El verano es sinónimo de vacaciones – ocio, descanso, viajar… durante las cuales aprovechamos para leer todo aquello que durante los otros meses no tuvimos tiempo. Tengo un montón de libros junto con revistas, periódicos y entrevistas muy interesantes sobre la mesa, muchos de ellos comenzados y comentados.
Me ha llamado poderosamente la atención el relato que hace Arturo Pérez-Reverte sobre la celebración de un congreso en Tolón (Francia), titulado “La presencia del Mediterráneo en sus novelas”. Estaba formado por profesores y catedráticos franceses, italianos, ingleses, españoles…
Marie Stéphane Bourjac era la moderadora de las charlas donde se analizaban los libros de Pérez-Reverte,y la especialista en dicho trabajo. Al final del congreso fueron a cenar a un restaurante donde Arturo Pérez-Reverte y la señora M. Stéphane se sentaron uno junto al otro. La conversación entre ellos fue muy interesante tanto por la forma como por el fondo – comenta- transmite la admiración que siente por esta señora. La titula “El amor de una noche”. Su artículo empieza así:” Había sido muy guapa, y a los 82 años todavía lo era. Después he visto una foto de su juventud con un vestido rojo que no hace sino confirmarlo”. Había nacido en la Martinica y fue enviada por sus padres a París; a los 15 años entró a formar parte del mundo cultural parisién. Atractiva, audaz, gran lectora, conoció en persona o entabló correspondencia con los nombres más importantes del momento: Camu, Sartre, Cocteau, Anouilh, llegó a tratar a Colette y al actor Jean Marais. También adoraba a Alejandro Dumas en particular y la literatura en general. Pero su libro preferido era El Quijote. Vivió en Madrid y estaba enamorada de España; eso la convirtió en la gran señora del hispanismo francés durante toda su vida.
Como era una gran conversadora- dice Reverte-hablamos de todo en varios tonos distintos, nos rozábamos las manos al conversar, entusiasta de muchas cosas que compartíamos, desde Juan Valera hasta la pesca del atún rojo en el Mediterráneo, de la vejez, de la juventud, de los amores, de su pasión infinita por el mar en el que se bañaba incluso en invierno, pues decía que podía aguantar el frío como una ballena. También le contó que había amado toda su vida a un español pero no le dijo su nombre. Hablaba como si el tiempo no hubiera pasado en la vida de aquella jovencita que llegó a París, y después a Madrid. Al recordar y hablar de estas cosas le brillaban los ojos aniñándole el rostro. Sus 82 años se desvanecían mágicamente diluidos en sus palabras y su sonrisa. De pronto hacía confidencias de su juventud.
Aquellos días que duró el congreso no quiso perdérselos pues para ella fueron muy felices: “Estos días son para mí como una luz antes de entrar en la oscuridad”. Fue una premonición de los pocos días de vida que le quedaban.
Al salir del restaurante le comentó a Arturo que había aplazado una operación a vida o muerte por el cáncer que padecía y que estaba muy enferma. Iba cogida del brazo de él mientras paseaban por la orilla del mar, “por un tiempo fui una joven más bien disoluta”- comentó- “me habría gustado mucho conocerte cuando lo eras”, contestó él. Ella seguía riendo y dijo: “Quizás en otro tiempo nos habríamos besado”. Él asintió convencido. Ella le besó en la mejilla cariñosamente y él le correspondió.
Marie-Stéphane revivía esa alegría de juventud a sus 82 años.
Deduzco, por el entusiasmo con que lo describe Arturo, que fue una noche, unas horas mágicas, inolvidables…de las que había podido disfrutar escuchando las vivencias de uno de estos personajes únicos e irrepetibles. Marie Stéphane, un ejemplo literario.
Aurora Fernández

