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Carlos Benítez Villodres

 

El paro está considerado por políticos, economistas, tecnócratas… como la consecuencia lógica del desarrollo tecnológico, según nos dice el ingeniero y economista, Luis Racionero. Aunque otros enfocan esta situación, totalmente negativa para el ser humano, como una crisis en los valores que mantienen y apoyan los vínculos actuales de producción, acentuada ésta por la visión que tiene la propia sociedad de la segunda mitad del siglo pasado y de principios del presente sobre el trabajo y todo cuanto en él confluye o de él mana. Esta última percepción sobre el paro nos sitúa ante un problema filosófico. Ambas teorías son acertadas. Ambas se complementan.

En la actualidad, el paro no está asentado en este u otro país, ni es más propio de una década que de otra. Este fenómeno turbador, dificultoso y complicado ha extendido su veneno por el centro y los arrabales del corazón de la humanidad. La máquina ha suplantado al hombre. Le ha ganado y le continúa venciendo en las batallas de cada día. Al mismo tiempo, no hay ideas nuevas sobre la producción y sus fines, es decir, la mentalidad de aquellos que deben afrontar la ecuación filosófica no ha cambiado. Por lo tanto, ésta sigue sin resolver. Y el paro continúa inexorablemente avanzando a pesar de que las estadísticas nos digan, según las épocas y lugares, lo contrario. Verdaderamente, esta inactividad forzosa es temida y repudiada por cualquier persona, ya que siembra y cultiva, en el mundo interior de quien la sufre, la ansiedad, la infravaloración personal, la desolación, las adicciones que destruyen, el aislamiento e incomunicación… Asimismo, ahíta de desesperanza y de desesperación no sólo al orbe íntimo de aquél que la padece, sino también a los seres humanos que conviven o caminan con esa persona sin trabajo.

En España, el desempleo aumenta actualmente porque las reformas que necesita el mundo laboral no están respaldadas por el acuerdo de una amplia mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria. Este pacto debe trascender las diferencias políticas y colocar los intereses de los ciudadanos por encima de cualquier interés personal y partidario. Si existiera esta alianza, se impulsaría el crecimiento económico que genera empleos de calidad y bien remunerados, lo cual haría disminuir la pobreza y las desigualdades sociales. Para lograr estas metas se debe incrementar la inversión pública y privada con el consiguiente aumento de la productividad y de los mercados.

En enero de 2018, el paro creció en España 63.747 personas y la afiliación a la Seguridad Social cayó en 178.170 cotizantes. Por consiguiente, el volumen total de parados, en dicho mes, alcanzó la cifra de 3.476.528 desempleados, manteniéndose en su nivel más bajo de los últimos ocho años.

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