UN TOQUE DE DISTINCIÓN

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Las nubes se atavían de magnificencia. El sol no tiene más que una sencilla túnica de luz.

  1. Tagore

         “Saber estar”. Me lo dijo una joven de 21 años cuando le pregunté qué era para ella la elegancia. Con tan poco, ya dijo mucho. No es fácil ni para personas corrientes ni para personas instruidas dar una definición más o menos concreta sobre los rasgos que determinan que una persona sea elegante. Y no es fácil por la sencilla razón de que la elegancia es un conjunto de factores, de toques y de detalles que hacen imposible encerrarla en una escueta definición. Una persona puede ser elegante en un caso concreto y determinado  en su comportamiento o en su forma  de estar, decir o hacer,  y en otro momento, puede ser todo lo contrario, comportarse con ordinariez o estar ridícula. Por eso, la elegancia se puede dar en brotes esporádicos, unas veces en forma consciente controlando los sentimientos y las emociones y haciendo uso de las normas que impone la cortesía y los buenos modales; y otras veces la elegancia fluye  espontáneamente que no es ni más ni menos que el reflejo  de la riqueza interior.

         Pero en ningún caso  se puede decir que una persona que es elegante por una sola acción o momento de elegancia que haya manifestado.

         Por otra parte tropezamos con un pequeño obstáculo. Una persona puede tener los actos más grandes de elegancia y no ser captados ni reconocidas por quienes lo presencian como de hecho suele ocurrir. Así podemos decir que para reconocer la elegancia  sería necesario educar el órgano que la reconoce. Y ciertamente, no es lo mismo la elegancia para un espíritu culto  y educado que para un espíritu rústico. Para catalogar a una persona de elegante lo tiene que ser siempre., en todos los ambientes, y en todo momento, pues no es lo mismo “estar” elegante en un acto que “ser” elegante que es siempre. Antonio Gala ya lo apuntó: “La elegancia va de dentro afuera; es como una emanación, como un reflejo” Esta emanación y este reflejo tiene que manifestarse  en todos los actos, en toda circunstancia y en todo tiempo.

         El diccionario de la Lengua, entre otras acepciones dice que elegante es el que está “dotado de gracia, nobleza, sencillez, airoso, bien proporcionado, de buen gusto y de aquellas personas que visten con entera sujeción a la moda”. Tomado así cualquiera puede ser elegante, pero en realidad pocos son los que consiguen ser elegantes. La verdad es que uno se pierde en estos caminos. Una persona puede tener gracia y, en cambio, carecer por completo de elegancia. Y a propósito del tema, Torrente Ballester escribió: “Una mujer graciosa se pone la flor donde le caiga, y ya está, pero una elegante tiene que saber dónde ponerse la flor”. Naturalmente, pero es que además debe saber si tiene o no que ponerse la flor, porque la elegancia tiene sus normas.

Los hay también  que piensan que la elegancia es un don, que se nace elegante y nada más, que no necesita de reglas ni de aprendizaje y así lo dijo el poeta Manuel Machado en su “Adelfos”: “De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo, no se ganan, se heredan elegancia y blasón…” (dejo al lector que interprete estos versos)

En cierta ocasión no pude evitar  oír la conversación entre dos señoras. Una decía a la otra: “Llevo una semana enferma porque tengo que ir a una boda y no sé qué ponerme”. La otra le contestó: “Pero si tienes un montón de vestidos a cual de ellos más bonito; ponte aquel que llevaste  en otra ocasión que le va a tu cara, a tu pelo y a tu tipo  y estabas muy elegante”. A lo que contestó la primera: “Sí, pero es que ese color ya no se lleva”.  En espíritus simples, el seguir los dictados de la moda puede causar grandes trastornos. Naturalmente que ser elegante es otra cosa; seguir la moda no es elegante sino vulgar. Uno de los componentes de la elegancia es la seguridad en sí misma. Meryl Streep es una de las actrices que peor viste y sin embargo siempre resulta elegante.

