VICTORIA de Miguel Floriano. Una plaquette.
VICTORIA de Miguel Floriano. Una plaquette. Colección de poesía Heracles y nosotros. Gijón 2018. Dirigida por el poeta Nacho González. Edición especial limitada y no venal de sólo 10 ejemplares. 25 páginas y 12 poemas.
Si algo aprende uno con los años es a no tener prisa, a degustar cada momento sin esperar nada más, ya que la eternidad es otro instante. Los caminos del lector son inescrutables, no puedes hacer planes. La sorpresa también forma parte del banquete porque no siempre se elige el menú a sabiendas, y así es como ha llegado a mis ojos esta obra. El lenguaje es el agua caliente y los escritores o los poetas somos la bolsita de té que infusiona, según el contenido de sus hierbas. Por eso usando las mismas palabras la creación literaria siempre será distinta, lo mismo pasa con la lectura y los lectores. Aunque dice el poeta y pintor Ginés Liébana que “la genialidad no se puede imitar”, quizá sí se pueda aprender en alguna medida. Facundo Cabral comenta que “Somos lo que somos más lo que los demás creen que somos”. José Luís Morante en uno de sus aforismos matiza: “Poética. Salir al día. Marcar con palabras una hoja de ruta”. Dice el neurociéntífico argentino Facundo Manes que “La vida no es la que vivimos, sino cómo la recordamos para contarla”, y añade, “Cada uno crea su realidad: la manera en que pensamos determina la manera que sentimos”. Todo texto encierra una hermenéutica que lo explica, encontrarla es la principal misión del lector. Lo cual significa que el lector se convierte en un observador cuántico y por tanto partícipe de la obra-creación y de la exégesis de la misma, convirtiendo el texto en un bosón de verdad literaria que es capaz de estar en el autor y en el lector al mismo tiempo.
Una plaquette no es un libro, es otra cosa. Permite una relación distinta de los fragmentos que la componen. Si un libro de poesía es un frasco de perfume, una plaquette sería como una muestra gratuita que busca ser aperitivo gourmet. Algunas son la antesala de un manjar posterior mucho mayor, otras, sin embargo, son simplemente el menú de sí mismas, un bocado exquisito y fugaz en su presentación y contenido, pero también en la publicidad y distribución de la misma. En esta misma colección de Gijón, “Heracles y nosotros”, en el número 15, Miguel Floriano también publicó “Solícito adiós”, que fue germen y adelanto de su posterior libro: “Claudicaciones”. Otros autores de estos cuadernos de poesía han sido Jordi Doce, Sandra Sánchez, Juan Ignacio González, José Carlos Díaz… Y ahora, Miguel Floriano nos ofrece “Victoria”, que sería el número 23/24 de la colección.
Carlos Alcorta comenta que Miguel Floriano Traseira (Oviedo, 1992) es “uno de los autores más sólidos del joven panorama actual… se aprecia… una notable ambición poética que proviene… de sus lecturas… el rigor formal y rítmico”. Miguel Floriano, un poeta ovetense que usa las “palabras como avispas” y que piensa que “la poesía nos deja desnudos y vulnerables”, dice en una entrevista: “Quisiera que algún día mi pasión por la ambigüedad me ayudase a generar espacios poemáticos insobornables, autosuficientes hasta la perplejidad”. También añade “en literatura lo menos valioso es la verdad, entendida como cómputo de circunstancias que rodean al autor de la obra”, o, el poeta es “lo otro, una identidad posterior al lenguaje, porque el lenguaje crea la identidad”. En una entrevista Miguel Floriano, un poeta que anhela “vivir en las palabras” y en su “danza de sílabas”, dice que su “poesía es una ontología de la voluptuosidad y el deseo”. El poeta, al que le urge escribir sobre “el propio lenguaje y sus representaciones. Trato de escribir de tal modo que la materia lingüística (la palabra) busque la razón de sí misma, lo que creo conduce a su crítica sincrónica: detección de los límites connotativos” –nos confiesa. Tiene un blog: “Lujuria Crítica. Cuaderno de bitácora”. El poeta vive por y para escribir y leer, para “traducir la belleza… ver a los amigos”. Es un poeta que aspira a “la elaboración a largo plazo de un sistema metafísico”, quizá porque navega a la vez en dos océanos de pensamiento, la poesía y la filosofía, como un Saussure o un Lacan asturiano.
Esta plaquette titulada “Victoria” que, como dice el autor “abre y cierra un mundo propio” y es una “obra con valor simbólico” que va más allá de un amor nostálgico, nos invita a penetrar en su estructura latente y patente como si fuera un reto que el autor lanza, para que descubramos sus verdaderas intenciones, con la dificultad y peligro que todo reto entraña. En ella se respira cierto misterio o hermetismo que el propio autor se encarga de mantener como ingrediente aglutinador. La poética de esta plaquette “trata de palabras que nacen para morir,/ y mueren sobre unos ojos/ brillantes como pájaros” -dice en el último poema.
