A la pareja les costó mucho que la esposa se quedara embarazada. Tras soportar multitud de pruebas y un costoso tratamiento, la fecundación “in vitro” fue la solución que parecía más recomendable.

            Cuando les comunicaron el éxito de la inseminación, Cristina y Pablo lo celebraron como el mayor acontecimiento de sus vidas. Y es que querían ser padres a toda costa.

            Ese intenso deseo quizás fue la causa de que, sobre todo la madre, proporcionasen una educación al niño en la que, cualquiera que fuese su deseo, era inmediatamente concedido.

            Pablo, el padre, a medida que crecía Rafael -que así llamaron al pequeño- se mostraba poco conforme con la actitud tan complaciente que Cristina mantenía con el niño. Entendía que, tanto capricho, acabaría por malcriar a Rafael.

            La madre pensaba, sin embargo, que toda la felicidad que ella pudiera aportarle a su hijo siempre estaría justificada. En eso consiste el amor de madre, se decía ella misma.

            El matrimonio no tuvo más descendencia, por lo que Rafael se crio como hijo único, con lo que eso conlleva. Tras la complacencia que recibía y los escasos obstáculos que le ponían en su día a día, el niño, luego adolescente y después joven, creció como un auténtico déspota, sobre todo con su madre. De ese modo, las exigencias y los malos tratos estaban a la orden del día.

            Pablo ya se había cansado de intentar encauzar a su hijo para que mantuviera, por lo menos, una cierta consideración con su madre. Pero siempre era ella la que todo lo disculpaba, y al padre aun le reprochaba su poca paciencia.

            Ese diferente modo de entender la educación de su hijo, hizo que Pablo se distanciase emocionalmente de su mujer. Se mantuvo a su lado solo para protegerla de la violencia de Rafael, aunque cada día le costaba más compartir su vida con ella.

            Le faltaban solo unos meses para cumplir los 18 años, cuando un día, el muchacho cogió las llaves del automóvil de su padre y con él se marchó con unos amigos a una fiesta a las afueras de la ciudad. Durante el regreso, sufrieron un accidente y Rafael se llevó la peor parte, puesto que falleció en el acto.

            Cuando la madre tuvo noticia de ello, creyó enloquecer. Toda una vida luchando, primero para lograr el embarazo, y después criando a un hijo al que no le faltara de nada, ahora se sentía vacía y sin un motivo por el qué vivir.

            Pasados los momentos más duros, un día, Cristina vio cómo su marido, con una maleta en la mano, se disponía a salir de la casa. Muy extrañada, le preguntó si se iba de viaje, pues no le había comentado nada. La respuesta de Pablo, la dejó helada:

          He permanecido a tu lado durante estos últimos años, porque debía cuidarte de los desmanes de nuestro hijo. Ahora que ya él no está, soy yo el que iré en busca de otra mujer para que me cuide a mí.

Francisco Morales

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