         El vestido debe estar  de acuerdo con el aspecto físico y con la personalidad y, al mismo tiempo, saber lo que se debe poner en cada acto y siempre en total concordancia con el entorno. ¿Se puede decir de una persona que se presenta a una fiesta campestre ataviada con un lujoso vestido, repleta de joyas y zapatos de tacón alto, que está elegante, cuando los demás están en zapatillas y pantalón vaquero?  En todo caso lo que se puede decir que está ridícula y fuera de lugar.

         De las modas sólo hay que extraer  aquello que nos favorece y que tiene que estar de acuerdo con nuestra morfología y personalidad, además de tener en cuenta que el vestido siempre se queda en la periferia.

         Quizás, debido a la rapidez de los medios de difusión, desde hace unos años se rinde un culto exagerado a la moda, a sus creadores y a sus modelos. La veneración que antes se dispensaba a las actrices ahora la han acaparado las modelos, sílfides esqueléticas a las que muchas veces se trata de imitar por creer que eso es elegancia. Todos sabemos la evolución que ha sufrido la modelo a su paso por la pasarela. No hace mucho, la modelo (bien constituido pero muy cercana a la gente corriente) lucía un vestido para cada ocasión y para cada ambiente, su andar por la pasarela era natural, con estilo, con “un saber llevar las ropas”, es decir, con elegancia. Su contemplación producía un verdadero placer estético. Hoy, en cambio, las modelos exageradamente altas y delgadas totalmente ajenas a la realidad existente pasean indumentarias sólo para mirarlas en un escaparate o para lucirlas en una fiesta de disfraces o concurso de extravagancias. Y otro tanto podríamos decir de su paso al desfilar  con un exagerado vaivén de caderas e incomprensible cruce de piernas al andar comparable  a un trote, que nada tiene que ver con el andar normal de una persona y, que naturalmente,  en ningún caso puede pasar como elegante.

         La Grecia clásica que tanto contribuyó al arte, determinó un canon de belleza y elegancia para representar a la figura humana, basado en la medida y en la proporción de las partes y del todo. Así, una escultura humana es bella cuando cumple  esas reglas de las proporciones y medidas. Ese mismo canon rige para el hombre y la mujer en la realidad. Una persona que reúna esas medidas ideales nos parecerá bella, hermosa, pero ¿elegante? Eso ya es otra cosa. La vida es movimiento, acción y nos expresamos a través de actos corporales o del “gesto” como dijo Gregorio Marañón, y eso tiene sus reglas. Una persona puede mostrar su elegancia en un simple y sencillo movimiento de brazos o manos; en un acto tan corriente y tan vulgar como es el sentarse; o simplemente con el sólo hecho de escuchar, o el posar la mirada en alguien…   ¿Y cómo debe andar una persona elegante?  ¡Ah! esa es la cuestión.

         Como ya he apuntado anteriormente, la elegancia tiene que manifestarse constantemente, pero de forma natural, sin afectación. Esto no quiere decir que el gesto no sea estudiado y aprendido, todo lo contrario, pues pocas cosas son las que nos llegan sin previo esfuerzo. A la elegancia se llega por la disciplina, estudiando y aprendiendo las normas. Lo único que hay que procurar es que no se note, que parezca innato, espontáneo y natural.

         Los filósofos tomistas decían que la belleza era el “resplandor de la salud”. Ambos caminos conducen al mismo sitio, pues aún reuniendo todos los ingredientes morfológicos y espirituales para ser elegante, la enfermedad, el miedo o las preocupaciones pueden dar al traste con la elegancia.

         Como hemos podido ver en todo lo que antecede la elegancia es algo muy complejo y no tiene fórmula fija en cuanto a sus elementos porque son muchos y variados los que la integran, así como también muchas y diversas las opciones al respecto, pero en lo que sí están de acuerdo todos  es que la elegancia consiste en la revelación de la armonía entre el cuerpo y el espíritu que es la distinción, el gesto educado,, la gracia, el estilo, el encanto y otras cualidades misteriosas de imposible definición.

         Si yo tuviera que definir lo que es la elegancia no sabría hacerlo, pero sí  sé distinguirla cuando me encuentro ante una persona que la posee.

                            ROGELIO BUSTOS

                            Granada a 22 de mayo de 2019

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