¿POR QUÉ HABLÓ ASÍ NIETZSCHE? (II)

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El ilustre escritor y polemista  inglés Chesterton (1874 – 1936) dejó  escrito: “Cuando un hombre deja de creer en Dios, pasa a creer cualquier cosa”.Algo parecido encontramos en la azarosa y triste biografía de Federico Nietzsche, a pesar de sus grandes dotes artísticas, y ser, además, uno de los mejores escritores alemanes modernos. El conocimiento y el interés por la cultura griega jugaron un gran papel en su filosofía. Pero el tema central de su pensamiento es el hombre, la vida humana, cargado todo de preocupación histórica y ética.

    Tal vez no tenga razón, al preguntarme cómo se puede vivir sin la aceptación de un ser trascendente. Porque vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, y  sin sostener, en una lucha continua, la verdad, no es vivir, sino ir tirando. Ahora bien, los que, por fortuna hemos recibido la fe, jamás debemos “ir  tirando”, sino “vivir”. Y Nietzsche -¡qué duda cabe! – nació y vivió en un ambiente de profunda fe crisitiana.

Ya hemos señalado, al menos, dos factores que determinaron  la transformación  de Nietzsche en ateo y anticristo.

      Trasladado de Bonn a la Universidad de Leipzig (1879), Nietezsche cambia su vida radicalmente, rompiendo con la asociación estudiantil “Franconia”, entabla amistad con el filólogo Erwin Rohde, se enamora de una actriz, pero de lejos, como le ocurrirá muy a menudo después, y  entra  en contacto con su maestro, el profesor Friedrich W. Ritschl, gran filólogo,  que le estimula a publicar su  trabajo sobre Teognis de Megara y otros notables trabajos filológicos. Pero Nietzsche, ateo, desposeído de Dios y de los viejos apoyos espirituales en su vida, dista mucho de ser feliz: “ Yo pendía entonces en el aire, desasistido, sólo con un puñado de experiencias y desengaños dolorosos, sin principios, sin  espereanzas, sin un solo recuerdo  agradable…”, contará el filósofo discípulo de Zaratustra.

   ¿Y quién le ayuda? El acomodado hijo de un comerciante de Danzig, al que de algún modo  también habían inoculado el pesimismo en la cuna y que, atormentado desde los seis años por indefinibles temores y suspicacias, en continuos viajes en compañía de sus padres, hace unas observaciones muy pesimistas sobre los hombres. Que luego, deprimido por la temprana muerte de su padre y la repulsa total de su madre, descubre en su afinidad con las Upanishads, un consuelo para su vida y su muerte. Que más tarde, a sus veinte años, emprende los estudios universitarios – Platón, Kant, Goethe – y como profesor auxiliar en Berlín intenta, en vano, hacer la competencia al famoso profesor Hegel. Este hombre  se llama Arturo Schopenhauer (1788 -1860), con su obra “El mundo como voluntad y representación”.

     Cuando Nietzsche, por puro azar – cfr. “Existe Dios”?, pág. 487, de Hans  Küng – descubre su principal obra en un anticuario de Leipzig y en pocos días la devora ansiosamente, ya hace cinco años que ha muerto Schopenhauer. Pensamos que la filosofía de Schopenhauer es el “tercer factor” que contribuye a explicar el porqué habló así Federico Nietzsche y, sobre todo, su anticristianismo.

    Debemos decir aquí que el sentimiento pesimista de la vida  y del mundo  de Schopenhauer ha marcado a muchos hombres: poetas, artistas y músicos. Citemos, al menos, dos premios Nobel de literatura: Thomas Mann (1875 – 1855) : Siempre tengo ante mis ojos esa pequeña y elevada habitación del arrabal, donde yo, tumbado el día entero sobre un gran sillón o canapé de singular longitud, leía “El mundo como voluntad y representación”. ¡Solitaria e irregular juventud, juventud de mundo y de muerte, que bebía sorbo a sorbo el filtro de esta metafísica, cuya esencia más honda es el erotismo y en la cual yo reconocía la fuente espiritual de la música de “Tristán!. Y André  Gide (1889 -1939) -Premio Nobel 1924 – nos dice: “…Al leer “El mundo como voluntad y represión”, en seguida pensé: ¡es esto!.

          La doctrina salvífica  y la ética de Schopenhauer – determinada más por la espiritualidad budista  que por la espiritualidad cristiana – es otro gran ejemplo de la “religiosidad” atea moderna, esa religiosidad que ha sido capaz de convocar en medida creciente una verdadera comunidad de seguidores cultos – H. Küng – y entusiastas “apóstoles” y “archievangelistas”, como llama a sus primeros discípulos este filósofo “fundador de religión”. También en Nietzsche ocupa esta doctrina “el vacío dejado por la pérdida de la fe”, cuando siendo estudiante en Leipzig, descubre a los cinco años de la muerte de Schopenhauer este “evangelio” (por no decir “dys-angelion”, mala noticia) de la negación y de la renuncia. Pero esta doctrina no constituye para  Nietzsche un “manantial de íntima serenidad y satisfacción”, como esperaba Schopenhauer. Al contrario: la consecuencia es un autoanálisis despiadado, una  ascesis inmisericordie, un odio y hasta una tortura de sí mismo a lo largo de dos  semanas, en las que no duerme más de cuatro horas cada vez.

   La gran estima de  Nietzsche por Schopenhauer se ve corroborada definitivamente por el ya famosísimo compositor Richard Wagner (1813 – 1883), cuya  fascinante personalidad tiene ocasión  en Leipzig en 1868. Wagner es para Nietzsche en música lo que   Schopenhauer en filosofía: ¡el genio, el ídolo de su corazón, al menos por el momento!.

    En una de sus obras – “El anticristo” – dice Nietzsche: “Pero dejadme que os abra mi corazón, amigos: si hubiera dioses, ¿cómo aguantaría yo no ser un dios?. Por tanto no hay dioses. He sacado la conclusión; pero ahora es ella la que me arrastra. Dios es una hipótesis”. Para mí, uno de los motivos del ateismo de Nietzsche es,sin duda, la soberbia. Todo lo suyo está incomparablemente más alto sólo por ser lo suyo. El hombre soberbio se considera, por desgracia, superior a los demás. El yo de la soberbia mantiene todas las cosas bajo sus pies y a una distancia absoluta, incluso a Dios. Nietzsche se consideraba único y excepcional. La señora Ida Overbeck, que conocía como muy pocos su interior, dice : “Nietzsche odiaba al hombre normal; como él no podía serlo, se veía condenado a ser único y se ensalzaba por encima de la normalidad sintiendo  el enorme trabajo que esta unicidad le costaba”,( “El ateismo contemporáneo”, Vol. II, pág. 274).

    Mi juicio: en Nietzsche no hallamos ningún conato de probar una no existencia de Dios; sucumbió ante un escepticismo idealista que nunca tomó en serio el problema de la verdad, ni nos brindó una visión unitaria del mundo fundada en el ateismo.Sólo en un  estado  de locura pudo llegar a creer en la posibilidad de conquistar el trono vacante de Dios.

Alfredo  Arrebola, Doctor  en Filosofía y Letras

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