MI CUERPO ESTÁ HECHO DE RETALES

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Mi cuerpo es un vestido mal amado, tanto abusé de él que finalmente me doy cuenta de que mi cuerpo está hecho de ropa vieja: se rompe por un sitio, lo cosen, vuelve a rasgarse y vuelven a añadir un trozo de tela. En la vejez, el cuerpo enfermo se vuelve extraño y la conciencia de la alteridad se rebela. Las siguientes palabras buscan indagar y hacerles reflexionar sobre cómo el cuerpo del anciano va debilitándose e inmovilizándose con el paso de los años, por más que luchemos se rompe todo. El tiempo talla el cuerpo, esculpiendo de manera silenciosa y progresiva las huellas de la existencia humana. Para la mayoría de las personas, el envejecimiento, es un movimiento insensible y lento, que configura la experiencia del envejecimiento como un proceso del que no somos conscientes, ya que en él no se produce ningún cambio brusco, sino lento, gradual y paulatino. Sin embargo, envejecer con sufrimiento rompe el silencio de la conciencia, ya que el que sufre se da cuenta de un contraste entre su cuerpo y él mismo. Hace poco leí un estudio que hablaba del cambio del cuerpo con el paso de los años y de cómo percibimos los cambios conforme nos hacemos mayores. En esto no puedo verme más reflejada, por desgracia, soy una mujer enferma desde que era joven y he tenido muchos años para observar cómo han evolucionado mis enfermedades. En estas investigaciones se realizaron entrevistas individuales a personas mayores con guión. La metodología recogió datos que posibilitaron la investigación de comportamientos concretos asociados a la alteridad del cuerpo. La alteridad son aquellas creencias y conocimientos propios hacia el otro. Se observó un gran significado en relación al envejecimiento con la enfermedad. Habiendo consecuencias en cómo afrontábamos el autocuidado. El cuerpo del anciano es heredero de una imagen corporal en constante cambio, sacando al anciano de su lugar como sujeto contemporáneo de sí mismo, mientras llega el momento de labrar el cuerpo, esculpiendo silenciosa y progresivamente las marcas de la existencia humana.

            En el transcurso de la existencia, el cuerpo originario se vuelve múltiple como resultado de una temporalidad interminable, subvirtiendo la identidad del querer ser único, configurando en sí mismo todos los marcadores biológicos, mentales y sociales que lo modifican con el tiempo, mientras se convierte en otro cuerpo. El cuerpo del anciano está hecho de muchas experiencias, entregándose en vida al largo trabajo del duelo que revela en sí mismo los significados de la finitud. En un proceso existencial de despojarse de sí mismo, el anciano se percibe a sí mismo como un extranjero, lo que hace que la vejez sea heredera de una imagen corporal que se modifica sin parar. Además, hay una constante debilitación de muchas partes del cuerpo, por eso les digo que es como un vestido mal amado: operaciones en las rodillas, en las piernas, y un largo etc. entonces ya no es mi cuerpo, no lo percibo como tal, ya no es el vestido nuevo que usaba de niña, está todo hecho pedazos.

            La imagen de la vejez parece estar siempre afuera, perteneciendo al otro. Este hecho puede pensarse desde la definición y construcción de la imagen corporal, cuando las enfermedades crónicas, el dolor y el sufrimiento participan como temas importantes de la experiencia humana. Las enfermedades crónicas promueven, a lo largo del tiempo, la mala imagen de las personas en pequeños fragmentos, sin el desarrollo simultáneo de una nueva autoimagen igualmente valorada. A su vez, desde el nacimiento, el dolor, como evento agudo, contribuye a la construcción de la imagen corporal que se va formando, ayudándonos a decidir a quién y qué queremos tener más cerca y a quién y qué queremos mantener como lo más lejos posible de él. Sin embargo, cuando es crónico, el dolor impacta negativamente en la imagen e identidad de quien lo experimenta, al producir una imagen corporal despectiva y debilitante para la persona que lo sufre. Esta pérdida del sentido de sí mismo representa el sufrimiento de estas personas que puede provenir de la enfermedad y del dolor. Sin embargo, el cuerpo que sufre ya no es moldeable a la voluntad de la persona, experimenta otras pérdidas personales y funcionales además de la enfermedad y el dolor crónicos. En este proceso, el cuerpo del anciano se vuelve extraño y revela una conciencia de alteridad. Pero lo peor es cuando hay tantos problemas en nuestro cuerpo que, finalmente, los médicos que ya no se preocupan por ti, feliz es el que no sufre y no comprende el dolor del otro, pero el que sufre sabe de lo que hablo. La peor sensación viene cuando se encadenan varios problemas, en mi caso, empecé con problemas de vista, luego de dientes y a la vez de oído. No puedo tratar todo a la vez y tengo que aguantar el dolor de un sitio hasta que me intentan operar otro. A esto debemos añadir la incertidumbre de no saber si lo que están operando quedará bien o seguirá dando problemas.