Un poema de siete versos nos recibe a la entrada haciendo el papel de prólogo breve: “Hubo palabras/ que nadie dijo… Es hermoso decirlas hoy,/ aquí, callándolas de nuevo”, y que nos deja un cierto sabor a Antonio Machado al leer el verso “aquellos días azules”. A continuación, dos citas nos reciben, una de Paul Valéry y otra de una canción de Townes Van Zandt, que te predisponen para un paseo por la memoria, reflexivo y melancólico. Así el lector también asume cierto papel de semilla que busca germinar en los poemas, lo mismo que el autor ha pretendido en los recuerdos y sus lecturas, para crear “el mejor de los mundos posibles”, que para él siempre estará en el lenguaje.
Hay palabras que, como gárgolas agazapadas y expectantes, convierten el texto en un tejado de catedral o campanario. La elección de unas u otras palabras y su relación entre ellas dicen mucho del poeta que las usa, marcan el destino de la obra y su lectura, el sentido último y crucial de su mensaje. Las palabras-conceptos que usa aquí el poeta apuntan a la metafísica, pero también a una ética. Las palabras nos indican siempre un territorio, una “tierra oscura”, apuntan en una dirección, así encontramos: verdad, libertad, victoria, amor, luz, “el idioma del bien”, perdón, memoria, solidario, piedad, agua, cerca…, pero también leemos: odio, miedo, envidia, decepción, engaño, vanidad, fraude, muerte, dolor, sombra, mal, ironía, olvidar, fuego, lejos… O sea, la dualidad (el yin y el yan), los contrarios nos mecen en ese vaivén de mar que tiene el poemario, de oleaje lírico y metafísico; con el cual busca el poeta “un nuevo nacimiento” en el equilibrio, perdurar, hacerse palabra y conocimiento. “Los ojos arden cuando buscan/ nacer de nuevo en lo que miran”, o, “cautelosas aguas movían las palabras/ hacia donde de verdad se las espera,/ temblando en cauce imprevisible –dice.
Al poeta le gusta jugar con el lector y hacernos pensar, situarnos en un sendero literario donde nos aguardan distintos geocaches. La intertextualidad en el texto también tiene su importancia. Cada nombre que aparece en un libro (explícito o implícito) es un escaque del tablero de ajedrez que supone otro camino dentro de la hermenéutica de dicho libro, que complementa y amplía, y hasta explica. Aunque busca “huir de la semejanza, que es la rémora del asombro” –nos dice. En ésta plaquette ciertos nombres revolotean como mariposas y dejan un rastro a seguir: Tupac Shakur, Leibniz, John Lennon, Bob Dylan,… Dice Diderot sobre Leibniz: “Cuando uno compara sus talentos con los de Leibniz, uno tiene la tentación de tirar todos sus libros e ir a morir, silenciosamente en la oscuridad de algún rincón olvidado”. Y es quizá eso lo que pretende el autor, marcar un paralelismo con ellos, pero no para irse a un rincón olvidado, sino para acompañarlos. Todos han sido grandes genios en lo suyo. Y quizá esa es la aspiración máxima de nuestro poeta, soñar con ser otro genio.
Hay un sutil juego de transmutación, la literatura como un juego “patarrealista” (Victoria, un amor del pasado que, como un cisne, se hace metáfora de la poesía o más aún, que le sirve para transformar esta plaquette en una poética, en una reflexión metapoética. La metonimia le permite transmutar a Victoria, que se torna en una sinestesia también conceptual. La amada es la poesía, la poesía es la amada, la palabra, su verdadero amor, su razón de ser. Una noción que se hace metáfora y deseo para expresar el verdadero logro y anhelo de éxito que tiene el poeta cuando escribe. Porque como si de un puzle se tratase, al poeta le gusta ir dejando esparcidos por el texto sus señuelos, como cebos con los que atraer al lector a su anzuelo más críptico y profundo. Todo fluye como un monólogo “country” que interpela, como una especie de banda sonora. Amada y poesía se funden en un único ente, forjando una sola realidad lírica. Es un texto eminentemente metaliterario y metafísico, y donde la metonimia ejerce su poder y le da un nuevo significado a cada palabra. “Disfracé las palabras, malgasté mi cuerpo”, o, “Poema/ es un lugar que mi lenguaje asola” – dice en el poema Interludio. Lugar y verdad, dos conceptos que pugnan en su poética por hacerse un hueco entre el amor y el tiempo. Porque Miguel Floriano “deja caer las palabras” sobre el poema con pericia de jardinero, para que como semillas germinen en la mente del lector, creando una nueva realidad, otra identidad del poema. Hay posibilidades de que incluso Victoria, además de la amada (poesía y persona) del poeta, real e imaginada, en algún sentido sea también, por simbolismo, el triunfo de la poesía, y todo el texto sea un homenaje para “decir la herida abierta” que todos compartimos tras la pérdida del amor, la herida infinita que sirve para “acompañarte con la escritura” en tan duro viaje. “La tristeza vive/…/ allí donde el perdón está ausente” –dice. Distintos reflejos confluyen en las mismas palabras: la amada, la poesía, el autor…, paralelismos que caben todos y comparten los mismos significantes y significados.
En cualquier caso, después de leer “Victoria”, como metáfora del éxito y la genialidad, uno descubre que Miguel Floriano es un gran poeta, que lo salva la escritura y la literatura. Su obsesión es ser poeta por encima de todo, porque escribe “durante las mañanas, las tardes y las noches”, como un acto salvífico, como un acto reparador que le permite ser una crisálida que está siempre naciendo de nuevo.
Opiniones de un lector
Custodio Tejada