VIAJE AL CORAZÓN DE LAS CÍCLADAS

DESDE LA ISLA DE DONOUSSA

Carlos Benítez Villodres

Editorial “Granada Club Selección”. Molvízar (Granada) 2018, págs. 152

 

Por Anselmo Alba del Campo

Catedrático de Filología Hispánica (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada) de la Universidad de Génova

 

En el momento de recibir el presente libro, rememoré aquel breve, pero magistral poema de Antonio Machado “Proverbios y Cantares, XXIX”, (de “Campos de Castilla, 1907-1917): “Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”. // Ciertamente, aquel que camine de la mejor manera posible, es para mí aquel que deje el camino mejor de lo que lo encontró para aquellos que lo seguirán.

En “Desde la isla de Donoussa”, su autor dejó plasmada en el papel la huella imborrable de una parte de su propia vida, y es que todo lo que hace el poeta, todo lo que dice, deja una marca en algo o en alguien. Quizá sea así, porque la expresión poética es afloramiento del ser que, con ansias de humanidad, brota de distintas maneras, sumergiéndose tanto en lo profundo y como asiendo lo próximo. Siendo inmortal descansa en el instante efímero de la creación para dejar huellas que atestiguan su paso. Desarrollo vital de generaciones que recurren poéticamente al acto de invención de significados y sentidos existenciales.

El quehacer del poeta tiene múltiples y variadas vertientes: prelingüísticas y lingüísticas, filosóficas y metafísicas, psicológicas y estructuralistas, y otro sinfín de conceptualizaciones que muchas veces alejan al lector de los textos, en lugar de acercarlo. Sin embargo, afirmo que el mérito de la creación poética de Carlos Benítez Villodres radica en que, sin renunciar al rigor académico y metodológico, no pierde de vista el carácter vivo que anima a la poesía de todos los tiempos a identificarse con los lectores, y viceversa.

En su poesía, nuestro poeta pugna por marcar su orbe interno, así como el que le rodea, desde la intensidad de su personalidad, desde las cosechas de su vida y de su labor intelectual, desde las de sus relaciones con su entorno y con sus semejantes y con los mundos de estos, que orbitan más o menos lejos de él… Por consiguiente, Carlos indaga en otras esencias que no están al alcance de sus coetáneos, pero tan vitales para él como para los demás seres humanos de hoy y de mañana. Es decir, el poeta malagueño pone toda su riqueza intrínseca al servicio de la psique del lector, a través de la palabra poética. Así lo hicieron A. Machado, J. R. Jiménez, V. Aleixandre, Ch. Baudelaire, S. Mallarmé, P. Valéry…

Por supuesto que es maravilloso, saludable, enriquecedor y provocativo no ser el poeta que todos esperan que seas, no escribir lo que es fácil reconocer, no formar parte del guion de la conformidad: de eso se trata la creación, el pensamiento, el riesgo, la vida en última instancia. Con todas sus dudas y sus anhelos y sus contradicciones, Benítez Villodres apuesta por una escritura de la vida. Esta certeza recorre de principio a fin “Desde la isla de Donoussa”. Es su hilo conductor. Es su estilo propio e intransferible. Es el conocimiento de la experiencia del lenguaje, la indagación en la palabra poética, la expresión de la belleza, el ritmo musical… lo que imprime la huella en un poema, en la mente y en la vida de quien lo crea y lo recibe. Al fin y al cabo, el poema conjuga al sujeto y al objeto dentro de la realidad sensible.

Carlos Benítez Villodres conoce perfectamente la Mitología griega, pues siempre lee y estudia todo cuanto cae en sus manos sobre este conjunto de mitos, tan fascinante y enriquecedor como extenso y profundo. Sobre dicha Mitología trata la primera parte del libro “Desde la isla de Donoussa”.

El presente poemario lo dividió nuestro poeta en cuatro partes: “En el corazón de la Mitología griega” (16 poemas), “Cerca de los pecios del Glaukos” (16 poemas), “De paseo por Donoussa” (14 poemas), “De visita a otras islas del Egeo” (15 poemas).  Concluye esta obra con un “Epílogo”, en el que podemos leer un bellísimo poema compuesto por versos emotivos, atrayentes y placenteros.

Nuestro poeta emplea, en “Desde la isla de Donoussa”, poemas monoestróficos y poliestróficos, donde proliferan, desde el punto de vista de la métrica, composiciones isométricas y heterométricas. Ambas están formadas, en su totalidad, por versos heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos. En cuanto a los procedimientos retóricos, Benítez Villodres utiliza principalmente ciertas figuras correspondientes al plano morfosintáctico y al léxico-semántico.

La erudición y el ingenio, los sentimientos y la autorreflexión, los valores humanos y literarios… del poeta malagueño, como principios básicos de su poder creativo, se fusionan con la belleza y el misterio de la poesía, lo cual le proporciona a su quehacer poético una magnificación y exuberancia literarias sumamente valiosas para el lector amante de la poesía.

Cada día el poeta busca ese haz de luz que ilumine la senda por la que marcha hacia la última meta de su destino. Para Cervantes, cada cual se fabrica su destino. En esa misma línea del Príncipe de los Ingenios, se halla Stephen Crane. El autor de “Whilomville Stories” (1900) refiere que quien puede cambiar sus pensamientos puede cambiar su destino. Sin embargo, Julien Green manifiesta que venimos de la noche para volver a la noche, sin saber nada de nuestro destino.

El poeta siempre trabaja, desde la línea de la calidad, para crear aquello que aún está sin concebir dentro de sus proyectos personales. Poco a poco sus esfuerzos van ganando terreno y van dejando huellas inmortales en la mente del lector, en la mente colectiva.

Benítez Villodres, como la mayoría de los escritores que dejan “su huella escrita”, se aísla del bullicio del “medio” y de los aplausos para crear esas obras que dejarán por siempre su impronta en los adentros de sus lectores y en la memoria universal. “El destino, la calidad de nuestras obras, de qué estamos hechos, cómo vivimos, por dónde caminamos, adónde queremos llegar… Lo demás es lo demás”, refiere el poeta malagueño.

A veces las huellas escritas se tornan borrosas, casi imperceptibles, con el paso inexorable del tiempo, pero otras persisten más radiantes, son más universales, están más exuberantes… que recién marcadas. Las primeras son las olvidadas; las segundas, sin embargo, son cada año más rememoradas, en profundidad y en extensión, en culto y en alabanzas… Evidentemente, el tiempo no es la tinta con la que el poeta escribe, ni la pluma, ni lo escrito… El tiempo es silencio, vacío, nada. El tiempo es esa niebla cada vez más espesa que borra huellas o las mantiene frescas, según el destino del poeta.

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