Priorizar el estudio y las personas

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¿Hay algo más necio que no aprender por no haber aprendido antes? El estudio es una escuela que admite a los hombres de cualquier edad. Mientras uno es ignorante, siempre es tiempo de aprender

SÉNECA

El 24 de enero se celebra el Día Internacional de la Educación, este año bajo el lema: Invertir en las personas, priorizar la educación. Desde el momento de nuestro nacimiento, debido a la poca información depositada en el genoma humano, es necesario adquirir información y conocimientos para poder prosperar en la vida. Al ir cambiando a lo largo de nuestra existencia, ya que nos movemos en diferentes ambientes y contextos culturales, el aprendizaje es constante a lo largo de nuestro crecimiento vital.

Los mundos que construimos para representar la realidad se configuran por diferentes pautas y modelos que nos proporciona la lengua y la cultura en la que estamos inmersos. Configuran y organizan nuestra forma de entender el mundo, nuestras creencias y valores con los que afrontamos la realidad. El aprendizaje no solo es constante a lo largo de nuestra existencia, lo hacemos posible porque es necesario para desarrollar los procesos evolutivos básicos. Es el cerebro el que desarrolla y ayuda a predecir, aprender e integrar la información, así como crear respuestas para poder adaptarnos a la realidad en la que vivimos.

Nos recordaba Gilles Lipovetsky, que el triunfo del hipercapitalismo no es sólo económico, también lo es cultural: se ha convertido en el esquema organizador de todas las actividades, el modelo general de actuar y de la vida en sociedad. Se ha apoderado del imaginario, de los modos de pensar, de los fines de la existencia, de la relación con la cultura, con la política y con la educación. Vivimos en la modernidad líquida, postmoderna, un enjambre social, caracterizada por la falta de involucramiento y la seducción consumista.

Siguiendo a Bauman, la modernidad líquida ha transformado las relaciones entre la cultura y la educación. Estamos viviendo los profesores numerosos cambios educativos en los últimos años, según el signo político que está en el poder. Pero estos cambios también son el producto de una época de profundos cambios culturales y una profunda transición en la pedagogía, de disolución y nueva formación. Son discursos, como en otras áreas de conocimiento, pongamos la historia o la filosofía, que acusan profundamente la crisis de nuestro tiempo. Toda crisis, abre la posibilidad de nacer de nuevo y poder desplegar otras formas de hacer y pensar (Hannah Arendt).

Hoy cuesta mucho la espera, vivimos el síndrome de la impaciencia, toda demora no es solo un estigma de inferioridad, sino una violación a la dignidad. Si aplicamos esto al mundo educativo, donde el tiempo y la paciencia es necesaria, vivimos en un fracaso constante. A veces entendemos la educación como un producto, algo que se consigue y si es rápido, mucho mejor. Pero es necesario entenderla como un proceso. Un proceso que no termina en la escuela, instituto y universidad, es una empresa continua que dura toda la vida. Cada persona tiene su tiempo, no todos crecemos al mismo ritmo, tampoco se desarrollan las capacidades de aprendizaje en el mismo momento.

En la modernidad líquida, la solidez de las cosas, los compromisos a largo plazo, se interpretan como una amenaza, ya que supone un futuro cargado de obligaciones y restringiría la libertad personal. Hoy en día las cosas más preciadas, tienen una fecha de caducidad a corto plazo. El consumismo en el que estamos inmersos no se mide por la acumulación de cosas, sino por el breve goce de las mismas. En este torbellino de cambios, el conocimiento y el aprendizaje se ajusta también a lo instantáneo, se busca para que dure lo más breve posible, para el momento, para el uso inmediato. Interesa más el aprobado rápido, que generar un conocimiento que sirva como base para desplegar todas las capacidades del individuo. Hoy el conocimiento se ha convertido en una mercancía de consumo rápido y que pierde rápidamente su poder de seducción.

El aprendizaje y la educación se crearon a la medida de un mundo duradero, pero hoy vivimos en un constante cambio, en una realidad volátil y errática. En ese mundo la memoria era fundamental, más rica cuanto más lejos en el pasado lograba penetrar. Hoy la memoria, en un mundo lleno de datos y de información, incluso parece inhabilitante y a veces, inútil. La cultura actual, exige reinventarse continuamente, ser uno mismo, por lo que la escuela y el profesor, son uno más de las diversas fuentes de información. En ningún otro momento de la historia, los educadores han tenido que afrontar un desafío como nos presenta nuestro mundo cambiante y líquido, sobresaturado de información.

En este contexto, no es fácil para un profesor abordar siempre el difícil arte de enseñar y preparar a las futuras generaciones para vivir en este mundo, donde las pasiones y conocimientos cambian de un momento para otro. Sabemos que el conocimiento humano tiene dos fuentes fundamentales: Una subjetiva que evalúa las cosas, personas y acontecimientos según su valor para la propia existencia, configurada por las emociones, sentimientos y afectos; y otra, que se orienta hacia el saber objetivo de la realidad, es lo que llamamos racionalidad. Ambas fuentes se vinculan. De ahí la necesidad de una racionalidad emocional, donde no solo son importante los conocimientos y habilidades racionales, también las emocionales.

Hoy la educación nos plantea tres retos a los profesores: Tratar con una gran cantidad de información (internet es hoy la gran biblioteca del mundo), con lo que es necesario aprender a distinguir; convivir con la tiranía del momento y fomentar un aprendizaje renovado y permanente; armonizar la relación alumno y profesor, estando abiertos a la innovación y a nuevas formas de comunicación, expresión y creación.

El apetito de conocimiento debería hacerse gradualmente más intenso a lo largo de toda la vida, a fin de que cada individuo continúe creciendo y sea a la vez una persona mejor (Bauman).  Lo que nos queda por aprender no tiene límites, si nos colocamos en la línea humilde del aprender constante conseguiremos grandes metas. Ello puede ser un acicate para seguir estudiando hasta el final de nuestra existencia. La formación permanente exige constancia, disciplina y certera orientación. Son tres condiciones para que aquella tenga éxito. Siempre es bueno mirar el entorno más despacio y con más hondura.

Para ello, pensamos que no solo son necesarios los conocimientos y habilidades racionales y emocionales, también es importante aprender humanidad. Solo un mundo más solidario podrá ser un mundo más humano. Y la auténtica solidaridad consiste en la firme determinación de sentirnos responsables unos de otros y ayudarnos mutuamente. Solo un mundo más solidario y fraterno podrá ser más humano.

Juan Antonio Mateos

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