Paisaje urbano – A TODA COSTA

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Un hombre nos observa. ¿Nos viste o nos desnuda?

Concentrado, garabatea algo sobre un lienzo. Las flores del macizo central crecen cuidadas. La fuente deja escapar sus pequeños chorritos de agua que junto a los pájaros y el susurro de las hojas que el viento zarandea, forman una melodía estimulante.

Quiero llorar y quiero reír. Quiero abrazarla, percibir su aroma, juntar nuestras mejillas y perpetuarlas así, sin importar que pasen años y nos quedemos como lo que somos, estatuas, expuestos al tórrido calor del verano y los gélidos fríos del invierno.

Estamos tan cerca, atentos a la primera señal que uno envíe al otro. Tímidos ambos para dar ese primer paso que tanto nos cuesta, pesan nuestros pies, como verdadera losa de piedra.

El artista está sentado en una pequeña silla con el lapicero entre los dedos, mientras juguetón, el viento levanta de tanto en tanto una esquina del papel para insinuar su obra.

Se adormece el crepúsculo sobre nuestras cabezas. La frondosidad de los árboles nos cobija del impacto del sol postrero, que por sus ramas se cuela.

conjunto

Desearía que el hombre de la silla, los lápices y pinceles, con la mirada penetrante se desvaneciera y dejara de mirarnos. El por el contrario sigue contemplándonos, frunce el ceño sumergido en su propia tarea.

Solo somos una imagen en su cabeza que traslada a su impávida lámina de sesenta por cincuenta centímetros.

Quisiera poder decirte, amor mío, tantas cosas… las palabras se acumulan con efervescencia y acarician mi lengua dormida. No puedo hablarte, quizás tus ojos azabache no me lo permitan.

Tu mirada me recuerda a la noche, a la oscuridad repleta de puntos luminosos que ya a estas horas comienzan a brillar en derredor nuestro.

Estamos apenas a un paso de distancia, las manos tan próximas que dos centímetros nos separan. Los labios preparados, la cabeza un poco hacia arriba la tuya, un mucho a la izquierda la mía.

Ahora es tarde, ya no podemos ver el resultado de la pintura, porque el testigo acaba de dar su última pincelada, un enérgico trazo certifica su obra y se aleja, camina con el lienzo dentro de una espaciosa carpeta.

Puede que él sí haya unido nuestros rostros, nuestras manos, él mostrara la estatua del amor en el parque, como yo la deseo.

Nosotros… ¡Somos simplemente de piedra!

 

Francisco Ponce Carrasco

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