EL GRAN DESPRESTIGIO DE LA POLÍTICA
Carlos Benítez Villodres
La corruptela política o enchufismo se dio durante el franquismo y con todos los gobiernos demócratas, tanto nacionales y autonómicos como provinciales y locales. Esto que acontece en política se da también en el estrato empresarial y en muchos otros. “Una cosa es la amistad, dice López de Ayala, y el negocio es otra cosa”.
Asimismo, el poder, cuando es sumamente conservador, deja anquilosadas a las libertades, a las voluntades, a las inteligencias… en especial a las más cultivadas, a las más socializadas.
Es evidente que una comunidad (política, social, religiosa…), que no tenga como fines primarios, básicos, lograr que sus miembros sean cada día más dichosos, más libres…, se nutre del error, aunque sus regidores piensen que van por el camino más idóneo, es decir, por el más humanamente perfecto.
Expresado lo anterior, refiero que detesto, venga de donde venga, el fanatismo, la irracionalidad radical, ya que con los individuos que están descerebrados no se puede razonar. No olvidemos que los fanáticos viven en el macronúcleo de la equivocación porque, consciente y libremente, lo aceptaron. Por consiguiente, cualquier ciudadano de buena voluntad tiene el deber personal y cívico de ser más enérgico y resistente que ellos. “Del fanatismo a la barbarie, asevera Diderot, solo media un paso”. Por desgracia, hombres y mujeres del mundo saben bien que esta afirmación es una gran verdad. Una verdad que nos acompaña a todos lados, que nos tortura de día y de noche, que ansiamos todos, conjuntamente, erradicarla, porque es una verdad que duele, que destruye, que mata.
Para los extremistas de los distintos partidos políticos todo lo que dicen y hacen los demás partidos, excepto el suyo, son errores garrafales, por lo que no pueden ser peores. El ciudadano de a pie cree que cualquier partido político proyecta, sostiene y desarrolla labores positivas y negativas, como si se tratara de un ser humano cualquiera. Ni todo está perfectamente bien, ni todo está terriblemente mal. Ahí está la grandeza del hombre. Cuando un individuo se equivoca, debe reconocer su yerro o desatino, ante él y los demás, y acto seguido deberá corregir el error cometido. Pero si se mantiene en el desacierto, se está engañando a sí mismo y embaucando al resto de la sociedad. El “beneficio” que el hombre pueda obtener para sí y para sus ciegos e irreflexivos seguidores, basándose en obstinadas farsas y patrañas, es un boomerang que, con el tiempo, retornará hacia él, golpeándole donde más daño pueda hacerle.
En la mente del buen político no debe entrar nunca la descalificación, la grosería, el insulto, es decir, el lenguaje canallesco…, porque quien piensa, habla y actúa según este vehículo deformado y deformante se está desacreditando, ante su pueblo y ante todas las naciones del orbe, él mismo, y a la vez está deshonrando y amancillando al partido político al que pertenece. La palabrería barriobajera que tanto gusta a ciertos políticos “encumbrados” y “subterráneos” es un instrumento letal que opera contra ellos mismos. El gran desprestigio en el que actualmente está inmersa la política lo han logrado los propios políticos especialmente aquellos que tienen grandes responsabilidades.