            Además, el proceso salud y enfermedad se configura como un intercambio de percepción entre el paciente y la otra persona, imponiendo diferencias y límites a las posibilidades que ofrece la existencia. Esta distancia entre lo normal y lo patológico hace que el anciano se diferencie de sí mismo, ya que al asumir la identidad del paciente construye una marca de la experiencia de la enfermedad. El cuerpo que envejece con la enfermedad se siente extraño y puede percibirse como si fuera otro cuerpo el que lo habita, configurando la experiencia corporal en un tiempo constituido en la memoria de un cuerpo activo y otro de realidad funcional incapaz que no garantiza la experiencia plena con la vida.

            Como les digo, mi vestido nuevo está usado, muy usado, ya no vale nada, era tan hermoso y está desfigurado, si no se sale un botón, hay un agujero, por un lado se rompe y como si con un pegamento se intentara arreglar, es lo que hacen. No importa cuántos parches me pongan, no mejoro. El dolor, el sufrimiento y el malestar del cuerpo del anciano están condicionados y funcionan debido a la medicación del tratamiento, que transforma el cuerpo enfermo del anciano en el último espacio silencioso que entierra las preguntas en su cuerpo. Negar al cuerpo una comunicación, cierra el acceso a la solución de conflictos de las personas. Dialogar sobre estos temas puede ayudar a la salud de los más mayores y a identificar y buscar alternativas a la medicación sobre aquellas personas que tienen enfermedades crónicas.

            Estas palabras intentan hacerles reflexionar sobre cómo percibimos el dolor de los más mayores y cómo se puede afrontar y buscar soluciones a dicho problema, hablar de ello e investigar sobre el tema nos ayudará a los más mayores a vernos y aceptarnos con el paso de los años. La alteridad del cuerpo de un elemento importante en el cuidado de la salud, debemos normalizarlo para que, a su vez, se pueda investigar más sobre lo extraño que nos sentimos los más mayores con nuestro cuerpo, produciendo una percepción irreal de nuestras propias acciones en la experiencia de la enfermedad.

UN DÍA SOÑÉ

Soñé que era una pescadora, sin río pero con mar,

una pescadora de todo lo que se movía,

aun sin darme cuenta

que tenía el mar al oriente

pero era solo un lado imaginario.

A veces, sueño y soñé con ser pastora

sin animales ni hierba para pastar,

soñé con campos en flor,

caminos y piedras por las que caminé

en este gran mundo.

Tal vez algún día sueñe con libros de medicina

para tantas enfermedades y donde sea médica,

mis sueños destruyen mi memoria.

Ven diablo,

mis sueños están destruídos.

Porque no quiero ser un objeto,

que los ángeles brillantes, sigan

soñando con lo que nunca seré y nunca fui.

Ni siquiera sé lo que soy hoy,

ni siquiera en lo que, un día, me convertiré.

Y por más fuerte que sueñes,

Siempre será mentira, mi servicio está destruído,

seré siempre semilla de campo arado,

porque quiero ser un árbol de cloro,

con flores que abrazan el suelo.

Tengo ideas pero no tengo un tiempo establecido.

¡Oh, si pudiera ser una flor de jazmín

que pudiera perfumar mis caminos!

Quiero creer en mí la voluntad de ser jardín.

Quiero ser un reloj sin tener marcas de tiempo,

sin pilas ni nada que tocar,

solo yo marcando mi destino

y sabiendo que nunca hiciste lo que yo quise,

esta vida pasa tan rápido

y al final nunca fui lo que nunca hice.

Fui al jardín, fui a la flor, que es como el amor.

El amor viene del sueño y, a veces,

no coinciden, y la flor muere

porque nos olvidamos y no la regamos,

es como cuando te sientes alegre

y en poco tiempo lo encontramos.

FRANCELINA ROBIN

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