Portada » Fábula de la muerte

Enrolló aquel pergamino, que contenía en letras góticas, una lista de nombres escritos con la tinta de la vida y la muerte. Cubrió su esquelética apariencia con un sudario negro y recogió su guadaña. La muerte llevaba miles de años recogiendo las almas de los mortales, podría decirse que era ciertamente rutinario y muchas veces se paraba a pensar en su trabajo. Se decía a sí mismo <<Es injusto que tenga que llevar esta apariencia y que mi trabajo esté tan mal visto. Los ángeles son bellos, van de blanco, tienen buena fama de ayudar y proteger a los humanos. Todos los veneran, pero cuando yo aparezco, todos se asustan, gritan y lloran. Mi trabajo no es nada gratificante, estoy cansada>>

A la mayoría los recogía en los hospitales, rodeados de sus familiares, algunos en las carreteras entre amasijos de hierros, otros en la intimidad de su lecho. Los más fáciles eran los niños, que no tienen tan inalterablemente establecida la realidad impuesta. Sin embargo los adultos se lo hacían pasar francamente mal. Hacían un verdadero drama, al fin y al cabo era la muerte, ¿Qué podía esperar? Aun así la muerte se sentía incomprendida.

            Pero un día llegó hasta un hospital, para recoger a Mario, un jovencito de trece años que padeció leucemia durante más tiempo del que hubiese deseado. Era otro trabajo fácil y rápido, pero al parecer aquel no iba a ser un encargo normal. Nada empezó como de costumbre, después de una larga maniobra de reanimación, justo cuando lo iban a dar por fallecido, Mario volvió a la vida tras una parada cardiovascular.

–¡Vaya! nunca me había pasado algo así –dijo la muerte perpleja por primera vez. La lista nunca se ha equivocado.

–¿Estoy muerto?, –dijo el niño mientras se miraba incrédulo, sin darle importancia al hecho de que allí hubiese una figura de otro mundo.

–No, te han efectuado una resurrección clínica, algo ha debido fallar yo debía recogerte.

–Pero entonces no debería verte, ¿no?

–Es cierto, esto es extraño –dijo la muerte.

–Bueno, no recibo demasiadas visitas. Mis padres están separados y pasan la mayoría del tiempo culpándose por mi enfermedad, como si no supieran que es algo biológico. Así que ya que estás aquí podríamos hablar un rato.

–Es verdaderamente extraño pero bueno, se supone que hasta que no te mueras no puedo irme de aquí. –La muerte no fue entrenada para tener tacto con los moribundos, ni siquiera con los niños.

–Llevo mucho tiempo esperando que llegaras. –Dijo el joven Víctor.

–Ya. Pero yo no vengo hasta el último momento. Aunque hoy no sé lo que pasó.

–No importa, tampoco tengo prisa. –Víctor parecía como si hablara con su abuela–, por cierto esperaba que fueses más temible. Los adultos se ponen tan tristes siempre que hablan de ti, que esperaba ver un monstruo y sin embargo tal y como te ves pareces más bien un ángel.

La muerte se miró sorprendida y no supo explicar el porqué, pero efectivamente tenía la apariencia de un ángel de grandes alas blancas y resplandeciente luz.

–Esto sí que es extraño, yo siempre llevo una apariencia bastante terrible.

–Quizás seas lo que creemos ver, quizás crean que tú eres el responsable de su muerte y que la muerte en sí es algo terrible, –dijo el joven.

–Si eso debe ser. Pero entonces a ti no debe parecerte tan terrible.

–Todavía no sé si eres terrible no te conozco, pero ya que estas aquí quizás puedas ayudarme con eso. Sobre todo lo primero, me gustaría saber a dónde iré en cuanto muera.

–Nunca había hablado tanto con ningún humano.

–Ni yo con la muerte.

–Vale ya entiendo. ¿Qué quieres saber? Tampoco creo que te quede tanto tiempo como para desvelar secretos a otros humanos.

–Eso, solo quiero saber a dónde iremos –repitió Víctor.

–¿Nadie te ha dicho lo insistente que puedes llegar a ser? –Después de una pausa la muerte cedió resignada–. El universo que creéis conocer es tan solo una pequeña pieza del gran puzle de la vida. Algunos humanos llamados científicos se acercan peligrosamente con sus teorías cuánticas y mundos paralelos. Sin embargo para la mayoría de humanos, o se trata de un viaje final u otros ir a un lugar lleno de dioses, todos están equivocados, ni dioses ni infiernos, la vida tiene muchas formas. Aunque no niego que tener una creencia es algo bueno, a muchos les da sentido a su vida. Pero para mí, la verdadera pregunta no es a donde vamos después, sino como vamos.

–¿Qué quieres decir?

–La mayoría de humanos evita pensar en su muerte durante toda su vida, de ahí que sea tan traumático. Me habéis enterrado en el fondo de vuestras consciencias. Soy un tema tabú del que no os gusta hablar. Bueno está claro que no es tu caso. Lo hacen porque creen que así podrán disfrutar más de la vida, pero lo que no saben es que si me conociesen mejor, sus vidas serian mejores.

–¿Cómo es eso posible si nadie quiere morir?

–Yo os puedo ayudar a que dejéis de malgastar vuestro tiempo, ya que si me ignoráis, postergáis las cosas importantes dejándolas para un mañana, como si fueseis a vivir para siempre en esta forma de vida. No cuidáis de vuestra salud, de vuestros sentimientos, ni emociones, olvidáis cuánto vale un “te quiero”, pensáis que ya habrá tiempo y entonces os arrepentís cuando ya no queda tiempo. Cuando aceptáis que existo y formo parte de la misma vida entonces vivís a conciencia, priorizando lo que de verdad importa. Disfrutar de la vida y de aquellos a los que amáis, sentir que ha valido la pena vivir, que habéis aprovechado el tiempo por poco que sea. Algunos que han sabido conocerme vivieron poco, pero sus pocos años fueron más vida, que la vida entera de otros a los que recogí. Supieron agradecer su existencia, dejar una huella imborrable en el corazón de los demás, vivieron de modo que ni siquiera tuvieron que cerrar temas pendientes con las personas queridas. Vivieron sus últimos días como si hiciesen las maletas, recordando lo vivido con espíritu sereno. Sinceramente creo que os deberían enseñar desde pequeños a asimilar la muerte para aprender a vivir la vida.

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En ese momento la muerte recibió una misiva desde arriba. Otro pergamino que abrió allí mismo y después de leerlo…

–Vaya, nunca me había ocurrido algo así, parece que el de arriba solo quería darme una lección, mostrándome que no todo el mundo me ve tan terriblemente como yo creía. He vuelto a recordar lo importante que soy en la vida. Ah, y tu nombre a desaparecido de la lista, al parecer saldrás de esta y vivirás muchos años más.

–Entonces ¿tienes que marcharte ya? –dijo Víctor apenado.

–Si pero antes voy a dejarte algo en lo que pensar el resto de tu vida. Puede parecerte extraño, pero cuando te sientas perdido, piensa en el día de tu funeral. Piensa en ese ataúd, mira dentro y cuando te veas a ti mismo, mira a todos aquellos que han venido a despedirse y entonces pregúntate: ¿Cómo me gustaría que me recordasen? ¿Qué clase de hijo o de padre o de hermano o de amigo fui? ¿Qué clase de huella he dejado en cada uno de ellos? ¿Me siento feliz con lo que he hecho de mi vida? Porque recuerda, cuando alguien os deja, seguirá vivo en vuestro recuerdo.

Manuel Salcedo Gálvez

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