Tiene usted la llave maestra de esa taquilla-armario?

– Tenemos una llave maestra que abre todas las taquillas, que lógicamente solo se utiliza en caso de extrema necesidad. Y, este caso, es de extrema necesidad. Espero que encontremos algo interesante.

– Lo es – apoyó el comisario -. Pedro quédate aquí hasta que el coche fúnebre traslade el cuerpo del difunto al anatómico forense. Cuando se lleven el cadáver, echa un vistazo por los alrededores, por si encontraras algo interesante.

– Así lo haré, jefe.

– Nos vemos luego en las oficinas del club.

El comisario Argüelles y Núñez, el director del club, se dirigieron a la Casa Club, y ya en ella, y con la llave maestra en la mano, fueron directamente a los vestuarios en los que se encontraban las taquillas-armarios, donde los miembros del Club guardaban sus palos de golf, o simplemente, sus pertenencias.

La taquilla-armario de Alejandro Estrada era la número 14. La abrieron y se encontraron con lo que sabían que encontrarán. Allí estaba la bolsa de palos de golf, un carrito plegable, en la parte baja unos zapatos, y en la parte superior, sobre una balda metálica, lo propio para ducharse después de haber jugado y sudado los dieciocho hoyos del campo, y nada más que mereciera la pena examinar.

– ¡Mire este Putt, comisario! Es un auténtico palo de Sant Andrews, es un regalo muy caro, si es que alguien se lo regaló… de lo cual estoy seguro.

– No dejo de pensar, Núñez, por qué traer un cuerpo sin vida a un campo de golf, aunque algo me queda meridianamente claro. Quien decidió traer el cadáver al campo de golf, tiene que tener, por fuerza, una relación con este deporte.

– Eso resulta evidente. Yo diría que en ello hay una connotación sentimental.

– La tiene – sentenció el comisario Argüelles -. O al menos, así me lo parece.

– Lo que me lleva a pensar – dijo Núñez – que la persona o personas que trajeron el cadáver hasta aquí, es porque sabían que este hombre jugaba al golf y que lo hacía, precisamente, en este club.

– Así parece. Y ese será nuestro trabajo a partir de ahora: averiguar qué sucedió, cómo murió, aunque eso lo dirá la autopsia, y, si se trata de un asesinato, encontrar al culpable o culpables.

– Parece un acertijo, comisario: golf, hoyo nueve… y por qué en este hoyo y no en otros. Hay otros hoyos cercanos a la carretera de la entrada al campo.

– Pues a mí me seduce aclarar el acertijo, como usted acaba de decir, seño Núñez. Un muerto sin signos de violencia, sin sangre sobre sus ropas, pero muerto y bien muerto, como hemos visto. El forense tiene la última palabra; perdón, la última palabra será la nuestra.

– Pues siendo así, ya podemos cerrar la taquilla. Si más adelante necesita que volvamos a examinar su interior, ya sabe que puede contar con ello.

– Supongo – dijo el comisario de pronto, al ver una fotografía de mujer pegada en la parte interior de la puerta de la taquilla – que se trata de la esposa del difunto jugador. ¿Es así, señor Núñez?

– Pues lo cierto es, señor comisario, que no lo sé. Quiero decir, nunca he visto a don Alejandro en el club acompañado de ninguna mujer.

– ¿Tampoco cuando han celebrado ustedes algún acontecimiento social?

– Pues no, que yo recuerde. Siempre ha excusado su presencia para no asistir a ninguno de estos actos. Si me pregunta los motivos, lo ignoro. No tengo ninguna respuesta a mano.

– Pues aquí se queda la foto. No tenemos derecho a tocarla ni creo que pueda tener relación con lo sucedido. Pero me reservo el derecho de volver si fuera el caso. ¿Estamos de acuerdo, señor Núñez?

– Lo estamos, comisario.

El director del club de golf Sur-Poniente cerró la taquilla-armario del Notario don Alejandro Estrada, y si el comisario Argüelles no solicitaba que se abriera de nuevo, permanecería cerrada por mucho tiempo, salvo que un familiar acreditado solicitara que fuera abierta para hacerse cargo de su contenido.

De nuevo en la oficina del director Núñez, el agente Pedro Serrano ya esperaba a su jefe.

– Dime, Pedro, ¿cómo ha ido por ahí fuera?

– Todo normal, jefe. El coche fúnebre se ha llevado el difunto al anatómico forense, y yo, bueno jefe, no sé si será de valor, pero he encontrado esta cadenita de oro con esta pequeña medalla de la Virgen de Loreto.

– ¿Una cadena y una medalla? ¡Santo Dios, Pedro! Eso es como si hubieras encontrado un tesoro. Tengo un presentimiento. Señor Núñez, corramos al vestuario.

Ya en el vestuario, el director procedió a abrir la taquilla-armario de Alejandro Estrada mientras los tres hombres contenían la respiración. La tensión era máxima.

El interior de la puerta, una vez abierta, mostró la fotografía en la que los tres hombres clavaron su mirada.

– ¡Miren ustedes la fotografía! – exclamó triunfante el comisario Argüelles.

La fotografía mostraba a una mujer de mediana edad y, en su vestido con el escote ligeramente abierto, los allí presente vieron una fina cadena y una pequeña medalla en ella.

– ¡Dios sea alabado, Pedro! Ya tenemos lo que podemos considerar el principio de nuestra investigación. Supongo, señor Núñez, que no me puedo llevar la fotografía. ¿Es así?

– Así es. De momento ha de permanecer aquí, donde el difunto don Alejandro Estrada la puso.

– No es un problema – dijo el comisario, sacando su teléfono móvil y haciendo un par de fotos -. Ahora nos queda averiguar de quién se trata, pero con la foto, la cadenita y la medalla, se nos abre un camino para comenzar la investigación.

– Buscar a una mujer, jefe, es una cosa, pero llevar un cuerpo como el del fallecido, con ochenta o más kilos… No creo que sea cosa de una mujer. Ni tan siquiera de un hombre solo. El traer el cuerpo de este hombre hasta aquí, es trabajo de al menos dos hombres.

– Entonces, ¿qué significado tiene lo de la cadenita y la medalla encontrada en la zona donde apareció el cadáver?

– No lo sé, jefe: Puede que la perdiera uno de los hombres que trajeron el cadáver hasta aquí, o que lo llevara el muerto y se le cayera al ser arrastrado hasta donde lo dejaron.

– Muy interesante, Pedro, eso último que has dicho. Que lo llevara el muerto y se cayera de sus ropas al ser arrastrado. Sí, Pedro, es una posibilidad muy interesante. De momento aquí hemos terminado. Nos despediremos del señor Núñez, y nos vamos a la comisaría. Tenemos mucho en que pensar.

 

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