Carlos Benítez Villodres
Las decisiones cruciales en la vida de cualquier ser humano son siempre difíciles de tomar. Por ello, cada individuo debe ser consciente de que “si pretende ver todo con claridad antes de decidir, expresa Henri F. Amiel, nunca jamás decide”. Además, las dudas y los miedos acosan insistente y astutamente. Hay personas que sueñan cada día con lo imprevisto, con lo sorprendente, con lo emocionante y, si, en cierta ocasión, se topan con ese instante luminoso, que puede transformar su existencia repleta de hastío y de insatisfacciones, de felonías y de decepciones…, y siguen la estela de ese momento, sabrán darle sentido a la vida, a su vida.
Muchos hombres y mujeres creen que todos los días son iguales, que nada cambia, porque tienen miedo a percibir y a aceptar ese momento decisivo, mágico, que se les presenta para hacer que reverdezca su vida seca. “Cambiar de horizonte, dice Bécquer, es provechoso a la salud y a la inteligencia”.
Aunque cada nacimiento trae consigo una muerte, la esperanza en esa renovación esencial y plena eclipsa aquel manantial, en el que antes bebíamos vida, pero que poco a poco se fue secando. ¡Cuántas personas anhelan reiniciar una vida nueva!, pero van pasando los meses, los años, y continúan por el mismo camino de siempre. ¿Por qué? Por las incertidumbres, por los miedos a lo nuevo, a lo nunca vivido, a lo desconocido. En la vida diaria de estas personas observamos con total nitidez que “el amor mueve; el temor retrae”, manifiesta Ramón Llull.
Sí, son personas que nacieron para echar raíces, para ser montaña…, no para dejarse crecer las alas y volar cuando la situación lo requiera. Tienen pánico a correr riesgos, a encontrarse con lo inesperado, con lo sorprendente, con lo emocionante, con otro fracaso más… Protestan. Se amargan. Se deprimen. Se conforman. No son capaces de romper con la vida frustrante, infausta, que cada día arrastran. Están erróneamente convencidos de que todo en la vida de un individuo cualquiera surge a través de dos fuentes: la del destino y la de buscar, mientras vive, aquello que anhela con vehemencia porque lo necesita o simplemente porque lo desea. No comprenden que una persona no busca esas necesidades vitales de las que carece para vivir en armonía consigo misma y con las demás, sino que, involuntariamente, las encuentra o no las halla en su marcha diaria sobre el planeta
Personas en crisis. Vidas apagadas. La libertad siempre es problemática. El conformismo protege, evita riesgos, no garantiza la estabilidad emocional, pero es preferible a una revolución personal total. Estos individuos carecen de esa claridad sumamente necesaria para saber lo que de verdad quieren y de ese coraje inquebrantable y perseverante que precisan para cambiar ellos mismos y, por ende, de abrir un camino nuevo a su vida.
Cuando nuestra vida naufraga y no luchamos por llegar a tierra firme, deseos y acciones, antes de ahogarnos, van en direcciones contrarias. Ahora bien, si logramos conseguir que nuestra vida sea nueva cada día, dicho naufragio no llegará a producirse. Pero en el supuesto que ocurriera, debemos tener la seguridad de que, si no desfallecemos, en medio de las olas que nos vapulean constante y terroríficamente, saldremos indemnes de esa situación que nos atrapó de repente, pero no llegó a engullirnos, ya que nos liberamos rápidamente de ella, gracias a nuestras propias fuerzas positivas.
Por otro lado, hay personas que se dejan llevar por la corriente materialista de una vida posicionada en especial en medianos o elevados estratos sociales, cómoda, oportunista, lucrativamente rentable…, aunque falaz y monótona, inverecunda y mediocre. Sujetos estos que viven de espalda al esfuerzo y a la alegría, a la constancia y al valor de aquellos otros que un día hallaron lo preciso, lo indispensable, para llevar a cabo una renovación plena en su vida, es decir, darle a ésta un giro de 180º, el cual lo realizaron con entrega, honradez, gozo… “Es inconcebible un cambio o revolución, refiere Cortázar, que no desemboque en la alegría”. Nunca, pues, olvidemos que lo que verdaderamente importa en la vida es vivir el presente, el día a día a tope, sin desperdiciar ni siquiera un instante. Esto no lo entendió nunca Hugo Grocio. Por ello, dijo a unos amigos en determinada ocasión: “He perdido mi vida haciendo naderías con mucho trabajo”.