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Uno de los más famosos argumentos sobre la existencia de Dios es el del orden del mundo (cuya paternidad ostenta Tomás de Aquino pero que en realidad se remonta hasta Aristóteles), que en líneas generales afirma que el universo en el que vivimos es tan bello, armonioso y estructurado que no queda más remedio que deducir que ha sido diseñado y posteriormente creado por un Ser Superior utilizando una aplastante, única e infalible lógica racional (y cuando catástrofes naturales o males causados por el ser humano parecían poner en cuestión esta afirmación, Leibniz se la ventilaba asegurando que este era el mejor mundo de los posibles). Pero en realidad vivimos en un mundo que, a todos los niveles, no solo está plagado de contradicciones, sino que, es más, esas contradicciones constituyen el motor mismo que mantiene en marcha las cosas.

Por ejemplo, las leyes fundamentales que rigen el cosmos parecen ser, en esencia, contradictorias. La relatividad general de Einstein explica el universo a nivel macroscópico, a distancias muy grandes, y muchos de nuestros adelantos tecnológicos se basan en ella. De la misma forma, la mecánica cuántica explica con idéntica precisión la realidad a nivel ultramicroscópico, cuando nos movemos (es un decir) en niveles subatómicos. Como en el caso anterior, muchos de nuestros adelantos tecnológicos están basados en ella.

Sin embargo, ambas se contradicen. No pueden ser ciertas a la vez. Cuando se combinan, los resultados que arrojan son absurdos. Eso nos explican los entendidos. Sin embargo, es esa incongruencia la que mantiene encendida la llama de la física, que progresa mientras busca una teoría que unifique el reino de lo muy grande con el de lo muy pequeño.

Algunos, ya en la actualidad, argumentan que la prueba definitiva de la existencia de un Creador somos nosotros mismos, seres perfectos, construidos inteligentemente a imagen y semejanza del mismo Dios. ¿Cómo puede explicarse la casi infinita complejidad de un ser humano sin recurrir al Todopoderoso? Bueno, aparte de que para la ciencia la respuesta está en la evolución, hoy resulta incuestionable que estamos lejos de ser un organismo inmaculadamente diseñado. Somos algo así como un pastiche biológico, un collage hecho de retales bastante defectuoso. Una mezcla de simios (que tienden a ser agresivos) y bonobos (que tienden a ser pacíficos), con genes heredados de múltiples especies anteriores (incluso del injustamente denostado Neandertal). Nuestro cuerpo contiene residuos evolutivos superfluos, inútiles o directamente dañinos, como por ejemplo el apéndice o el cerebro (aunque esto último sea aplicable solo a determinados individuos, como Boris Johnson o Novak Djokovic, por poner un par de ejemplos). Somos contradicciones vivientes.

A nivel cultural ocurre lo mismo. No existe sociedad humana conocida en toda nuestra historia que no haya estado plagada de contradicciones. El lema de la Revolución francesa, Liberté, Égalité, Fraternité (que todavía hoy en día sigue siendo el lema oficial de Francia), que en su mayoría aprobaron los filósofos ilustrados y en el cual basamos la mayor parte de nuestras creencias, al menos en el mundo occidental, propone la búsqueda de valores claramente incompatibles: ¿es posible defender la libertad individual de enriquecerse cuanto sea posible con la distribución igualitaria de esa riqueza, por ejemplo? No parece haber fórmula que armonice ambos objetivos, y sin embargo puede afirmarse que gran parte de las dinámicas políticas brotan de esta contradicción.

Pero quizá la contradicción más flagrante es la que protagonizamos con la madre naturaleza. Somos hijos del planeta en el que vivimos y del cual dependemos por completo, y aun así lo destruimos concienzuda y eficazmente día a día, unos por inconsciencia y otros por avaricia, términos en último término intercambiables. Y quizá tuviera razón Hegel cuando aseguraba en su dialéctica que de los términos contradictorios siempre surgía una síntesis superadora, pero deberemos ir con cuidado, no vaya a ser que en la nueva realidad que surja de esta dinámica aniquiladora a la diosa Gea le dé por eliminarnos de la ecuación.

Para completar este fabuloso póker de contradicciones, quizá deberíamos empezar a poner en práctica la propuesta que surgió durante el mayo del 68: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Yo ya he frotado la lámpara mis tres veces.

 

Javier Serra

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