UNA REVOLUCIÓN NECESARIA

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A pesar de las irracionalidades que suceden sobre nuestro planeta, existe un lenguaje, que vuela más alto que las palabras, asequible al ser humano honrado, generoso y benefactor de sus semejantes. Es el lenguaje de la naturaleza, del universo. Gracias a sus signos clave sabemos que aquel que no está satisfecho consigo mismo, que el amargor lo consume, que está hastiado de la vida que tristemente palpita en él, si se hace sol, tierra feraz y lluvia calmosa para las flores que sobre el mundo se elevan, podrá comprobar él mismo cómo la vulgaridad, la desesperanza y el tedio, que hoy lo machacan, se transformarán en alegría y en entusiasmo, en coraje y en ansia por vivir para dar vida dichosa. Sólo así sabrá siempre lo que desea, lo que sueña, lo que espera… con el único fin de hacerlo realidad para bien de él y de aquellos que con él caminan por el tiempo.

 

A veces la naturaleza actúa con ira desbordante, incontrolable, llevando sus terribles y trágicos efectos indeseables a los pueblos que más sufren sobre el mundo ¿Por qué la mayoría de  las acciones sumamente destructivas de la naturaleza se ceba con los seres humanos más desgraciados, más desamparados, más olvidados…? Hermanos nuestros que luchan día a día por sobrevivir en medio de un sinfín de adversidades malignas, causadas por los poderes internos o externos al país en cuestión; crucificados por unas condiciones sociopolíticas, económicas, judiciales… corruptas al máximo; masacrados por situaciones medioambientales pésimas; encadenados a su hambre y a su sed de libertades; apartados de la voz revolucionaria y liberadora de la  cultura…

 

Pero, ¡qué despiadado e inhumano e ininteligible es, en ciertas ocasiones, el lenguaje de la naturaleza! En esas circunstancias, confunde y agobia, trastorna y entristece… a cualquier individuo que nunca conoció la indignidad, ni el resentimiento, ni la mediocridad… ¿Será verdad que todo cuanto acontece en este planeta, tanto sobre su piel como en las entrañas de la naturaleza…, tiene sentido? “Quien contempla una flor, dice el poeta, o, simplemente, una gota de agua de la mar, está viendo en ella toda la belleza y la luz y la esplendidez de la vida y de los lugares en donde ésta palpita”.

 

¡Cuántos y cuántos hombres buscan y encuentran cosas nuevas, sorprendentes, mágicas, pero continúan siendo las mismas personas! Esos hallazgos no han producido ningún cambio en ellos, porque para ser el hombre que siempre, con vehemencia, desearon ser, la causa de tal cambio, aunque les llegue del exterior, ha de originar, en su orbe interno, una revolución para que desde su cerebro y corazón, posteriormente, actúe.

 

Lo extraordinario no está en lo grandioso, como grita la masa, el vulgo, sino en lo sencillo, en lo único. Por ello, sólo aquel que no se confunde, en medio de la muchedumbre, está capacitado para distinguir lo extraordinario de lo ordinario y para saber apreciar lo que, por naturaleza, está fuera de lo común.

 

Carlos Benítez Villodres

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