Hace poco asistí a la inauguración de una casa cultural de un pequeño pueblo al que acudieron varios cargos públicos y algún invitado más. El alcalde anfitrión, a la hora de su intervención  en las palabras de bienvenida al acto comenzó de esta manera: “Respetables autoridades”. Al término del acto me dirigí al alcalde al que me une antigua amistad, y le dije: “de la gente que yo he visto ahí, a ninguno se le conoce autoridad, y en cuanto a su respetabilidad, puede que algunos la tengan”. “¡Cómo que no! si estaba éste, ese, y aquel…”  A esto yo le respondí que eran cargos públicos y personal de instituciones que tenían poder pero no autoridad, pues ésta es una cosa muy distinta. Como sé que lee este periódico, sobre todo lo que yo escribo, gesto que le agradezco, voy a intentar explicarle, sólo unas pinceladas, la diferencia entre poder y autoridad.

AUTORIDAD.—Confieso que no es tarea fácil explicar con claridad la diferencia  entre las palabras potestas y auctoritas. Se ha escrito mucho sobre el significado y relación de estas dos palabras y no siempre se ha llegado al consenso. Aquellos que consulten el diccionario superficialmente las llegará a confundir.  Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “La autoridad es la posesión en grado eminente de una virtud reconocida”. Por tanto la autoridad es una cualidad que se adquiere, es un saber, un perfeccionamiento y un saber hacer. Y esa autoridad es ideal cuando se desarrolla dentro de las normas morales. Así que la autoridad nace de dentro, de los méritos propios, de un saber y de un hacer bien las cosas.

         Se suele decir que  fulano es una “autoridad” en tal o cual materia; con esto indicamos que sabe, que conoce, y su opinión es tenida en cuenta y la buscamos. Podemos decir que la autoridad se tiene y por consiguiente se respeta y se acepta, pero si se carece de ella, jamás se puede conquistar por la fuerza o por la ostentación de un cargo. La autoridad es libremente reconocida, es humilde y nunca es vanidosa ni causante de temor. La persona con autoridad utiliza el conocimiento y la razón para pronunciarse y obrar, nunca la subjetividad, la emoción, la ideología, ni por intereses propios. La autoridad es como el amor no necesita de la fuerza y tampoco se impone, atrae por sí misma porque es pacífica y motivo de admiración. Es personal e intransferible.

PODER.–  Volvemos a Fernández de la Mora: “tiene poder político quien se encuentra en condiciones de imponer coactivamente su voluntad a los individuos de un grupo. Es pues una capacidad de doblegar y determinar imperativamente a ser libre”. Así queda claro que el poder se consigue  a través de otros que delegan en él por diferentes motivos y no siempre confesables; no pocas veces el poder se logra por azar o por la fuerza, y pocas veces por libre y razonable elección.

         Si antes hemos dicho de la autoridad que se tiene, del poder hay que decir que “se está”.  ¿Hasta cuándo?  Hasta que lo pierde o se le detiene. Lo dijo muy claro aquel pensador que escribió el “espíritu  de las leyes”, Montesquieu, “el poder si no tropieza con obstáculos avanza siempre”. Cuando el poder se pierde, lo más probable es que el personaje se convierta en un dan nadie y por eso el poder trata siempre de hacerse fuerte y perpetuarse a costa de lo que sea, todo le es lícito.

         Aún en nuestros días, el arma más utilizada es el miedo; meter miedo en el cuerpo da buen resultado.

         Cuando se carece de valores la pérdida del poder trae aparejadas muchas consecuencias: económicas, de relación, de vanidad, y no pocas veces de humillación y desprecio. Por eso no tiene nada de extraño que para continuar o tomarlo se compren y se vendan voluntades, se incumplan las promesas, se deje abandonado al amigo, al compañero y tache de enemigos y traidores a aquellos que expresen puntos de vista contrarios. A estos se les liquidará sin compasión. La ansiedad  permanente del político vano y tarugo con poder debe ser algo terrible. Aunque La Ética dice que el poder político debe dedicarse a hacer el bien común y la justicia, en la realidad no se cumple, el poder, lo   estamos viendo y sufriendo, es egoísta.

RESUMEN.-  En estos tiempos que corren es muy corriente ejercer el poder sin la más mínima autoridad en todas partes del mundo y de todas clases  de religiones. El historiador inglés Emérico Actón dijo que “corrompe siempre, y que el poder absoluto corrompe absolutamente”  Y así suele ser, y máxime cuando se carece de toda ética. En el poder se está hasta que se detiene y en muchos países  se ha comenzado ya a detenerlo. La acción de gobernar que debería ser una de las actividades más nobles, se convierte en un ente de corrupción, de injusticias y aniquilador de libertades. Cuando el poder es irracional siempre se apoya en prohibiciones y se mantiene por el miedo. ¿Hasta cuándo? Hasta que el miedo se pierde y las leyes dejan de cumplirse. Esto no es una posibilidad, ya está ocurriendo.

         Otro gallo cantaría si a los gobernantes antes de darles las potestas se le exigiera las auctoritas. Es un hecho demostrado que los pueblos que avanzan son aquellos que depositan el poder en los que tienen autoridad. A estas alturas todavía nos dejamos guiar por cantos de sirena y somos capaces de matarnos por ideologías, cuando el sentido común nos dice que lo que necesitamos son personas expertas, con capacidades, con autoridad y no por retóricas advenedizos que llevan a la miseria y a la muerte.

         En definitiva, la autoridad es como el pastor que el rebaño le sigue por atracción, por buen trato, por saber hacer; el poder es el que hace avanzar al rebaño a empujones, a latigazos. En los pueblos donde existe hambre e injusticias siempre se recurre a las reformas económicas, y eso está bien, pero olvidamos que antes que esas es necesario hacer las reformas culturales y morales. Cuando los pueblos sepan elegir a los gobernantes que tengan autoridad el mundo será mucho mejor.

                   ROGELIO  BUSTOS ALMENDROS

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