Un abrazo, mis felicitaciones admiración, que Dios te bendiga hoy y siempre, larga vida a Granada Costa. Puerto Montt Chile

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La pedagogía hospitalaria y nuestros tiempos

El año 2020 nos ha recordado lo frágiles y dependientes que somos, lo poco que controlamos de nuestras propias vidas, lo mucho que necesitamos a los demás, lo valioso del tiempo compartido y lo difícil que es sobrellevar una enfermedad en soledad. ¿Cuántos proyectos se habrán quedado sin concretar a causa de la pandemia? ya van siete meses y la pesadilla está lejos de terminar, ¿cuántos sueños se habrán esfumado cuando estaban a punto de materializarse?

Esta inesperada pausa en nuestra vida como humanidad es la que viven todas las personas que enfrentan una enfermedad, a algunos solo les quita unos días, a otros les toca hacer la ruta más larga y si son afortunados vuelven del otro lado de la existencia para despertar un día a comenzar el resto de sus vidas, hay a quienes les arrebata facultades y peor aún, seres queridos, mientras otros han de partir a la eternidad para no regresar.

Es entonces que descubrimos lo realmente valioso de la vida y entendemos que el único tiempo que tenemos es hoy, lo demás son recuerdos y dibujos en la arena, tal vez tengamos suerte y sigan allí mañana aunque difícilmente intactos, la marea y el viento habrán hecho lo suyo. Sin duda tener propósito es un elemento propio de la humanidad, sumamente necesario, pero que no puede ser la finalidad absoluta de nuestra existencia. Estábamos obsesionados con el futuro, sentíamos tan seguro el día de mañana que desestimábamos el presente, ese regalo precioso del tiempo que habitamos. De pronto despertamos a la realidad y vimos que ahora, el latido del ahora, el respiro, la palabra, es lo único seguro.

Ser maestro hospitalario es acompañar ese despertar a la fragilidad de la existencia a cada niño que ve fracturada su vida, ayudarlo a unir su pasado con su presente y ese futuro que ahora se ve forzadamente reconfigurado, le ayudamos a cubrir esa grieta como el kintsugi reúne con surcos de oro fundido el objeto fragmentado. Entonces descubrimos nuevamente junto a nuestros estudiantes en el hospital, el valor de una sonrisa, el regocijo para el alma que es compartir una lectura, fluir en los colores que se reparten en un papel o en las notas que empiezan a brotar de algún instrumento y abren una nueva dimensión en el servicio clínico.

Abrazar la pedagogía hospitalaria es un acto de idealismo que nos une en la esperanza de entender que no todo está perdido, que vale la pena seguir adelante, aunque el propósito que nos impulsaba se vuelva difuso o incluso cambie para siempre. Hay niñas y niños que se levantan solos de su cama para ir a explorar la planta pediátrica y descubren la escuela, a otros los debemos ir a buscar, invitarlos, motivarlos, a veces simplemente acompañarlos donde están, cada persona es diferente y la automotivación no está presente en la misma medida en cada una.

¿Cuántos de nosotros no nos levantaríamos si no tuviéramos el deber de realizar labores o atender responsabilidades? muchos tuvimos ocasión de quedarnos tendidos todo el día porque parecía que el mundo se había apagado, confinados en casa, el trabajo cerrado, la familia lejos. Sin embargo hay quienes se inventan un quehacer, llamar a los amigos, alegrar a tus vecinos, llevar comida a quien no puede desplazarse, o incluso algo más personal como leer, estudiar, aprender otro idioma o a tocar ese instrumento que siempre estuvo guardado, retomar esas pinturas que quedaron por ahí o arreglar tu apartamento, terminar esa repisa que quedó a medias, regar tus plantas.

Estudiar en una escuela hospitalaria es levantarte a clases cuando tenías todo el permiso de quedarte en cama descansando, no por el deber, no por rendir esa prueba que te hará pasar de curso, esta vez fuiste solo por lo bien que te hace ver a tus compañeros, pensar en otras cosas, la satisfacción de aprender algo nuevo, de conocer y maravillarte, la alegría de ver a tu maestra que ha preparado una actividad para ti. Tal vez este año todos fuimos pequeños en una escuela hospitalaria, algunos salieron a buscar el aula, otros la inventaron en algún rinconcito donde se encontraron a compartir un cuento, hay quienes necesitaron más ayuda para motivarse o no pudiendo levantarse, dependieron totalmente de la visita de la educadora.

Pero también hubo quienes tuvieron la mala fortuna de enfermar sin poder contar con este servicio educativo, no llegaron clowns ni músicoterapeutas a acompañarlos, no los visitaron magos ni cuenta cuentos, vivieron esto en soledad y no hubo sonrisas que mitigaran su dolor. Cuando lo pensamos de ese modo, sin duda nos damos cuenta de lo importante que es contar con el aula hospitalaria.

Felipe Ramírez

Mg.en Educación – Máster en Pedagogía Hospitalaria

Maestro Hospitalario

 

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