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“¡Qué  idea tan risueña, qué dulces esperanzas encierra sólo tu nombre, PRIMAVERA!”    Cosas así se decían en otros tiempos; quien lo dijera hoy  sería masoquista o un poco o mucho estúpido. Ni “con las lluvias de abril y el sol de mayo” le podrían salir hojas verdes al olmo de Machado. A España las lluvias de abril  y el sol de mayo le han traído 15 días más de prisión. Dulce y risueña primavera era para aquel ciego  (invidente dirían los cursis) granadino que todos los años en el mes de mayo hacía su agosto. ¿Cómo lo hacía? Sencillamente pidiendo limosna, con psicología práctica, con inteligencia. Se había fabricado un cartel en el que con letras grandes decía:”¡Es mayo y estoy ciego!”  Con este sencillo reclamo no había persona de la condición que fuera, que no dejara su moneda en el cestillo del pobre ciego.

En un antiguo y gastado librillo  de encuadernación rústica  con el título “Narraciones tenebrosas” he leído una que tiene cierta semejanza con lo que nos está ocurriendo en estos días. Trataré de sacar un pequeño resumen.

         Mateo tenía una empresa de transportes de mercancías y de pasajeros. Cierto día transportaba 24 pasajeros, hombres y mujeres de diferentes edades. Hacía ya 10 días que no había dejado de llover y la parte de aquel pueblo que eran  por entero agricultores habían aprovechado para ir a la ciudad de la provincia a hacer algunas compras y, otros por distracción. El autobús caminaba despacio pues eran carreteras  comarcales, estrechas tortuosas y sin asfaltar. Al salir de una curva se encontró con unas piedras que obstruían la carretera. Paró el autobús y se bajaron de él  dos jóvenes dispuestos a liberar la carretera. En aquel momento un inmenso ruido atronó el aire y una gran avalancha de piedras y tierra ocultó por completo el autobús. Todos murieron excepto aquellos dos jóvenes que vieron el derrumbamiento de la montaña y les dio tiempo de salir corriendo.

         Cuando lograron rescatar a los viajeros todos habían muerto por asfixia. Los trasladaron al pueblo y un velo de muerte y llanto se extendió por toda la comarca con la visión macabra de 22  cajas de muertos que en fila y llevadas en hombros fueron trasladadas al cementerio. Un lazo negro en señal de luto figuró en todas las casas del pueblo, en la iglesia, en la bandera del Ayuntamiento, en las plazas, en los caminos, en los vestidos de todas las personas y muy especialmente, en sus corazones.

         Pero a Mateo propietario del autobús,  no le parecía suficiente el luto y la tristeza. Él sin tener ninguna responsabilidad en aquel accidente, no obstante, se sentía responsable de aquellas muertes y entró en una depresión tan profunda que a los 20 días acabó con su vida arrojándose por un acantilado al mar. Los vecinos del pueblo ya presagiaban algo malo pues según dijo uno: “se le veía andando por el pueblo como arrancado de su cuerpo, vagando como un espíritu descarnado”.

       Después su mujer contaría el sufrimiento de su marido con detalles que sólo ella sabía. Por las noches cuando se acostaba, después  de muchos ruegos, porque había perdido el sueño, y, si lograba dormirse, al poco se incorporaba dando voces, sudoroso, aterrorizado. Así todas las noches. ¿Cuál era el objeto de su pesadilla? Sencillamente veía desfilar las 22 cajas camino del cementerio, y él caminaba detrás de ellas. De repente todas las cajas  al unísono, se daban la vuelta y le perseguían hasta que entraba en el pueblo y se refugiaba en su casa. Las cajas de madera chocaban unas con otras haciendo un ruido infernal que se mezclaba con los gemidos de los muertos, el de sus familiares y el tañer fúnebre de las campanas de bronce; el olor a carne humana podrida hacía irrespirable el aire y en su boca sentía un sabor repugnante; de las cajas salían  numerosas manos agitándose, crispadas que  trataban de atraparlo para meterlo también en una caja grande y lujosa. A veces lo conseguían pero él forcejeando hasta la extenuación conseguía salir. Era el momento cuando se despertaba aterrorizado, temblando y dando manotazos  para librarse de las manos de los muertos.

De este macabro espectáculo participaban los cinco sentidos y esto hacía la vida de Mateo insoportable. Según su mujer, la última semana antes de suicidarse, renunció a acostarse en la cama, porque según decía él, tenía forma de caja de muerto, la mesa, las sillas y todos los muebles tenían forma de féretro. Afirmaba que todos los que habían muerto, ya enterrados, salían por las noches y se instalaban en su casa y le acusaban de su muerte. Pasaba las noches sentado en un sillón durmiéndose a ratos hasta que las pesadillas le hacían despertar.

         Después de su muerte la gente del pueblo comentaba: “Se lo ha llevado la Justicia de Dios que es distinta a la de la Tierra, y eso que no era responsable de nada”.

         Las muertes en España por la pandemia son 30.000 las oficiales, o más de 40.000  según las extraoficiales ocurridas por el coronavirus. Aquí sí que hay responsables, ¡vaya si los hay!  ¿Dormirán estos tranquilos por las noches o tendrán pesadillas horribles como Mateo?   Negligencias, imprevisiones, mentiras, incompetencia…

Alguien para justificar la incompetencia del  Ministro de Sanidad dijo que era bueno lo que pasaba, es que era poco espabilado. El que esto dijo, tal vez, quiso hacer un oxímoron.

                            ROGELIO BUSTOS

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